Viendo "Posts antiguos"

Contrapeso



CONTRAPESO

Todo aquello que vale, vale por la fuerza que lo sostiene. Con frecuencia los valores morales se sostienen en el cumplimiento de las normas morales. Sólo las aves se sostienen en el aire. Pero es por otras razones.

No es exacto decir que la crisis de valores de la sociedad actual se deba a la técnica y la comunicación. Lo ha pasado  es que se han debilitado las normas morales que armonizan la convivencia social. Por eso que ya no somos capaces de sentarnos a la mesa a comer juntos y confiar en las promesas de las otras personas.

De no reconocer la constatación de esta verdad y actuar a tiempo, habremos perdido para siempre al ser humano civilizado. Sólo nos quedará la posibilidad de reeducarnos como se educan a los niños que despiertan del vientre de su madre para mirar la luz del mundo. 

Así como la inercia es carencia porque le falta energía física propia, la gravedad existe gracias al contrapeso necesario de un cuerpo respecto a otro; igual pasa en toda relación humana, ella es contrapeso de dos o más personas. Igual son los las normas morales a los valores y su cumplimiento.

Nada puede sostenerse por sí mismo, todo requiere de ser movido o sostenido por otro. Aun Dios, subsiste en la comunicación de su amor, razón por la cual creó al ser humano.

Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
lunes, 24 de diciembre de 2018

Un Mundo Feliz


Un mundo Feliz

Quien no es feliz hoy no lo será nunca. Posponer la realización al tiempo futuro no es garantía de nada.

La persona es un proyecto, es verdad, pero nada es posible más más allá de las tareas emprendidas en el tiempo presente.

Para los ciudadanos griegos el destino era la comprensión de un futuro programado o determinado para siempre, que estaba controlado por los dioses. Ante eso nada se podía hacer, más que someterse a “ese destino”.

La persona moderna cuando habla de destino piensa en sus acciones responsables, es decir, en su libertad; porque ha comprendido que no es un reloj programado, ni ha sido creado por un dios (en minúscula) perverso. 

El Dios revelado (o dado a conocer) por Jesús respeta la libertad humana.

Pues, al crear todas las cosas, el cerebro, las nubes y la flor, Dios les impuso unas leyes propias.

Eso es lo que confiere autonomía a la naturaleza y libertad a la persona.

Dios, todo lo hizo bueno en función de la vida feliz, para que todas sus criaturas lo sean ahora; con razón, el colibrí vuela cantando, la flor recrea los colores y los perfuma, el llanto del niño despierta la ternura, y el amanecer hace crecer la esperanza de todo sueño querido.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P
Foto: jgda

El mal y el bien


El mal que se hace a una sola persona afecta a la humanidad entera. El mayor afectado de toda maldad será siempre quien la provocó. Cuando ese efecto te alcance no quedará otro camino que reconciliarse con el ofendido. El mal que un día hiciste en solitario, no lo podrás reparar sin amor y sin el auxilio de otros. Si bien es cierto que nunca llegarás a diluir el mal que hiciste, sin embargo, el amor puede hacer misteriosamente la reparación que tú no puedes hacer por sí mismo (sólo crear las condiciones desde la convicción interior). Los pensadores decían que la vida feliz embellece a la persona. Se embellece quien hace el bien. Dios cuando creó la flor quiso hacerse visible en ella. Al crear al ser humano instituyó una relación permanente de amor. Eso quiere decir que una sola relación de amor es suficiente para afectar positivamente a la humanidad entera. Una persona que ama a otra, en ella, ama a toda la humanidad. La mujer al convertirse en madre no lo es sólo de su hijo, sino de todo lo humano, en cualquier niño mira a su propio hijo. De ahí nacen los valores y dignidad, que no es otra cosa que el reconocimiento del mismo Dios en la persona.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P.
Foto: jgda

Vivir la Vida




Vivir la Vida
Toda la vida es una preparación para la muerte. Al parecer vivimos para morir.

Esta afirmación parece extraña y absurda. Pero no lo es.

Por no pensar en la muerte esta no dejará de llegar. Todos avanzamos con ella a cualquier dirección que nos dirijamos. 

Cada instante vivido, al que llamamos pasado, en realidad son trozos la muerte. Un segundo vivido no retorna nunca, tampoco regresamos donde un día estuvimos.

Vivir es tomar conciencia de la vida para vivirla. Eso se capta con los cambios grandes y pequeños que la muerte nos muestra, para permanecer despiertos.

Una persona despierta, se asombra y maravilla por todo. Saluda amablemente, agradece por todo, celebra con el humito del café caliente, baila cuando se baña, canta mientras maneja. Siente la vida.

La muerte acabará con nuestras fuerzas una tarde cualquiera.

El silencio se impondrá como el viento huracanado en la montaña. Ausentes. Seremos el olvido para quienes avanzan en sus prisas. Entonces, todo en este mundo habrá terminado. Todo.

Diariamente somos testigos de tantos finales. No sólo de la noche para dormir o los noventa minutos del buen fútbol. También se acaban los años de la primaria, la soltería, los días de la navidad familiar. Si no somos nosotros quienes se despiden, serán nuestros padre. En fin, tantos finales, parecieran “normales”. En cierto modo lo son.

Extraña y paradójicamente, sólo los cambios y la muerte dan consistencia y alegría a la vida, aunque esta sea de trabajo agotador, de carencias económicas o de salud.

La resurrección de Jesús sólo se comprende a la sombra de la Cruz. La ternura de una mujer aparece asombrosamente el día que se convirtió en Madre. Pero tuvo que morir a la frescura de la soltería.

O sea, la muerte da sentido a la vida. Con la muerte aprendemos las mejores lecciones para vivir la vida feliz, que acontece bajo el cielo y la piel.

Cuando llegues a este punto, habrás sido consciente de lo grandioso que es vivir. Que de todas las cosas, el tiempo es el factor más determinante; que la vida se acaba como el oxígeno al pez fuera del agua. Que por tanto, sólo debes vivir, perder el tiempo con quienes amas. Eso es vivir.

Habrás vivido cuando comprendas que morir sólo es un momento más del sinuoso camino de la vida. Que no siempre depende de ti.

De la muerte nadie tiene control, solo la vida. Dios. En todo caso tomar control de la muerte es tomar control de la vida. Tener conciencia de esa realidad es vivir la vida feliz.

Por: Fr. Gvillermo Delgado O.P.
Foto: jgda

domingo, 23 de diciembre de 2018

Celebremos la Navidad



Celebremos la Navidad
Los calendarios se ordenan en ciclos con los cuales destacan el paso de un tiempo a otro. Dando significados a cada momento de transición. La finalidad consiste en registrar y conmemorar los acontecimientos del pasado e imaginar el futuro posible. Mostrando que el tiempo no pasa en vano.

De otro modo, lo que se pretende es exteriorizar aquello que habita en la profundidad de las almas y expresar los sentimientos. Para lograrlo a cabalidad se inventaros los símbolos. El fondo de esa verdad es que "algo" está cambiando, hacia afuera y hacia dentro de cada persona.

En los tiempos ancestrales o primordiales se crearon los símbolos. Por ejemplo, durante la navidad prevalecen símbolos como: de luz, de follaje, de la familia, y de todo lo referente a lo nuevo o recién nacido. Con razón, en esas fechas,  nos re-vestimos con ropa nueva, como quien renueva su piel. Y lucimos renovados por dentro y por fuera. Por ser este el único modo de experimentar lo que sentimos en las profundidades de la propia existencia. Y para afrontar con realismo aquello que ya está cambiando en nosotros; a todo cambio que ya se impuso, y no nos hemos querido dar cuenta; por ejemplo, el hecho de no aceptar las enfermedades o la propia vejez.

Notemos que, al terminarse el año solar, se imponen ciertos cambios climáticos, secos o fríos (dependiendo de la latitud), que calzan perfectamente con la simbolización del nacimiento del Hijo de Dios, porque acoge aquello que hemos sido y lo que en cierto modo anhelamos llegar a ser. Con lo cual visualizamos aquello que fuimos y que jamás volveremos a ser nunca más.

El símbolo no sólo representa el nacimiento del Hijo de Dios sino también a nosotros mismos. Por eso, el símbolo es capaz de despertar sentimientos, lanzarnos a lo más recóndito del pasado, o a la profundo del propio inconsciente; y, al mismo tiempo desata la imaginación en base a lo que somos capaces de construir en lo venidero. Pues es lo único que nos queda. El resto depende del Dios en quien creemos. No hay más.

Lo cierto es que, cuando ese acontecimiento simbolizado une el tiempo pretérito infinito y el advenimiento de todas las cosas, transforma las mentalidades y los afectos, ya que permite imaginar el futuro y visualizarnos re-novados.

Por eso, esas fechas cobran actualidad año tras año. Porque lo queramos o no, ya no somos lo mismo que hace 12 meses. Se nos acorta la vida y los significados del tiempo, de los espacios y de las relaciones humanas y de Dios. Ahora la existencia tiene un nuevo candor, color e importancia.

Todo ciclo de tiempo indica, pues, que un círculo se cierra y se abre a la vez. En ese intervalo es donde dan lugar los festejos. Estos suelen ser muy breves como una chispa de luz. Pero, como el sol, que resplandece antes de llegar y al irse, (es lo que vemos en el amanecer y al anochecer), así la espera alegra los corazones y al irse prolonga las alegrías en lo venidero.

La navidad es un acto efímero, es nacer en un instante que emerge de un destello. Es dar a luz la Luz, que ilumina todo toda la vida.

En esa claridad intercambiamos regalos, nos abrazamos, deseamos buenas cosas para unos y otros, antes que llegue la penumbra. Es el instante para soñar el mundo que merecemos vivir, es el cuándo la vida es interpretada y renovada como las hojas de la higuera.

¿Qué sería la vida sin celebraciones? Mataríamos los sueños. El trabajo sería el peor de los azotes. La familia la fruta envenenada que hay que comer como castigo. No habría proyectos de vida, tampoco posibilidades de perfeccionamiento. Pasaríamos los días mordiendo el polvo de la miseria y moriríamos únicamente para las cenizas.

Las celebraciones son necesarias en todo caso. El sentido más grande está en que renueva el alma, lo hace en la comida y la bebida, en la danza y el compartir. Simbolizando todo aquello que merece expresarse, pero que no es posible hacerlo con palabras.

Gracias al festejo el devenir vendrá y superará las dificultades, reparará las fuerzas debilitadas; de tal modo, el festejo hace de la esperanza la materia prima de lo que se espera, y la razón del por qué luchar en el momento presente.

En pocas palabras, navidad es la chispa de vida divina que une el inicio con el final, que renueva el alma mortal en actos de festejos, para asegurar entusiasmos suficientes en el porvenir de glorias o penurias.

Entonces, si la navidad es el nacimiento del hijo del Hombre, es también el nacimiento de lo humano; el instante propicio para la renovación del propio interior.

La navidad es la Palabra Eterna reiterada que dice: lo humano no es polvo de muerte.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda

lunes, 19 de noviembre de 2018

INTERROGATORIO



INTERROGATORIO
Si el tiempo no se detiene
¿para dónde va?

Si el espacio cambia

¿de dónde viene?


¿Qué es el presente?
El presente 
son todos los colores,
las formas,
la música,
y el viento,
de tu sonrisa.

Yo.

Y, ¿El futuro qué es?
El futuro serán siempre
los olores,
el firmamento en penumbra
detenido en el humito gris
de una taza de café
de la finca Miranda
del Volcán de San Salvador
en noviembre. 

El futuro 
soy yo
mirándote
en el azul lejano
del cerro Guazapa.

Por: Gvillermo Delgado
Foto: jgda
martes, 6 de noviembre de 2018

LA IRRESPONSABILIDAD


LA IRRESPONSABILIDAD
Examinamos "el ser irresponsable" a la luz de un sondeo de opinión que realizamos con un grupo de estudiantes de la Universidad Lándivar del Campus de la Verapaz, sobre el valor de la puntualidad. Estas pinceladas son apenas un esbozo mínimo de un trabajo mayor.
La irresponsabilidad es la primera causa que define a la impuntualidad. Como defecto es un modo de ser cultural e individual, interiorizado, difícil de corregir.
Según el parecer de las personas encuestadas, la irresponsabilidad pone en evidencia el desinterés de querer hacer las cosas bien. Por tanto, el ser impuntual es un “faltar a los valores”.
Esta falta es grave, en el ámbito de las emociones y en la moral, por atentar contra sí mismo y contra los demás. De diez personas ocho opinan que "ese defecto" puede ser corregido, ya que la elasticidad y bipolaridad de los valores lo posibilitan; pero requiere que las personas adopten una estructura disciplinaria, reasumiendo con seriedad el sistema de normas que hacen posible que los valores sean concretos.
Queda demostrado que los valores se evidencian en el cumplimiento o incumplimiento de la norma moral que los hacen valer. Eso quiere decir que la impuntualidad sólo pone en evidencia un sistema de normas frágil y en crisis. Si las personas, o los colectivos, los incumplen es por su debilitamiento.
Por tal motivo, cuando se afirma que la impuntualidad ya es un modo de ser, incluso cultural, se está afirmando que el sistema normativo ya no existe, está débil o se ha socavado. En tal situación, lo único que queda es la irresponsabilidad, en tanto negación del valor.
Una sociedad hundida en la irresponsabilidad simplemente no funciona. Cualquier país estaría condenado a la miseria moral y al subdesarrollo humano. En cierto modo podemos afirmar que, nadie sacará a nadie del atolladero si la misma persona no se impulsa desde sus mismas fuerzas. Sin embargo, la misma sociedad puede, y de hecho facilita que sus individuos se reanimen, de lo contrario, como en una peste, ponen en estado de riesgo al resto sus miembros.
Al derrumbarse el sistema de normas, ¿qué queda?: pues, fundar uno nuevo. O refundar los ethos revalorando la riqueza de aquellos que han dado consistencia a las sociedades que nos han hecho evolucionar como personas hasta el día de hoy. Pero esta tarea, de no venir por los cauces de la cultura, la tradición, las instituciones, el sistema de creencias y valores, será siempre inútil.
Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda

Estrella de la Mañana


Estrella de la Mañana
María es la estrella de la mañana que nos guiará en todo momento para hacer los cambios necesarios, ya que el misterio de Dios se nos hace fascinante al contemplar su rostro femenino en ella, donde la creación debe mirarse e inspirarse, sabiendo que todo aquello que humanamente pueda ser impulsado, puede ser al mismo tiempo, realizado por el mismo Dios.

-María de Nazaret es la Virgen- Madre del Señor, en sus distintas expresiones culturales, en quien Dios ha querido llegar a la humanidad entera. De ahí que las distintas advocaciones de la Virgen tengan el santo rosario como método idóneo para la comprensión de los misterios divinos, con la finalidad de convertir las propias almas e interceder por aquellos que necesitan de la mirada eterna de Dios.

-La cercanía con María es cercanía a Dios. Ella es un libro abierto que puede ser leído en los humildes y sencillos y no en los poderosos (Lc 1, 48. 51-52). Ella es libro leído en aquellos que revelan la verdad de Dios, que nos hacen exclamar con las palabras del mismo Jesús: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11, 25).

Si Dios es la esperanza de los abatidos, María es la estrella mañanera que en su dulce mirada traduce nuestras fatigas y frustraciones en la paciencia que hace llegar más temprano que tarde aquello que esperamos. Porque ella es el lucero matinal que los antiguos mayas contemplaban en la espera del nuevo día. Pues, ese día ha llegado para todos los creyentes. Los creyentes ya vivimos en la aurora permanente, antes contemplada en el lucero matinal, que es Nuestra Señora y Virgen del Rosario de la Verapaz.

Por: Guillermo Delgado Acosta OP
Foto: jgda
viernes, 12 de octubre de 2018

Las causas

Boceto de poema para un enamorado que anhela casarse en la madrugada de un sábado santo
Los hombres de ciencia buscan las causas de tus ocupaciones… 
Cada vez que vuelves de tus oficios me recuerdas la revolución industrial ya que donde te posas dejas un mojón de sombras fértiles.
 Y es que tú eres esa cosa bella que define las causas y las tareas que ocupa a toda persona.
 También eres la madrugada que se prolonga hacia el final de otro amanecer donde nunca falta la esperanza para este país de incertidumbres.
 Por mi parte, creo tener las razones de mis búsquedas.
Por: José G. Delgado OP
Foto: jgda
viernes, 5 de octubre de 2018

el Paraíso terrenal



el Paraíso terrenal

Las crisis señalan la urgencia de lo que “debe” ser cambiado. ¿Cómo cambiar? ¿Hacia donde impulsar los cambios requeridos?


Para cambiar hay que tomar decisiones. Estas sólo se hacen en el margen de la libertad. Pero no hay libertad sin responsabilidad. Un buen ejercicio para decidir en libertad es anticiparse a asumir la responsabilidad de cualquier acción.


Dios al crear la persona la hizo despertándola de un sueño. De ahí nace el diálogo de Adán y Eva con Dios. Sólo después de ser despertados.


Si con el tiempo hubo rupturas y desacuerdos fue porque el hombre y la mujer creyeron que se bastaban así mismos. Entonces la libertad dejó de ser libertad y dio paso al pecado. El pecado es consecuencia de haber sacado a Dios de las relaciones de libertad. Siendo la irresponsabilidad el rostro negado de lo divino.


Por tal razón, el sueño es aquello que perdura en el tiempo mientras vivimos. Y la libertad es el derecho de tender a ese sueño del que un día fuimos despertados (que después negamos). Ese es el sueño de la realización o felicidad, que, de no materializarse de día en día en el tiempo, sólo será una fantasía infantil.


El sueño de la felicidad se realiza ahora mismo para que cada impulso hacia el futuro sea una excusa de ser mejorada.


Aquí aparece el amor como la fuerza que moviliza las decisiones hacia ese mundo feliz. El mundo feliz es la materialización del beso de la justicia y la Paz (Salmo 85,10). Simbólicamente es el paraíso terrenal donde habita Dios, del que un día nos extraviamos.


La realización de todo sueño humano sólo es posible por la fuerza misteriosa del amor. El beso es el mar donde se funde toda la fuerza humana y con la divina. Es el choque de las miradas del cielo con la tierra, que florece en el paraíso que cada persona construye al ejercer su derecho de libertad.


Decir que el amor es la fuerza que nos mueve a la construcción del paraíso es sólo una constatación que ha nacido de las acciones libres y responsables gracias a ese anhelo permanente de ser más.
Envuelto en el misterio, la persona sólo puede definirse como quien está enteramente insatisfecho hasta no verse abrazado por lo divino. Mientras aquello acontece, se abraza y realiza en las pequeñas cosas que puede construir en las relaciones humanas. Eso explica porqué ama a las otras personas.


Quien ama se impulsa en la dirección del único y definitivo amor.


Siendo que el definitivo amor es el sueño del paraíso, la experiencia del amor humano siempre será limitado e imperfecto. Pero esa es la única manera con el cual nos vemos impulsados hacia al gran amor. No hay otro camino.


Mientras vivimos en este mundo no nos queda nada más que construir el paraíso terrenal en nuestro propio jardín, en aras de alcanzar el paraíso definitivo del abrazo con lo divino.


Si lo que aquí experimentamos es un ensayo de lo que seremos, el amor que aquí tributamos no puede dejar de ser, en cierto modo, divino.


Por: José Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda: el paraíso tras el cristal.

sábado, 29 de septiembre de 2018

La creatividad



La creatividad

La creatividad humana está en relación con las capacidades naturales de crear. Crear y volver a crear. Pensar y volver a pensar, como una acción permanente.

La creatividad, en tanto capacidad es un regalo inmerecido, que, como la vida, recibimos sin ni siquiera pedirla.

Todos llevamos  cicatrices en las manos como señales de aquello que hemos intentado hacer más de una vez desde pequeños. Porque siempre supimos que podemos ser algo más que creativos, creadores. Por algo aprendimos a hablar, a caminar, a leer y a escribir, a amar cada día, para mostrarnos a nosotros mismos de lo que somos capaces de hacer y perfeccionar.

Por tanto, el paso breve por este mundo sólo puede ser valorado por aquello que hemos creado. De lo contrario seremos olvidados como los animales.

Creando, la persona se autopercibe como un pequeño dios, haciendo de su mundo el mejor de los mundos posibles. 

El mejor autorretrato de sí mismo son tus obras, como los hijos son para los padres, la silla para el carpintero y la salvación de las almas para quienes predicamos el amor eterno.

Todos tenemos un mundo propio cimentado en el interior, de donde percibimos aquella luz infinita que ilumina el alma y evita que se extinga la llama divina que nos sostiene. Así construimos este mundo continuamente, haciéndolo salir del fuego arde por dentro; materializándolo en las obras de nuestras manos.

O sea, pues, la capacidad creativa nos viene dada por quien nos creó en el amor. De quien está saliendo  nuestro ser continuamente como de la fuente el río. Con lo cual, “todo lo que somos viene íntegramente de quien nos creó”. Nuestro quehacer está fundado en otro mayor.

Cuando construimos una casa, hacemos una obra de arte, educamos a los jóvenes, escribimos un libro o componemos una canción, estampamos nuestra propia alma a lo que hacemos porque con ello avanzamos hacia lo mejor y a lo perfecto, ya que en todo lo que hacemos, por pequeño que sea, estamos intentando, cada vez, tocar con la yema de los dedos y con el intelecto a aquello de quien, sin saberlo venimos, y en cuya dirección avanzamos.

Por lo mismo, la capacidad creadora es terapéutica, como dirían los animadores del personal de las empresas, pues es la fórmula para superar todo fatalismo. Porque tiene que ver con la insatisfacción de vivir en el tiempo y hacer historia, o con la impronta de vivir en el espacio para dejar una huella imborrable que otros perfeccionarán.

La creatividad revela que somos universales y pequeños dioses. De tal modo que cuando lleguemos a los ochenta años, como mi Padre y mi Madre, podamos estar seguros de que el mundo que construimos jamás será olvidado.

Dios actúa en el mundo con la fuerza interior que el mismo puso en estas manos. Y si fue voluntad suya, hacerse invisible, fue con el único fin, de saber que un día nos enviaría de niños con un mensaje suyo para que nos hiciéramos cargo su obra magnífica.

Dios está actuando y perfeccionando la creación en el mundo gracias a ti, gracias a mí, gracias a nosotros .

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: en línea.


viernes, 7 de septiembre de 2018

Entender la libertad

Entender la libertad

Por Gvillermo Delgado
Rebeldes
La rebeldía es consecuencia de nuestras impotencias, en relación con el dominio de sí mismo, a partir de las leyes que nos gobiernan.

Si las leyes vienen de uno mismo, las consideramos autónomas; si las leyes las imponen desde fuera, de cualquier tipo de institución, entonces las consideramos heterónomas.


La rebeldía es el modo de actuar de acuerdo con las leyes a las que nos oponemos. Oponerse a una o a otra depende de las impotencias, la fragilidad con la que nos enfrentamos al mundo en un caso determinado. Es así como nos oponemos a la religión, a la policía, a la opinión de las personas, al matrimonio; en el peor de los casos, nos oponemos a las leyes de nuestro propio interior.


¿Que pasa cuando ya no nos sentimos dueños de la propia casa, de nuestro interior ni del ambiente que nos rodea? Ante tal impotencia nos declaramos ¡rebeldes! «dueños» de nuestra propia ley y de la verdad. Es decir, no queremos nada con nadie ni con nada, y nos atrincheramos en «nosotros mismos», como los únicos que determinan el presente y el futuro de todo. 


¿En qué se ha convertido la libertad? La libertad se ha convertido en expresión de la propia autonomía.

Al punto de creer que «cualquier relación si nos impone normas a las que hay que someterse, aunque vengan de Dios, contradice la libertad». ¡Gran error!

El error consiste en la pretensión de conquistar la perfecta libertad sólo con los recursos propios, considerarnos dueños absolutos y capaces de disponer de la propia vida a conveniencia.

Pero sólo a Dios pertenece la perfecta libertad y él se la concede a la persona, si ella la acepta.

Ley de amor
Por definición la persona no es un ser pasivo ni puede ser sumiso a la ley. Es autónomo y responsable. Pero tampoco es la fuente primaria de su ley. Por tales motivos, al ser limitada la persona no puede, por más que lo intente, generar una ley absoluta para ella misma.

Por eso, toda ley es propia y a la vez le es dada de fuera de sí mismo.

El ser humano lucha contra sí mismo para convertirse en «dios». En realidad, alcanza a ser absoluto, pero sólo hasta donde su límite se lo permita.

Sin embargo, su pretensión solo tiene sentido en «dependencia original», porque esa dependencia no destruye su autonomía interna. Al contrario, le da consistencia.

Esa ley externa de la que depende (llamémosle, «ley de amor» y que viene del Dios absoluto) sólo puede ser asumida desde el fondo de lo humano, debido a su capacidad de interiorizarla y hacerla suya, con lo que se capacita para las grandes cosas.

Pongo aquí la ley del amor, porque si bien es cierto que la persona «se hace en el amor», es incapaz de «darse ese amor», ya que «el amor siempre le es dado» como un regalo nunca merecido.

De otro modo, ese amor divino asumido humanamente nos fundamenta, ya que se convierte en una exigencia de sentido y de coherencia en el seno de la conducta. Además, el amor define a la persona. ¿Qué le queda a un hombre si renuncia a esa ley de amor de la cual depende, quiéralo o no?

Libres en el mundo
Nosotros somos libres en el mundo, pero no hemos creado este mundo que constituye nuestro ser; tampoco hemos creado esa libertad que somos.

Todo esto «se nos ha dado» y se «nos da» en cada instante, para un tiempo provisional, ya que no podemos matar nuestra muerte y vivir para siempre, por más que lo intentemos. Nuestra libertad sólo puede ser vivida en esa provisionalidad. La libertad absoluta cae fuera de nuestros anhelos.

Quiero decir que, de ser libre, sólo puedo serlo en el marco de aquella a la que me someto por la ley del amor.

Inmersos en las diversas posibilidades
Por ser limitados siempre nos movemos en el ámbito de las opciones o posibilidades. El sueño de lo infinito y la inmortalidad no pueden ser tenidos en el mundo de lo finito y la mortalidad. Entre una cosa y otra siempre encontraremos un enorme abismo.

Este abismo no puede colmar nunca el espíritu. Mientras nuestro espíritu no vea a Dios y quede saciado en él, tendremos que escoger y optar entre las diversas posibilidades.

La Gracia
La libertad sólo se nos ha dado para que nos realicemos. Pero hay quienes al entender la libertad como una no-dependencia de algo o de alguien que los supera, hacen de «su» libertad algo destructivo. En cambio, aquellos que se entregan y aceptan la dependencia, su libertad es comprometida y constructiva.

En pocas palabras la libertad es amar lo que se nos exige. Vivir la ley es una respuesta de amor y libertad.

Sin amor la ley mata. Para que eso no pase Dios nos da su gracia. La gracia cura y perfecciona la libertad humana para conducirla a la libertad divina.

La gracia es la vida misma de Dios, que se le comunica a la persona para regenerarla en su voluntad libre.

La gracia en la voluntad humana es la presencia del amor divino que opera en su voluntad, es como injertarse en el mismo Dios.

Por la gracia, Dios infunde en cada persona un amor por el que ama a Dios por él mismo y a todas las cosas por él. Ese amor perfecciona la voluntad y la eleva por encima de su naturaleza para vivir el amor en la libertad.

Ahora piensa ¿Cómo amar a las personas? ¿cuál es la causa del fracaso de las «relaciones de amor»?

Foto: en red

lunes, 30 de julio de 2018

El valor de la Comida



                   El valor de la Comida

Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

Por: Gvillermo Delgado OP


Una casa sin cocina no es una casa
Cocina, comedor, dormitorio y sala son los lugares más sagrados de una casa. A veces uno prevalece sobre los otros de acuerdo a las circunstancias.

Cuando hablamos del «vacío existencial» pensamos en tiempos y lugares tristes, por ejemplo, en la soledad de la tumba después que enterramos a un ser querido; en todo aquello que queda atrás de un primero de enero o en un teatro vacío después de su función. 

Vació es el salto de la soledad al abandono. Como cuando uno se queda solo porque todos los demás se van a cualquier parte, y no sabemos que hacer con nuestro tiempo libre y espacio que ocupamos. 

Así pues, vacío existencial es la pérdida del sentido ante la ausencia de aquello que define la vida.

Ahora bien, si intentamos responder a la pregunta: ¿Qué es una casa sin cocina y mesa de comedor? No queda más que decir que: «no existe». En todo caso, lo que queda (si es que queda algo) es un vacío inhabitable.

Una casa se convierte en hogar sólo cuando en su interior arde una hoguera. La hoguera da calor y protección a quienes viven en la casa. La hoguera es la llama que arde en la casa mientras se cocinan los alimentos para quienes la habitan o la visitan.

Las hornillas de las casas campesinas ahúman el entorno. Otorgan identidad vital a las viviendas y al vecindario,  pues preservan los alimentos y aromatizan el aire que acerca a las personas en el silente fluir de una braza bajo el comal. 

¿Qué queda de una casa campesina sin el humo que se escapa por sus chimeneas?

La comida como símbolo de encuentro
Una persona cualquiera siempre se descubre «humana» delante de otra persona. Con frecuencia lo hace alrededor de la comida. Ya que la comida es el símbolo sagrado más preciado en todo el universo de las cosas.

La comida como símbolo de encuentro significa «unión y comunión». Con razón la comida no sólo satisface las necesidades objetivas, sino todas aquellas que demandan las circunstancias humanas. Así, por ejemplo, el paso de la vida a la muerte o de la muerte a la vida sin comida en la mesa no tienen sentido, ya que la comida hace posible la vida y traza estelas por donde la existencia se define en cada caso.

Imagina el matrimonio de tu hija o el funeral de un ser querido donde falte, por lo mínimo, una taza de café y un pedazo de pan. Cuando aquello que compartes, ya sea la tristeza o el festejo, lo simbolizas en la comida, eso que compartes toma un nuevo matiz: si es de tristeza deja de ser menos trágico, si es de gozo lo trasciendes a lo más profundo de tu interioridad o lo elevas a las alegrías más sublimes.


En el momento en que la comida es el símbolo del encuentro entre dos o más personas, lo que está ocurriendo es que «tu condición humana» está volviendo a nacer, tanto, como si Dios te tomara en sus manos como barro moldeable e hiciera de ti una vasija nueva.

La bendición del trabajo
El salario se sacraliza en aquel instante en que se transfiere el valor material del dinero a los alimentos como sustento elemental para la familia y los amigos. Del mismo modo, el trabajo significa «la bendición de Dios».

Dice el escritor sagrado: «Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y te irá bien» (Sal 128, 2). Esa es la razón de ser de la existencia humana: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado» (Gn3, 19).

Mientras «volvemos a la tierra de la cual fuimos sacados» santifiquemos la mesa con la alegría de los niños que crecen y la bienvenida de los amigos que llegan a la casa. Hagámoslo en la unión y comunión. 

Simbolicemos en este acto al gran amor del cual venimos. En el que nos reunimos cada vez que la mesa se pone para contemplarnos, celebrar la vida o unirnos en solidaridad con quienes sufren una pena. 

Foto: jgda
viernes, 20 de julio de 2018

El mal



El mal 

El mal es un problema humano que no debiera existir; pero existe.

El mal es muralla infranqueable con quien la persona libra una batalla de modo permanente. 

Desde que lo humano es humano el mal se ha convertido para él en una realidad inevitable; y como voz desesperada golpea el paredón como grito de muerte que al parecer Dios no escucha.

El mal no debiera existir ya que toda persona humana está llamada a una realización siempre mayor, la felicidad permanente, por ejemplo; y el mal impide tal anhelo. 

Humanamente no es posible la realización sin la pérdida, como no puede haber vida sin crecimiento. En el desarrollo o crecimiento siempre debe perderse algo, sin el cual no es posible alcanzar mínimamente aquello que se busca. Por ejemplo, nadie puede realizar su personalidad adulta sin renunciar a la felicidad de la niñez o de la juventud. 

Por tales razones el mal no sólo es inevitable, sino al parecer, parte de la naturaleza del ser limitado, que dará sentido a la vida en aquella hora en que, a pesar de lo que provoca, impulsa la búsqueda de la comunión plena con lo infinito, como lo entendía San Ireneo al referirse a la salvación “como crecimiento hacia la plenitud”.

De otra manera, el mundo sensible, el de la limitación, -no el de Dios- produce el mal inevitable, porque impide la perfección. 

¿Dónde está Dios? 

¿Por qué no acude al clamor de quienes sufren el mal? 

Si afirmamos que Dios es amor, jamás abandona a quienes creó por amor. Por tanto, Dios padece el mismo grito desesperado de quien lo expresa, del mismo modo como la madre experimenta el sufrimiento de su propio hijo. El ser de Dios, estando entre nosotros, tiene que ver con la lucha permanente ante el mal. Y, es precisamente ahí donde nuestra existencia tiene verdadero sentido, a pesar del sufrimiento que el mal provoca.

Consideremos cómo la muerte de Jesús en la Cruz implica una tremenda confianza en el Padre, porque el Padre nunca estuvo tan unido al Hijo que en su muerte; tal afirmación es completamente válida, también al decirlo para nosotros.

¿Dios creo el mal?

Dios crea al ser humano finito, con realización infinita. Si Dios hubiera creado a la persona humana infinita, entonces ya no sería una persona humana, sino otro Dios, y Dios no puede crearse así mismo. Por consiguiente, Dios no crea el mal, sino a la persona finita.

Al crear a la persona con esa condición le da la capacidad de aspirar y alcanzar lo infinito. Por eso le crea por amor y le ama de modo permanente.

Eso quiere decir que Dios está en diálogo de amor con sus criaturas, y le está invitando de modo permanente a la comunión infinita de la que él  participa.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
miércoles, 27 de junio de 2018