Viendo "Posts antiguos"

El TRABAJO

 





El valor del trabajo



Por: Gvillermo Delgado OP


Nadie debe vivir para trabajar solamente. El trabajo dignifica, en su defecto esclaviza.


El trabajo dará múltiples satisfacciones, siempre. Si no las da, pregúntate: ¿Por qué?


Una probable respuesta a esa pregunta consiste en que te has fiado sólo de tus capacidades intelectuales y habilidades adquiridas. Si eso fuera verdad:

¿No crees que has dejado de lado a Dios, cuando en realidad él es el fin último de todas las búsquedas, que en cierto modo se esclarecen con el trabajo?




Dejando a Dios fuera de todo quehacer, sin quererlo excluyes a las personas que dices amar; para dar satisfacción de modo exclusivo a tus "necesidades"  personales. Tal cosa puede ser peligrosa, pues estarías atentando contra ti mismo.


Con lo cual: ¿En qué te diferencias de quien trama el mal para satisfacer "necesidades"?


Ni siquiera las aves del campo atentan al orden natural de las cosas, pues al cantar atraen a las otras aves, al tiempo que embellecen el campo y dan sosiego a nuestras almas.


A eso refiere Jesús cuando dice: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt 16, 24).


De tal modo que tu vida sea una ofrenda permanente, agradable a Dios, a las personas que amas y a la sociedad que sirves.




Bajo este criterio, el trabajo jamás será maldición ni esclavitud sino la bendición necesaria para que vivir una vida digna.


¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? (Ibid, 26).



martes, 10 de junio de 2025

CONFIANZA

 




Confianza


Por: Gvillermo Delgado OP


Las relaciones humanas fuertes tienen cimientos fuertes. Si estos fallan se derrumba todo. Esos cimientos o principios éticos con profundidad y universalidad son el verdadero tesoro del alma.


Entre esos principios existe uno que es medular, el de la confianza. Cuyo origen descansa en la fe, se consolida en el amor y se manifiesta al ofrecerse con la propia vida. Faltar a este principio es faltar a todo, es cambiarlo todo.


Debilitada la confianza se caen las relaciones humanas que antes tenían cimientos sólidos. Se caen a pedazos sin posibilidad de reconstruirse. Quedando arruinada para siempre cualquier relación verdadera.


La confianza es la expresión visible y externa de una verdad profunda que por su densidad forma parte del diseño natural de la persona. En tanto realidad visible de lo profundo del alma, la confianza define a la persona. Sin tal principio, la persona se anula, se reduce a “la nada” o se minimiza.




Como un asterisco que tiene un punto concéntrico, faltar a la confianza es dirigirse a todas partes sin un horizonte definido, imposibilitando en cada instante que la luz divina interior se manifieste en su esplendor. Faltar a la confianza aniquila la belleza y origina el desorden. Toda persona en desorden lo afea todo, expele hedor, porque se aleja del punto concéntrico de la verdad interior.


La confianza por tener cimientos y aromas insondables es frágil como pompa de jabón. Sostenida en lo blando y sublime de las relaciones de amor, puede esfumarse con suma facilidad, socavando todo lo demás. Por eso, exige ser cuidada, fortalecida y entregada. La confianza es el alma transferida del yo al tú, no como moneda de cambio sino como ofrenda de amor. Con lo cual si no se dona o no se recibe no existe.




Cuidar el alma que se expande desde uno mismo hacia quien se ama es cuidarse y entregarse en plenitud; para no perderse nunca. Esto es lo que Jesús entendía cuando dijo: dar vida y vida abundante.


Dice la sabiduría popular, desde distintas expresiones culturales, que la confianza se gana con mil actos, pero se pierde con uno sólo. Perdida la confianza ¿qué queda de la persona y para qué vive? Si la confianza afianza al amor, la falta de confianza lo cambia todo. ¡No lo permita el cielo! ¡No lo permitas tú!

miércoles, 28 de mayo de 2025

ENGAÑO

 




 

Engaño


Por: Gvillermo Delgado OP


Al poco tiempo de nacer nos apresuramos en hablar, leer, caminar; con el fin de relacionarnos y realizar nuestros sueños. Corrimos veloces, al punto de inventar el tren y el avión: llegando lejos y volando alto. Al mismo tiempo aprendimos, con ceño fruncido, que la distancia no se alcanza, nunca. El norte permanece inmóvil en el mismo lugar.


Con escasa suerte, un día nos fuimos a la escuela. Avanzamos en conocimientos y en realizaciones breves. Sin conocer, apenas, la verdad de todas las cosas. Porque la realidad de las cosas se oculta en leyes invisibles. Y aunque, sentimos el viento, tal como dijo Jesús refiriéndose al Espíritu, no sabemos de donde viene ni a donde va.




Un día cualquiera como hoy, frente a la encrucijada de la vida, nos hallamos tomando decisiones determinantes. Entonces, nos descubrimos desnudos. Vacíos en el alma. Vulnerables. A riesgo de ser vulnerados y asistidos por dioses extraños y por la alabanza de sus adeptos. Confundidos nos ponemos en sus manos. Hasta la hora en que, al desvelarse la realidad, vemos esfumarse a esos genios como ángeles caídos. Incautos, clamamos justicia, por nuestro engaño. Mientras los secuaces celebran con sarcasmo en sus libaciones honrando a dioses mustios.




Entonces, debido al propio engaño, ascendemos desde la verdad inconsciente, descubriéndonos ambiguos en la fe y derrotados por nosotros mismos.


¿Valió la pena aprender la vida en la prisa de hablar, leer, caminar y la escuela? Al parecer no, porque nunca pudimos con el engaño. En cambio, gracias a ello, un día supimos de los jazmines aromáticos del alba, de la frescura cuaresmal del incienso. Aprendimos a expeler la belleza originaria que sin saberlo estaba creciendo con nosotros desde el tallo. 

jueves, 22 de mayo de 2025

La multitud de los santos

 





La multitud de los santos



Por Guillermo Delgado OP

 

En la diversidad de las imágenes de los santos y mártires miramos el triunfo de la iglesia glorificada. Ellos “Los que están vestidos con vestiduras blancas” (Ap 7,13), son los que han triunfado y se sobrepusieron a las tribulaciones. Quienes “han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la Sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, le sirven día y noche en su templo” (Ap 7, 14); ellos han sido glorificados junto al Dios Altísimo.


Así vemos al sin fin de santos que la Iglesia nos ha legado para nuestros tiempos. Cada uno de nosotros se identifica de un modo particular con alguno de ellos. Muchos de nosotros incluso llevamos sus nombres. Como yo, que fui bautizado como José en honor al Patriarca San José, y consagrado como fraile, bajo el amparo y el testimonio de Santa María Magdalena, de Santo Domingo de Guzmán, de Santo Tomás de Aquino, de Santa Catalina de Siena, de San Martín de Porres y tantos otros santos dominicos.


Aquel que resplandeció en el monte Tabor es el mismo que trasluce en el alma y el testimonio de quienes le siguieron hasta dar su vida como él. Por eso el testimonio de los santos nos conmueven desde la profundidad de nuestras almas, al punto de querer imitarles, y como ellos dejar un legado para las nuevas generaciones.



En la tradición cristiana se describen dos tipos de bautismo. Ambos tienen que ver con asimilarse a Cristo. Desde los orígenes del cristianismo se hablaba del bautismo de sangre, aludiendo a las palabras del Señor cuando dijo: “El cáliz que yo he de beber, lo beberán ustedes, y con el bautismo con que yo he de ser bautizado, serán bautizados ustedes” (Mc 10, 38-39). Jesús se refería a ofrecer nuestra vida como él la ofreció en la vida terrena y desde la Cruz, o sea en los extremos del amor y el martirio.


También en la tradición cristiana hablamos del “bautismo de deseo” y de agua (San Fulgencio), con el objeto de parecernos al mismo Cristo. Más que cristianos nosotros somos y debemos ser “otro Cristo”. A esto refiere el bautismo de agua: a morir con él y resucitar con él. Pues responde a las palabras que Jesús dirigió a Nicodemo, cuando dijo: “En verdad, en verdad te digo que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3, 5).



Estas son las marcas o señales de los cristianos: de quienes nos alimentamos del Pan y del Cáliz del Señor. Estos los estigmas de quienes nos iluminamos con el resplandor del resucitado. Por eso llevamos en nuestro cuerpo las mismas llagas y los sufrimientos del Señor que nos hacen soportables las enfermedades y sufrimientos de este mundo, tal como lo expresó San Pablo en su tiempo, cuando escribió a la comunidad de los Colosenses: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por ustedes, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo” (Col 1, 24).


Nosotros los bautizados, somos "uno solo" unidos a la vida de los santos que ya han sido glorificados; pues como ellos, también somos iluminados mientras peregrinamos en este mundo, como la Iglesia del Señor. En nosotros se cumplen las palabras del viejo Simeón cuando vio al niño recién nacido y dijo: nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por caminos de paz (Lc, 1, 78 -79).



En esta mañana de resurrección, vemos aparecer a ese “sol que nace de lo alto”. Él es nuestra luz, el camino para no extraviarnos mientras avanzamos por este mundo, muchas veces en “sombras de muerte”. Él es “el camino, la verdad, y la vida” (Jn 14, 6) para que la fuerza de la maldad no entorpezca la rectitud de nuestras conciencias. Él es la “luz del mundo”, el “cordero degollado”, en cuyo libro hemos sido inscritos desde la fundación del mundo (Cf. Ap 13, 8). El mismo lo dijo mientras estaba con nosotros: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).


Ante tal evento, Dios nos ha demostrado que “camina con nosotros” y nos guía como lo hacía con el pueblo liberado de la esclavitud, por el desierto (Sal 68,7); batalla en nuestro favor, porque “habita entre nosotros” (Jn 1, 14). Con lo cual “hemos visto su gloria”, tanto como Santiago y Juan en el monte tabor. Ante tal acontecimiento no nos queda más que confirmar nuestra fe, ya que en él está asegurada nuestra redención. Así y sólo así nuestra vida presente encuentra su sentido y da razones de la esperanza futura.


He ahí, la multitud de los Santos, he ahí el Sol que nace de lo Alto, Jesucristo el Señor, el que venció la muerte, el Resucitado.





sábado, 19 de abril de 2025

Belleza ética

 



La belleza ética

 

Por Guillermo Delgado OP

 

La salud integral está determinada por la ética y la moral. El rastro que deja una mala acción es el pesar, que daña lo más invisible e interior. Es peso que se refleja en lo más visible y exterior. Es lo que nos enferma y arrastra.


El pensamiento determina la acción. La acción se eleva al entendimiento para mayor satisfacción. Cuando esta ecuación se combina el resultado es la salud.



Cuidar la vida interior, digo cuidar los pensamientos, los sentimientos, la conciencia formada, la voluntad, el espíritu de búsquedas y todo aquello desde donde nos expresamos visiblemente es apostar por la belleza moral.


La imponente presencia de los maestros del espíritu como Jesús y quienes han ofrecido su vida por amor, trazan para estos días la dirección que a veces nos falta. Sobre todo, en dirección de la belleza.



Cuidar la vida moral y ética en estos tiempos es una cosa urgente y necesaria. Pues, se requieren de referentes que, como los maestros de otros tiempos, modelen la belleza. Sobre todo para quienes se asoman por nuestra vida o simplemente caminan cotidianamente a nuestro lado. Por ejemplo ¿cómo modelar la belleza para las generaciones jóvenes?




Los jóvenes buscan ávidamente la belleza en el mundo, esa sed les apremia. Pues, tienen sed de eternidad. Buscando la belleza corren a velocidades virtuales, achican los tiempos y los espacios y no siempre saben si la encontraron o no; porque, así como llegaron buscándola por un clic, así mismo se vacían del encantamiento que su hallazgo les contrajo. Quizás esto sea el síndrome del desencanto. Donde, el resultado es el reproche de sí mismos. Con lo cual, la misma búsqueda los reinicia una y otra vez de modo infinito. Sumando desencantos, quedan en deuda con sigo mismos en cada intento.


Para esas búsquedas en los tiempos que corren: ¿Qué te parece si nos posamos en la belleza ética como referentes para los niños y jóvenes, ya sea para quienes se sienten  extraviados del camino o para quienes no estén extraviados pero avanzan por sus vidas conturbados buscando razones para vivir ya y ahora mismo la felicidad?

jueves, 17 de abril de 2025

El tiempo presente

 


El tiempo presente

 

Por: Guillermo Delgado OP

 

Si respiras conscientemente notarás que dejas entrar y salir el tiempo presente a tu interior a través del aire que respiras. Con el aire conectas el exterior con el interior.


El presente es el único “lugar” real que puede ser habitado. Añorar un mundo feliz desde lo que un día fuiste o lo que puedes llegar a ser, en cierto modo son pasiones inútiles. La añoranza y los anhelos son mejores al mirarse desde la experiencia y los deseos más altos en que un proyecto de vida se construye.


Lo que un día fuiste (aunque enlistes muchas cosas buenas del pasado) y lo que puedes llegar a ser (aunque hayan nobles ideales) estos nunca serán suficientes. Porque lo suficiente está en el suave respirar del tiempo presente. En el ahora mismo. Jesús decía: que no nos preocupemos por el mañana, cada día tiene bastante con su propio afán (Mt, 6, 34).


Para vivir la vida cotidiana con espiritualidad y sentido, estamos obligados a vivir “una cosa a la vez”. Desde luego que, dejaríamos de ser racionales y responsables si no consideráramos la historia personal y no proyectáramos la vida hacia un futuro; sin embargo, tales cosas jamás tienen valor ni realidad si ahora mismo no somos conscientes del presente que vivimos.


Cuantas veces hemos oído decir. “me gustaría repetir el pasado”, “jamás volvería al pasado”, o: un día me gustaría ser importante o tener tal o cual cosa. Pero extrañamente no siempre oímos decir: me gusta el momento presente.


El presente define la vida, por eso define lo eterno. Lo eterno es el presente sin pausas. Ahí hallamos al amor, la paz. Ahí hallamos a Dios. Aquel que es lo suficiente. Lo que necesitamos y nos basta.

viernes, 11 de abril de 2025

Perdonar con el alma

 


Perdonar con el alma

 

Por: Guillermo Delgado OP

Fotografía: de camino a Santa María Cahabón.

 

Solo si amas eres capaz de perdonar. Quien ha pasado por el bache infranqueable que deja el pecado (el pecado como una traición al amor), y ha perdonado o ha sido perdonado, adquiere para sí la autoridad moral del amor y el poder de reconstruir cualquier relación en ruinas.


“La misericordia es el nombre de Dios” (Papa Francisco). Que es lo mismo perdonar con el corazón. Por eso, en Dios es posible superar todo pecado, por grave que sea. ¿Cómo?: Amando al pecador y aborreciendo el pecado. En este caso el resultado no puede ser otro que la transformación total, como el tránsito de la semilla enterrada que luego se ilumina germinando. Ser perdonado es avanzar en la luz del amor.


Esto es, en pocas palabras, lo que Jesús nos cuanta acerca de quién es Dios en la parábola del Padre amoroso, tradicionalmente conocida como del hijo pródigo (Lc 15,11-32). Y cómo nosotros, sus criaturas, somos imagen suya.




¿Es posible perdonar y olvidar? Olvidar: ¡Claro que no! Perdonar ¡Claro que sí!, porque perdonar es superar la situación de pecado; aunque persista la memoria en retener los hechos sin olvidarlos.


 “A golpe dado, no hay quite”. Pero no hay golpe que no pueda ser sanado. ¿Cómo?: Recibiendo nuevamente a quien estaba extraviado y ha vuelto a casa. Acogiéndolo con el abrazo del alma. Así quien perdona es referente de la imagen de Dios y quien es perdonado asegura para sí mismo la semejanza del Altísimo a modo de una fuerza que de ahí en adelante le irá trasformando en alguien totalmente nuevo.


En consecuencia, no hay modo de hacer efectivo el perdón si este no se da con amor. Así la conversión acontece en quien pide perdón y en quien lo da. Y de un modo más pleno en quien perdona. De ahí la grandeza de Dios, y la autoridad de la persona que perdona. Quien perdona, también, sabe reprender, reprender por amor.

lunes, 10 de marzo de 2025

Alma encantada

 


Alma encantada


Por: Gvillermo Delgado OP

Fotografía: Manzano en flor, del jardín de la Casa Santo Domingo Cobán.


El alma encantada de los bosques tiene mucho que ver con la música de quienes lo habitan. La noche da paso a otro día en el momento en que esas voces se atenúan en la tibieza de la luz y el canto de los pájaros, que exaltados buscan atraer a sus hembras. En Francia e Inglaterra medieval tal realidad se asociaba con el amor como tiempo para el romance.


Según una tradición, cimentada en el segundo siglo de nuestra era, el emperador Claudio II prohibió el matrimonio a los jóvenes, como garantía de mayor eficacia en el servicio militar. Los jóvenes solteros son mejores soldados que los casados. San Valentín, desafió al emperador celebrando matrimonios en secreto. Por lo cual fue arrestado, encarcelado y ejecutado un 14 de febrero del año 270.


Del canto de las aves a la rebeldía de san Valentín, comprendemos la tendencia humana que pasa necesariamente por el amor.


El amor es la mejor expresión del alma que asegura y realiza todo aquello que una persona se propone. Todo es posible y nada sin ello. 


Irrumpir en el amor, como las aves en la mañana, es propio de quien augura desde sí, tiempos mejores. Tiempos mejores, que sin el halo de la "rebeldía" serian imposibles. (Rebeldía entendida como aceptar y sacar provecho de los cambios imprescindibles de la naturaleza social, e incluso promoverlos).


¡Qué cada uno haga memoria de sus propios vuelos contra la gravedad, que le han permitido, desde su propio paraíso interior, cultivar relaciones con el fin de vislumbrar el mejor de los mundos posibles y en consecuencia ofrecerlo y habitarlo en el amor!

domingo, 9 de febrero de 2025