El Padre Bondadoso A propósito de Lc 15, 11-32
Jesús fue un
conocedor de los conflictos que se vivían en las familias de Galilea. Sus
mensajes recrean tales situaciones. Por ejemplo, las discusiones entre padres e
hijos, los deseos de independencia de algunos, o las rivalidades entre hermanos
por derechos de herencia que ponían en peligro la cohesión y estabilidad de la
familia.
La familia
lo era todo. Una familia con problemas estremecía todos los ámbitos de las
relaciones. Se sufría mucho. La familia era hogar, lugar de trabajo y
sobrevivencia, fuente de identidad, seguridad y protección. Era difícil
sobrevivir fuera de la familia.
Las crisis
de familia pasan por restarle importancia a los vínculos de las relaciones
entre los miembros de la familia.
¿Cómo puede
un niño, una niña, un joven, un hombre, una mujer, ser y realizarse fuera del
ámbito hogareño? ¿Dónde más ir? ¿Qué le queda al joven si se aventura fuera de
ese calorcito? ¿Soportará el frío de lo desconocido? ¿Aguantará la soledad de
la altura alcanzada allá en el ápice de su montaña de decisiones? ¿Qué sentido
tendrá aquello de irse, sin que nadie le espere allá o aquí?
Jesús habla
de la relación del Padre con el hijo. El hijo pide la herencia a su padre. Pero
no sabe lo que hace. Pedir la herencia es dar por muerto a su padre. De ese
modo rompe la solidaridad con la familia y echa por tierra su honor… lo que
pide es una vergüenza y una locura para todo el pueblo. Es algo imperdonable.
Todos los ojos le miran rabiosos. Están en desacuerdo con él. Menos los ojos
del Padre. Él respeta la sinrazón de su hijo y reparte su herencia. Es decir,
su vida y sustento.
El amor
trasciende la locura. Tiene capacidad de mirar lejos.
¿Y la
autoridad del Padre, dónde queda? ¿Cómo puede aceptar aquello perdiendo su
propia dignidad y poniendo en peligro a toda la familia, y sobre todo el buen
prestigio?
El hijo se
marcha a “un país lejano” sin la protección de nadie. Ha caído en la
degradación. Pero reacciona. ¿Es tarde?
Para el amor nunca es tarde. Tiene al Padre. Lo sabe.
Es tarde
sólo para quien no tiene a nadie que le espere.
El Padre
recibe a su hijo no como el patrón y patriarca de una familia. Sus gestos son
los de una Madre. Esos besos y abrazos son signo de acogida y perdón, pero
también de protección y defensa ante los vecinos, que apresuran la restauración
de su dignidad dentro de la familia.
La sabiduría
aun encima de la necedad del hijo está en saber volver, saber esperar, saber
callar.
Al hijo
mayor el regreso de su hermano no le produce alegría, si no rabia. Se siente
extraño en la familia. Él no se había perdido en un país lejano, pero se
encuentra perdido en su propio resentimiento.
El padre
sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha salido al encuentro del hijo
que ha llegado de lejos. No le grita, no le da órdenes. No actúa como el patrón
de la casa. Al contrario, como una Madre, le suplica una y otra vez que venga a
la fiesta.
Es entonces
cuando explota y deja al descubierto todo su rencor. Ahora no sabe sino
humillar a su padre y denigrar a su hermano denunciando su vida de males.
El hijo
mayor no entiende el amor de su padre hacia su hermano caído en la miseria. Él
hermano mayor no acoge ni perdona.
De ahí las máximas que del amor derivan
El amor no
es exclusividad de la persona buena, porque el amor subsiste a pesar de la
maldad.
Quien no se
abre al amor nunca sabrá darlo.
Quien nunca
es perdonado, no perdonará jamás. En él la posibilidad de la ternura será
siempre un sueño irrealizable.
En el odio
nadie encuentra el camino seguro.
Es tractor
que hace suyo todos los caminos está perdido en las tantas opciones. Porque
destruye en todas las direcciones. Cualquier ruta que tome le llevará a
cualquier extremo.
Sólo queda un camino que andar, y ese es el del amor. No existe otro. Mientras vivir sea nuestra tarea, y ser feliz nuestra misión, el amor será el sentido definitivo.
Sólo queda un camino que andar, y ese es el del amor. No existe otro. Mientras vivir sea nuestra tarea, y ser feliz nuestra misión, el amor será el sentido definitivo.
Negarse al
amor es exponerse al vacío que la soledad provoca. Es estar solo en un mundo de
muchas compañías. Es exponerse a la vulnerabilidad de los límites.
La pérdida
de sí mismo es mirar desde arriba con el lazo al cuello, con la enorme
tentación de lanzarse al vacío. Es intentar resolver problema con problema. Es
confabular males sobre males.
El peso más
cruel es aquel que cae sobre uno mismo. Eso nos pasa cuando por la propia vileza nos
marcamos en la frente y correremos desesperados en la vía pública sin ruta,
como Caín, como si el enemigo nos persiguiera. El desamor mata.
Mientras el
que ama, como el Padre, espera, tiende la mano.
El Padre es
figura de Dios, del amor posible. Es quien sabe sacar lo mejor aún de lo peor, aún de quien reniegue de su propio amor.
Por:
Gvillermo Delgado-Acosta OP
Fotos: de la
Web.
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