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LAS HERIDAS QUE CURAN

 



A veces las heridas son una muestra de amor


Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del II Domingo de Pascua
16 de abril del Señor 2023.
Transcipción literal de: Lorena Natareno



TOMÁS, EL APOSTOL DEFRAUDADO

Haciendo un poco de jardinería esta semana me pasé lastimando el brazo derecho con las espinas de un árbol de tzité, que yo mismo sembré, quizá hace dos años. 


¡Duele! Aunque duelen los rasguños, uno le resta importancia porque sabe que las heridas del cuerpo externamente visibles duelen, pero sanan pronto. 

 

Hay heridas de dentro que siguen sangrando y a veces uno las lleva hasta la muerte y nunca cicatrizaron.  A veces nos toca acompañar, escuchar, sentarnos a llorar con algunas personas que fueron lastimados de niños.  Personas que hicieron promesas de amor, que iniciaron un proyecto empresarial y en un momento determinado fueron lastimadas. Pues, se encontraron con personas que les fallaron: les prometieron lealtad y les mintieron.  ¡Tuvieron que destruir todo y hasta ahora sangran por dentro!  

 

¿Es suficiente, que, a esas personas, les sigamos escuchando y les demos consuelos y les digamos, por ejemplo: “Ten paciencia, el Señor se va a encargar de ti, él te hará justicia” o decirle a uno de los conyugues: “¡sopórtalo a él!, ¡por fin es tu esposo!, ¡aguántalo!”?   ¿Qué hay con esto?  ¿Hasta dónde podemos sanar a nuestros hermanos desde la fe, desde el afecto, la compañía, y la complicidad que la familia provoca?

 

Porque una herida externa se sana con el tiempo. Y si la herida es profunda, vamos inmediatamente a quien pueda suturarla; y al cicatrizar quedan visibles los recuerdos. ¡Ahí estarán y a pesar de todo, seguirán siendo poco relevantes!   Pero aquellas heridas que siguen sangrando por dentro, ¿qué hay de ellas? Si nos han transformado en personas de mal humor, si nos han hecho desagradables cuando antes éramos agradables ¿Qué hay de nosotros? Hay expresiones abundantes como éstas: “Yo antes era feliz, hoy no lo soy”, como dice Chente Fernández: “sangramos por la herida”.  

 

Hoy nos encontramos con esta narración bellísima sobre el Apóstol Tomás llamado el mellizo.  En el segundo domingo de Pascua siempre escuchamos este texto. Hoy que también celebramos el día de la Misericordia, día instituido por iniciativa del Santo Padre Juan Pablo II. Nos encontramos, pues, con la figura de este Apóstol. En la narración del texto destaca un elemento importante, ese es:  ¡el momento en el que él profesa su fe!, ¡ratifica su amor al Señor, precisamente en el instante en que se encuentra delante de él.

 

 ¿Por qué el apóstol Tomás no estaba con los demás discípulos cuando ellos estaban reunidos? Juntos habían consolidado la unidad entre sí ante la ausencia del Señor. Pero Tomás es el gran ausente. 

 

Tomás junto con Pedro, fueron estos dos Apóstoles que habían dicho en reiteradas ocasiones, al Señor: “Estoy dispuesto a morir por Ti”.  Tomás dijo en algún momento a sus compañeros: “Vamos y muramos con Él”.  Expresión profunda de amor, valiente, como quien hace una promesa radical: “yo muero por ti, yo prometo darte mi vida y la ofrezco delante de ti; es más, lo hago público para que todos lo sepan. “Estoy dispuesto a todo, inclusive llegar al final contigo”.  Algo así es la promesa de Pedro, de Tomás.  

 

Entonces ¿por qué ahora no está?  Los que interpretan estos textos dicen que seguramente se sentía defraudado.  Defraudado: ¿Por qué?  Porque Jesús había muerto como un bandido. La muerte de Cruz a la distancia quizás no nos impacta tantísimo, pero en aquel contexto alguien que moría en la cruz era alguien cualquiera, alguien de la calle, un delincuente, un ladrón; alguien que incluso, para aquellos contextos mentales, tenía que morir.  A muchos de nosotros no nos asombra que un delincuente sea acribillado a balazos en la calle porque andaba con su arma y se enfrentó con otro.  ¡No nos sorprende porque pareciera que es de su naturaleza morir así, por ser un delincuente!  Esto y aquello, es un poco parecido. No es que Jesús anduviera haciendo maldades, todo lo contrario, pero para muchos pareciera que sí. 

 

Si en algún momento te definen como un delincuente, como alguien que incluso falta a los principios elementales de la fe, como le pasó a Jesús; entonces la muerte es una consecuencia lógica para ti. Es por eso por lo que Tomás se siente defraudado. Supongamos que le oímos decir: ¿Cómo es que este hombre en quien yo expresé mi radicalidad de amor al punto de decir que moriría por Él, no era tal como yo lo supuse? Eso solo puede ser expresión del sentirse defraudado, derrotado y un poco frustrado. 

 

Es natural que una persona tome distancia ante la frustración, ante el desencanto y a veces deje pasar el tiempo para aliviase y otras veces dejar pasar el tiempo para siempre. Esto es lo que pasó con Tomás.

 

LA HERIDA UN PUNTO DE PARTIDA

Queridos hermanos, aquí hay dos elementos que valen la pena tener en cuenta.  El primero es que si nosotros queremos sanar tenemos que establecer un punto de partida. Desde Tomás ese punto de partida es la herida. Pues desde ahí interpretémoslo. Cuando así ocurre la herida no es tal, aunque sea objetiva porque está a la vista; porque la herida, extrañamente comienza a iluminarnos. Y para esto, queridos hermanos, no debemos enfocarnos en los momentos felices de antes de la herida. Si nos colocamos en ese momento previo ciertamente vamos a extrañar ese momento feliz que tuvimos antes de ser heridos ¿no es cierto?

 

Cuando trazamos una frontera a partir de la herida uno quisiera echar tan atrás, tan atrás, hasta aquel momento lejano tan cómodo y seguro como el que teníamos cuando estábamos en el vientre de nuestra madre. En el vientre de la madre estábamos totalmente protegidos, no expuestos a los momentos de dolor. 

 

Tomás está en aquel momento previo de la herida. No quiere enfrentar la realidad que ahora ha acontecido. Por eso, hay que traerlo a que mire la herida de las frustraciones. La frustración de la herida es lo real. Lo demás, los tiempos felices de antes de la herida ya no son posibles, ya no existen. 


¿Por qué lloras, por qué te frustras ante aquello que ya no existe, que ya no está?  No te engañes.   La verdad debemos iluminarla a partir de la herida para acá. Es decir, de lo que tenemos delante. No desde lo que no tenemos.  Imaginemos los tiempos felices que tuvimos hace veinte años y cómo todavía seguimos atrás de esos veinte años extrañando lo que antes fuimos y ahora no tenemos. Y nos culpamos y culpamos a otros por ya no tener esos tiempos felices. Lo que realmente importa ahora es la herida. Y trazar la vida desde la herida hacia acá. Cuando procedemos así empezará en nosotros la verdadera sanidad. Eso es lo que finalmente descubre Tomás.

 

Ahora, imaginemos al apóstol diciéndole al Señor: ¡Me duele verte! Y no me atrevo a introducir mi dedo en tus heridas de tus manos, Señor; ni mi mano en tu costado herido. ¡No me atrevo a hacerlo!  Si Tomás no lo hace es porque ya no es necesario. Es suficiente constatar el hecho de las heridas. ¡Ha sanado!

  

SANAR LAS HERIDAS CON LA VERDAD

La segunda cuestión tiene que ver con responder a la pregunta: ¿Qué es aquello que nos ayuda a recuperarnos? Nos guste o no lo que nos pasa por enfrentarnos con la verdad, lo que nos hace sufrir muchas veces está en la mentira, en el engaño, esto que hemos adoptado como que fuera la realidad, pero que no lo es.

 

Nuestra alma comienza a iluminarse al aceptar con coraje la verdad de las cosas. ¿Te cuesta aceptar la verdad porque te duele?  No hay más alternativa que encararla. Tienes que ser humilde para presentarte delante de los demás con tu verdad. Todo lo demás es la mentira.  ¿De qué te sirve permitir que habite en ti una mentira?

 

Si no te abres a la verdad de las cosas nunca sanarás las heridas. En la verdad es donde encontrarás la auténtica salud.

 

En aquel momento en que permitimos que la verdad se apropie de lo que está aconteciendo en nosotros, la crisis empieza a caerse a pedazos. El miedo empieza a irse. Comenzamos a mostrarnos delante de los demás como lo que realmente somos. Nos presentamos como quien dice: ¡Ahora es cuando!

 

LA FE COMO PUNTO CLAVE DE SANACIÓN

Por eso, queridos hermanos, comprendamos la fe de Tomás a partir de estos dos momentos.

 

Tomás se encuentra con Jesús. En ese encuentro acontecen dos realidades preciosas que son las que definen prácticamente la fe.  Ese es el momento de la sanidad profunda en Tomás.

 

La primera realidad tiene que ver con las heridas del Maestro.  ¿Por qué si está resucitado nos muestra las llagas, los recuerdos del sufrimiento?  ¿Por qué? No es simplemente para llorar por lo que le pasó, si no para darnos muestras de su amor. Las heridas son eso, una expresión de Amor. Como cuando nos lastimamos haciendo trabajos de carpintería o de jardín. A menudo nos lastimamos queriendo hacer mejor el jardín, queriendo hacer una mesa nueva.  Cuando trabajando te lastimaste, tu trabajo se convierte en una muestra de amor. Por eso, llevo la herida y mi cicatriz como si fuera un trofeo, para mostrar lo que yo he sido capaz de hacer, lo que yo he sido capaz de hacer por amor.

 

Queridos hermanos, de no ser por el cansancio del trabajo y de los años, las heridas fueran una verdadera frustración solamente. El cansancio sería un reclamo, como cuando vamos por el camino con bastón en mano porque no podemos caminar, podemos decir: me hice viejo por ti, batallé por ti y mira lo desgraciado que ahora soy.  Pero no. El bastón es más bien un trofeo, una cruz que uno abraza con amor… porque así me desgasté y así llegué a este momento.  Eso es mostrarle las llagas a Tomás. Por eso Tomás se impacta profundamente. 

 

Y la segunda cuestión es, provocar precisamente en los Discípulos y en concreto a Tomás este momento de fe. Este es el punto clave.  Aquel que es capaz de reconocer el Amor que a través de las llagas el otro expresa, es capaz de adherirse profundamente a Aquel que nos ha amado y profesarle su fe, como Tomás al decir: ¡Señor mío y Dios mío!  En donde ya no hace falta explorar a fondo las heridas de la otra persona ni mis propias heridas interiores. Es aquí donde la fe sana, donde el Amor transforma, donde la persona se hace totalmente nueva. Nueva en el presente eterno en el que Dios está actuando.  

 

Entonces, nuestra vida cobra un nuevo significado y sentido. La vida se traducido en lo que el mismo texto dice acá, en la alegría de mirarlo a Él. En la alegría de hacer nuestro trabajo sabiendo que Él obra también en nosotros y con nosotros.  Que no todo depende de lo que yo con mi inteligencia y con mis capacidades soy capaz de hacer.  Que Dios también está obrando en mí, conmigo; y si igual me canso, me envejezco, me deterioro, el Señor va actuando en mí, va transformando las cosas desde mí.

 

Queridos hermanos, posiblemente nosotros llevemos heridas o cicatrices del cuerpo, visibles o invisibles interiormente. Presentarnos delante del Señor con estas heridas con estos dolores, con estas frustraciones y mirarle a Él, permitiendo entonces que desde la fe Él nos levante, Él nos sanará. Este es precisamente el momento culminante en que la Misericordia no simplemente es una expresión que está por encima de nuestras cabezas, sino es el punto clave de nuestra sanidad. 

 

Salgamos del mundo de las frustraciones, del dolor dando nuevo sentido a las cosas.  La fe es ese lugar que nos coloca fuera del dolor y del sufrimiento.  “Ya estamos hartos de sufrir”, nos decimos muchas veces. Si “topamos” con el dolor en la piel, podríamos tomar decisiones de las que las que quizá no tendremos tiempo ni para arrepentirnos. 

  

La fe nos sana. En el Señor encontramos el sentido de nuestra salvación. Por eso estas expresiones tan bonitas del escritor sagrado del Evangelio de San Juan lo ratifica: “Se escribieron estas cosas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios y para que creyendo tengan vida en su Nombre”. Nosotros tenemos vida en Su Nombre. Y como dice también el Apóstol San Pablo: nuestra fe es como el oro que se purifica en el fuego. Así en la dificultad, en las pruebas, en las heridas, en las frustraciones, no se apaga la fe; ahí nos purificamos. Las heridas nos iluminan todavía mucho más.   En ese sentido, las heridas que vienen de las pruebas, del engaño y de las frustraciones se convierten en luz que nos hacen mucho más poderosos. Decimos: ¡En el Nombre del Señor, nuestra vida tiene sentido, la merecemos y vale la pena vivirla!

 

¡Qué el Señor nos sane! ¡Que el Señor nos purifique a partir de nuestras heridas! ¡Desde sus llagas! ¡Desde la Cruz! Abracemos esa Cruz. Es la que nos sana, esa es la Cruz que nos salva. Que así sea. A Amén.

sábado, 20 de mayo de 2023

LA FE DE LOS CRISTIANOS

 



El creyente se impone a sí mismo una vida moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree.



Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación
del viernes de Pascua 14/04/2023
Transcripción literal:
Lorena Natareno



Los creyentes, sin excepción, donde sea y sobre todo donde expresemos nuestra fe, vamos a encontrar personas que no van a estar de acuerdo con nosotros porque no creen en lo que nosotros creemos.

 

Al no conocer lo que nosotros conocemos por la fe, tampoco tendrán la capacidad de creer.  ¿Por qué? Porque quienes no creen, no conocen. Y si conocen, sólo conocen aquello que su mente, o que sus capacidades a partir de la objetividad les permiten. Así construyen un mundo, -y aquí el lenguaje del Evangelio de San Juan es muy descriptivo- un mundo, de acuerdo con su comprensión racional.   Eso quiere decir, que ellos giran alrededor de ese mundo. Y por más que quieran, no pueden salir de esa realidad construida bajo sus criterios, su modo de ser.  La fe es ir mucho más allá de ese mundo. Es salir de ese mundo, escapar de ese mundo que, en cierto modo, atenta contra ellos mismos, donde perdieron la capacidad de resolver sus problemas más grandes, tales como el sentido de sus vidas. 

 

La fe, por el contrario, nos permite salir de ahí y otorgarnos ese sentido que a veces perdemos. Pero como no se trata simplemente de entrar a discutir y convencer a aquellos que no creen y que, obviamente tienen sus razones para no creer, pues tienen sus argumentos persuasivos, nosotros sólo expresamos nuestra fe y nos valemos de los símbolos, de los signos de fe. 

 

Hay realidades que sólo pueden ser comunicadas a través de símbolos.   Recuerden ustedes cuando se enamoraron.  ¿Qué símbolos usaban? No hacían falta las palabras ¿verdad?  Un pestañazo era suficiente para que el corazón de la otra persona latiera en modo desesperado.  Un signo, un gesto, un movimiento, un corazón dibujado no tiene sentido en sí mismo; pero sí, que lo tiene.

 

Para las grandes cosas no hacen falta grandes argumentos, sino símbolos que lo representen.  Por eso los símbolos son aquellas cosas materiales visibles y sensibles como puede ser una flor, una cruz, el agua, la luz. Esas cosas expresan una realidad no visible y la hacen totalmente presente.  Jesús es una realidad visible, perceptible a través de nuestros símbolos, de nuestros gestos que son expresiones de la fe. 

 

El pez y el pan, dos símbolos que en la Sagrada Escritura destacan, por ejemplo, en la multiplicación de los panes y los peces. Sobre todo, el pez, que en la iconografía es el ictus: “Jesús Hijo de Dios verdadero”, es una expresión simbólica que nos comunica al Dios verdadero, propio de los primeros símbolos del cristianismo, que los encontramos, todavía, en las catacumbas: lugar de refugio de los cristianos perseguidos por el imperio romano. 

 

El pez es uno de los símbolos que a mi personalmente me gusta muchísimo.  El pez como expresión de Jesús. Es la expresión de Jesús el Hijo de Dios en Quien yo creo, en Quien yo ordeno mi vida.   Jesucristo, el Hijo del Dios verdadero. Él es Aquel en Quien yo desgasto mi tiempo, en Quien yo creo relaciones, es por Quien yo estudio.  Es en Quien yo confío.  Por eso los símbolos que me hacen presente Su condición Divina, se adhieren a mi condición humana.

 

Cuando yo, por ejemplo, porto una Cruz, le pongo mucho significado. La Cruz deja de ser una materialidad cualquiera y se adhiere a mí, según Aquel a Quien yo busco y en Quien yo creo.   Intenten destruir una foto de su primer hijo o de las personas que aman: ¡quizás lo hagan! Pero siempre quedará esa imagen en su corazón, porque no es posible destruir aquello que se adquiere por la fe.

 

Así son nuestros símbolos, nos hacen según esta comprensión. Éstas son las cosas hermosas ¿verdad? ¡Cómo desde la fe, siempre vamos de lo menos a lo más, de lo poquito a lo grande! ¡Porque Dios así se ha comunicado siempre con nosotros!

 

No tengamos miedo, al hecho de que, a veces no podamos expresar nuestra fe con argumentos y conceptos. Simplemente la experiencia que en nosotros comienza por ser poquita va alcanzando un destello inmenso en el que, después ni nosotros lo podemos explicar.   Si no lo sabes decir, es porque te trasciende incluso a ti mismo. Si al amor no lo puedes agarrar, no lo puedes expresar, pero lo vives; eso te hace grande y como te hace grande, entonces, aquellos que presumen de racionalidad no saben qué hacer contigo. 

 

Por eso la mejor condición del cristiano, que lleva en su corazón la fe de Aquel que ha resucitado y viven en él, es simplemente vivir de tal manera que su ser cristiano le convierte en un modo distinto, siempre nuevo de ser.  ¡Nada más!… ¡Nada más que en ese modo de ser!

 

Yo vivo lo que creo y como vivo de acuerdo con lo que creo, pues, esto me es suficiente.  Y por eso, queridos hermanos, el creyente se impone a sí mismo una vida moral, una vida ética, de acuerdo con lo que cree. Con razón y con facilidad nos señalan cuando caemos en un error, en una contradicción ¿verdad?   Porque la fe, la gran verdad que nos ilumina, nos impone en si mismo un modo de ser de acuerdo con lo que creemos. Es la vida ética, que nadie nos la impone desde afuera, nosotros la aceptamos como un modo propio de ser y esto a mi me embellece y embellece mis relaciones humanas, porque lo hago precisamente basado en lo que yo creo.  

 

Todo esto, digamos, cuando lo aceptamos como un modo propio de ser y en ello renovamos constantemente toda nuestra vida, deja fuera de combate a aquellos que no creen, aquellos que no creyendo en Jesucristo no se han adherido a la fe, aquellos que no se congregan con nosotros, aquellos que ordenan su vida de acuerdo con sus únicos criterios. 

 

A nosotros simplemente nos toca ser, como una pequeñita luz, una pequeñita candela encendida con una llamita iluminando las oscuridades de este mundo.  Eso nos convierte en un modo de ser propio porque nuestra vida está configurada en base a Aquel que es la piedra que desecharon los arquitectos ¿verdad?  Esa expresión muy bonita de este Salmo, de aquel a quien despreciaron, aquel “que no tenía valor” ahora se convierte en la base, en el sustento, sin el cual este mundo prácticamente no es comprendido, no puede ser sostenido. 

 

Queridos hermanos, nuestra fe en el Resucitado está basada en un hecho histórico, que sobre todo, le da contenido a nuestra vida. Nos convierte en algo diferente, en un modo de ser nuevo.

 

Que esta Gracia abunde en nosotros y que nos ayude a perseverar así, hasta el final de nuestras vidas. ¡Amén!

domingo, 14 de mayo de 2023

LOS DESEOS PROFUNDOS DE LA VIDA CRISTIANA

 





Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.

Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del martes de Pascua, 11 de abril del 2023. 
Transcripción literal: Lorena Natareno.
 

Si queremos mirar con claridad tenemos que limpiar nuestra mirada. Si queremos mirar con autenticidad, con pureza, tenemos que limpiar nuestro corazón.

 

Si los ojos son la luz del alma. Entonces, ¿miramos realmente con el alma, con su autenticidad? ¿Siendo el alma creada directamente por Dios o imagen suya, nos permite mirar como él mira?

 

MIRAR CON OJOS DIVINOS


Para mirar con ojos divinos y con el corazón se nos sigue pidiendo ser bautizados. Que nos arrepintamos de nuestros pecados. Que recibamos el Espíritu Santo. Estas eran las ideas centrales de la predicación inicial de los discípulos. Pedro lo dijo a todos los judíos: hay que recibir el Espíritu Santo. Sólo después los ojos aprenderán a mirar, y el alma mirará lo que tiene que mirar.

 

Esta es la condición indispensable, para que como bautizados y como quienes nos hemos confesado más de dos veces durante la Cuaresma, recibamos la fuerza del Espíritu Santo, que es esa Luz que nos hace presente al Resucitado, y nos permite vivir en esta condición.

 

EL PECADO ANCLA DEL PASADO


El pecado en nuestra comprensión es aquello que nos ancla, nos mantiene estacionados en cosas del pasado. Porque el pecado es aquello que nos ha hecho daño y nos tiene en este estado. ¿En qué estado estás tú?

 

Basta con revisar las acciones del pasado, aquellas que no nos permiten limpiar nuestra mirada para mirar con claridad hacia el futuro. A veces se nos hace difícil mantener la mirada limpia, porque estamos demasiado anclados en ese pasado. Tan anclados estamos que cuando queremos corregirnos, corregimos a los otros, no nuestro pasado. Queremos apartar a los otros de su pasado, de su pecado. Y por nuestra parte insistimos en mantenernos tal cuales. Así es como aprendimos a sentenciar a otros.

 

Poco parecido lo que sucedió a unos amigos casados. Llegaron a confesarse con migo, después de que la esposa se confesó, se acercó su esposo y me dice:  -“Padre, yo no me voy a confesar, pero perdóneme de una vez los pecados”  -Y eso ¿por qué?, dije. El repuso: - “porque mi mujer ya se confesó con usted y seguramente ya le habló mal de mí, así que de una vez perdóneme”. Suele ocurrir ¿verdad? Son los otros, a los anclados en el pasado a quienes queremos corregir y eso no nos permite mirar con entera claridad.

 

 

Entonces, se trata de reinterpretar la vida presente. La condición del Dios eterno se halla totalmente en el momento presente. Si el pasado queda olvidado con el perdón de los pecados, ya no debiéramos mirar hacia él. Nos toca, más bien, partir del presente hacia adelante y visualizar de una manera totalmente nueva. Si no somos capaces de superar nuestro pasado trágico, doloroso, feo y pecaminoso y a la vez queremos que Dios nos resuelva las cosas, nada será posible a no ser que superemos aquellas cosas del pasado.

 

Por eso recibir el Espíritu Santo implica superar esta condición de pasado y abrirnos a una nueva visión, para que ahora Dios comience a construir con nosotros en adelante las cosas nuevas.

 

Hemos escuchado que las lágrimas en la mentalidad religiosa tienen un sentimiento profundo de culpabilidad.  Entonces ¿Por qué llorar delante de un difunto?  ¿por el amor que le tenemos o porque no volveremos a ver físicamente a la persona que se va?  Casi siempre se nos vuelca un sentimiento por el bien que no hicimos, por lo que no le dijimos...  Si lloramos por el bien que no hicimos, entonces, de aquí en adelante dejemos que la Gracia del Espíritu Santo nos permita llorar nuestra culpa. Por ese pasado que no podemos corregir, porque nos permitirá subir un grado en la bondad. Es lo que ocurre en el caso de María Magdalena.

 

SANTA MARÍA MAGDALENA


En la tradición del Nuevo Testamento, se cuenta que a María Magdalena le expulsaron siete demonios. Es el único dato que hay sobre ella. Por favor no digan que es una pecadora de otro estilo. Algunos de nosotros tenemos más de siete pecados. Somos unos brabucones, chismosos, buscapleitos, no saludamos a nadie. Pues, María Magdalena seguramente era así:  broncosa, enojona, de mal humor.   Si le expulsaron siete demonios es porque era una mujer de armas tomar, por decirlo así. Pero ya había sido perdonada por esto. Su pasado ya había quedado atrás. ¿Por qué llora ahora?   ¿Por qué llora ante la ausencia del Señor?


Llora porque tiene al Señor en su corazón. Porque Él ya forma parte de su condición de persona, de mujer.  No llora con sentimiento de culpa.


Persiste en el llanto por el mismo amor. Si en el amor nos hacemos buenos, esa bondad tiende a perfeccionarnos. Es como decir: ya soy buena, ahora quiero ser mejor; ahora soy mejor, quiero ser perfecta.

 

La mayoría hemos ido a la escuela. Como estudiantes al superar una calificación de sesenta, la pasando bien. Si logramos un nivel de ochenta o de noventa por ciento y un día sacamos un sesenta, sufriremos y lloraremos porque ya nos habíamos acostumbrado a un grado de perfeccionamiento.


 Así es en la superación humana y espiritual. Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.


El llanto de María Magdalena tiene que ver con el deseo de retener al Señor y plantearle un mundo de acuerdo con este amor, del que ella ya participa con Él. Ella visualiza el futuro. A pesar de eso las lágrimas no le permiten mirar con claridad, por eso confundió a Jesús con el jardinero (¡benditos jardineros! ¡dichosos los que nos gusta hacer jardín!). Pero una vez lo reconoce quiere hacerlo para ella, y de la comunidad; porque María Magdalena también representa a la comunidad. La comunidad de los creyentes que ya son parte de él. Por eso, María Magdalena, quiere que el Señor se quede para siempre con ella.

 

LA ESPERANZA CRISTIANA


Definir desde aquí nuestro futuro, es definir nuestra esperanza. Definir el hacia donde vamos y aquello en lo que nos vamos convirtiendo cada día. La persona que vive en la esperanza no solamente va realizando sueños de futuro, sino que va encontrando ya las satisfacciones de sus anhelos; porque va convirtiéndose en algo nuevo cada día, porque ya está encarando aquello en lo que finalmente, se convertirá. Esta es la esperanza.

 

Uno de los momentos tan místicos, tan sublimes y auténticos de los cristianos está en la Eucaristía. La Eucaristía cobra notoriedad en nosotros porque nos convierte desde la esperanza en aquello que seremos. Al participar, ya de la Eucaristía, nos estamos alimentando eternamente de lo que seremos para siempre. De tal manera que teniendo a Cristo en nuestro corazón lo tendremos a él eternamente. Esto define nuestra esperanza. Esto define en María Magdalena, su sueño de eternidad. La esperanza es querer poseer al Señor ahora mismo y que él me posea. La esperanza es que Él entre en mi alma y que me ilumine desde dentro. Esta es una experiencia mística y profunda de fe.

Queridos hermanos, si hemos salido de un tiempo de Cuaresma en el que hemos superado nuestros pasados trágicos de pecado, ahora nos abrimos con la Luz de la resurrección hacia un futuro y a una esperanza prometedora que, experimentamos en el resucitado. Eso es lo que nos ha convertido en personas diferentes, nuevas.  Esto es vivir en la condición de la Gracia. Esto es lo que ya nos provoca una inquietud de tensión hacia adelante. Es lo que nos hace sentir y proclamar nuestra fe y creer en la salvación eterna. 

 

Pidamos al Señor que esa Gracia abunde en nosotros, que nos ilumine desde la profundidad de nuestra alma. Que nuestra vida tenga sentido en función de nosotros mismos y para darle sentido a los otros.

 

Muchas personas en nuestro derredor andan carentes de sentido, con hambre de Dios. Aunque no lo digan. Con un hambre de eternidad que, aunque no lo expresen, la mendigan. Muchos mendigan amor y por no expresarlo, se auto torturan y torturan a los demás.  Sufren y hacen sufrir.  Si nosotros tenemos la Gracia, la esperanza, tenemos las capacidades de iluminar sus almas.  Si tenemos un sentido que viene de la esperanza, podemos dar ese sentido a la vida de los otros. Que el Señor nos conceda su abundante Gracia. ¡Que así sea! ¡Amén!

miércoles, 10 de mayo de 2023

LUNES DE PASCUA



El que obedece a su conciencia no se equivoca nunca


Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación de lunes de Pascua, 10 de abril del 2023. 
Transcripción literal: Lorena Natareno. 



¿Cómo ayudar a una persona en situación de tristeza? ¿Cómo acompañar a aquellos que se sienten afectados por un acontecimiento en donde, por ejemplo, se les derrumba su empresa, o hay problemas serios en la familia? ¿Cómo ayudar en estos casos?

 

¿Cómo siendo una persona ajena a los problemas puedes meterte y sin que te pidan opinión, opinar porque crees que tienes que hacerlo? ¿Cómo intervenir?

 

Desde afuera de una situación confusa uno tiene más o menos la claridad de lo que pasa, distinto a la poca claridad que tienen aquellos que están dentro. Uno casi puede decir: “estás errado en el modo en que estás actuando”. “Estás totalmente resignado cuando en realidad hay otra posibilidad que tú no ves”.

 

Esta claridad de ver desde fuera ocurre porque desde ahí se mira con más verdad. Tomando distancia de un hecho uno logra tener un panorama mucho más amplio y criterios mucho más claros, diferentes a los que tienen quienes están “metidos en el ajo”.

 

Y si nosotros, por otro lado, no somos los agentes externos, sino los que estamos dentro del problema, ¿Cómo tener la claridad y la solvencia que la Luz nos da en estas situaciones para decidir convenientemente?

 

Hay sucesos en los que nuestro corazón sigue alterado emocionalmente. Estamos confusos. Una ruptura hace pedazos el corazón.

 

El mejor modo de resistir es volver a nuestro quehacer de cada día, “con actitud resignada”. Si soñé un mundo mejor construyendo una familia o una empresa y éstas fracasan, resignarme no es lo mismo que perder el sentido de la vida, sino volver a otro modo de vida, a otro trabajo, igual sea a picar piedra, porque sé que debo seguir en las mil batallas.

 

Muchas veces la crisis se desata en el mismo instante en que intentamos resolver los problemas siendo parte de él. Las mujeres que experimentaron la resurrección del Señor en su propio corazón se sumergieron en un drama profundo. Siendo parte de ese suceso y a la vez tomando distancia de él. Es un agridulce.

El texto de hoy nos cuenta que: “Después de escuchar las palabras del Ángel, las mujeres salieron a toda prisa del sepulcro…”  Es decir, toman distancia del sepulcro, a pesar de estar involucradas directamente en esta experiencia única de la Resurrección del Señor. “La confusión las define: están llenas de temor y de gran alegría al mismo tiempo”.

 

Esta confusión, entre el temor y la alegría, es una clave de lectura para interpretar desde el discernimiento.

 

El temor no es exactamente miedo, como trastorno mental. Aquí el temor implica un grado de respeto, de admiración. Es estar delante de algo que es grande, que trasciende en altura, en belleza… en admiración. Este temor es provocado en nosotros cuando nos sentimos delante de la Divinidad. Es lo que movió a las mujeres a que corrieran a dar la noticia a los discípulos…”

 

Los otros que no están donde están las mujeres, tendrán una opinión diferente. Aclararse les moverá no sólo a una cuestión nueva, mental y afectiva; no, sino a la configuración de una nueva comunidad de los discípulos. Teniendo en este caso al Maestro como centro, quien les irá dando las luces suficientes para avanzar en el camino. 

 

En la vida práctica existe un principio de la ética, que nos resuelve el asunto de la duda. ¿Qué hacer en la duda? Este dice: -Obedece a tu conciencia.

 

El que obedece a su conciencia no se equivoca nunca. Cuando alguien venga a ustedes y les pida un consejo en una situación confusa, no se adelanten a dar consejos, aunque tengamos claridad de lo que se debe hacer o no. Pregunten, a quien pide el consejo: ¿Qué dice tu corazón? Devolvámosle el mandado y extraigamos de ahí las respuestas que el busca. Luego ya podemos ser su cómplice, en el buen sentido, para acompañarle, para que este hermano, se apropie de esa verdad que está en su interior.

 

Es lo que hacen las mujeres, lo que hacen los discípulos. Ceden a la verdad de su conciencia. No persisten en el enojo, por la muerte cruenta e injusta de su maestro. Ceder a la verdad que ya está en ti es permitir que Dios ilumine tu interior.

 

Deja que destelle en tu corazón aquella verdad que se te planta delante. Obedeciendo a tu conciencia. Dios es la verdad mucho más consciente de lo que imaginas. Quizá a veces se te muestre inconsciente, en ese caso sólo deja que se te aclare y se eleve al estado de lo consciente. Deja que repose lo que hay en ti. Déjalo como aquello que está en el fondo del rio, que pronto flotará o se manifestará.

 

En estos casos a veces necesitamos a alguien que nos ayude ¿verdad?; porque aún con la claridad de nuestra conciencia también nos resistimos a no quererla oír. Es lo que en los temas de estudio de la conciencia se llama “apropiación de esa ley interior”.

 

En el camino espiritual hemos aprendido a obedecer desde la conciencia. Si lo hacemos, ten por cierto que no te vas a equivocar. Sigue la verdad de tu corazón, porque ahí en tu corazón no solo acontece algo de tu naturaleza humana que llamamos dignidad, sino que ahí mismo está la misma voz de Dios, la misma Luz del Espíritu que es la que trasluce en ti, en tus grandes anhelos por amar, por conquistar, por ser grande.

 

Desde lo interior de esta luz al destellar en ti, te haces exteriormente bello, atractivo y capaz para hacer grandes cosas con (o por) los demás.

 

Si escuchas a tu conciencia y con base a esto te construyes, serás una persona auténtica. Entonces llegarás a saber que ya no puedes presentarte como quien engaña a los demás.

 

No te engañes a ti mismo. Escucha la verdad más profunda que hay en ti. Esto es Cristo el Resucitado. Es la verdad que urge en ti, por dramática que sea la situación de la familia que se derrumba, de la empresa que se cae, de los líos.   Si partes de esa verdad profunda, de la Luz Divina de tu interior, harás el camino con Aquel que es el Camino, Aquel que es la Verdad, Aquel que es la Vida, Aquel que es nuestra resurrección, en quien nuestra vida nos colma de sentido.


En este agridulce de las mujeres, del temor y alegría, nos toca a nosotros resolver. 


Queridos hermanos, en este lunes de Pascua pidamos al Señor que aumente en nosotros esta Gracia y que obedezcamos a nuestra conciencia. Con Él y con nuestras capacidades; sin duda no nos equivocaremos nunca. Esto es sin dudas lo que nos hace aptos para también acompañar a los demás. Que así sea.  Amén.

lunes, 1 de mayo de 2023