La muerte en crecida
Por: Gvillermo Delgado OP
En algún lugar de nuestra alma se anida la muerte en crecida. Muchos prefieren no entender para no reconocer lo evidente, aun sabiendo que eso no inhibe el
progreso hacia ese punto cero del reloj.
Lo razonable de la realidad, que la vida impone, consiste en
una sola: ejercer el derecho a la libertad.
Ejercer el derecho a la libertad es construir ideales que traspasen
los límites de la vida. Ya que vivir como mortales obliga a determinar cada
instante con la prisa de que el tiempo se nos va sin apenas pedir permiso.
Si fuéramos inmortales no necesitaríamos la libertad. No existiría
la prisa por vivir. La libertad es el diseño de un camino cuya estación final
es el sueño hacia donde toda alma se orienta.
Sin embargo, vivir la libertad con prisa es correr el riesgo
de salirnos de la dirección en cuyo camino la libertad nos puso al nacer. Y en
lugar de una libertad que encamine a los ideales, minemos cada espacio, que nos
sostiene, en terrenos de desorden.
Si el riesgo de la libertad es hacer de la vida un desorden (desorden
que sólo aleccionará después de grandes pérdidas): ¿Para qué sirvió esa
libertad?
La libertad es la orientación de la vida para “el después de la vida”. Lo
cual hace bello el “instante del ahora mismo”, pues, es como un adelanto de lo
que un día seremos.
La libertad es disfrutar el paisaje del camino, hacer de la
felicidad un modo de vida; aunque una muerte impostergable se anide en el alma.