El Perdón Hechos y Palabras domingo, 2 de abril de 2017 Sin Comentarios



Guillermo Delgado OP

Si eres de las personas que dicen ¿Por qué no soy feliz? 

Examina tus pensamientos. No todos los pensamientos son saludables para el alma, algunos hay que cambiarlos.

¡Toma una postura en favor de la felicidad!

Esto es decisivo porque las ideas que reposan en el interior del alma pronto se traducen en realidades visibles.

Las ideas impulsan las acciones de las manos. En las manos se materializan las ideas que explican la felicidad.

Por eso hay que cuidar los pensamientos y las palabras. De eso depende el bien o el mal que mueve tus acciones.

¿Qué pasa si en plena conciencia te mueves hacia el mal? y ¿Haces del tiempo que posees para ser feliz, un caldo de cultivo para el pecado?

Recuerda esto: Una vez caído en pecado, sólo te queda una alternativa: emprender el camino del perdón, que es el de la felicidad.

Pero, para llegar al momento del perdón, debes primero alcanzar la conversión. Perdón y conversión son los dos ojos que miran en dirección de la felicidad deseada.

La conversión es retornar al camino que en algún momento dejaste. Ese “retornar” es radical cuando la persona se posesiona de sí misma delante de otra persona, para ser alcanzada en el amor, ya que sólo la persona que se siente amada se dirige a la otra persona para amarla.

Quien está en pecado no puede mirar a la otra persona cara a cara, no puede amarla.

En pocas palabras, el pecado es romper en el amor. Por consiguiente, de esa lesión es de donde hay que partir para convertirse y experimentar el perdón.

La “lesión” del pecado, no es un sentimiento de culpa moral como fruto de la ruptura de una norma. No. Es algo más. Es un atentar contra el amor; por tanto, un atentado contra Dios. 

Al considerar el pecado como un atentado contra Dios, como gravísimo, sólo queda una salida, esa es, volver al amado.

La experiencia del mal como fruto del pecado es aquella fuerza que arrastra al pecador sin tener control de sí mismo, como lo hace el río a la rama después de la tempestad.

Esta miseria no es tolerable, porque no es fácil controlarla, ya que pecar, es también faltar a la razón, a la verdad, a la  conciencia recta, en tanto, faltar al amor verdadero para con Dios y con “el otro”. Es romper el hilo de oro que nos une con lo más sagrado.

El pecado provoca un hastío de pena anticipada. Es vivir sentenciado en la larga noche del dolor que no se repara así nomás.

Hay que “hacer algo”, eso, que nadie puede hacer en lugar tuyo. “Debes” hacerlo tu mismo. 

¡Mejor si es ¡ahora!

No queda de otra, hay que "re-tomar el camino", volver al punto del extravío. Allá donde se rompió en el amor.

Sólo aquella hora en que "vuelvas", experimentarás el perdón.

Entonces, verás brillar el amor, como tu gran tesoro. El ser feliz.

Por: De Guillermo Delgado-Acosta, OP

Foto: en red.

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