A: los pequeños de la casa:
Carlos (El Nene), Diego, Edwar,
Ariana, y Guillermo Antonio
Las cosas y las personas inútiles no valen la pena. El vaso o la bolsa de plástico “me sirve” sólo con su contenido, en su defecto es basura; igual pasa con las personas, quienes al clasificarlas en clases o condición social, siempre queda un margen que llamamos "el resto”. De ahí vienen los marginados o los que sobran, quienes están demás en el mundo.
En ese sentido muchos valores entran en suspensión y crisis. Por ejemplo, los procesos educativos aprehendidos y perfeccionados en la tradición familiar y los conocimientos pedagógicos pierden vigencia; lo misterioso de la naturaleza sólo suscita curiosidad en los niños y las personas de ciencia; pocas personas llegan enterarse de donde les viene el agua y la luz eléctrica que consumen, a dónde van la basura y los desechos sólidos o líquidos… En ese panorama surgen nuevos credos, que se configuran al margen de “las verdades de fe religiosa” o de las grandes ideologías, filosofías o planteamientos políticos. La religión y el pensamiento triunfan sólo en la practicidad, que “resuelven cosas de la vida”.
Nos corresponde reinventar la navidad. A nosotros, quienes no
creemos en la única verdad de lo útil, en la relativización de la verdad
humana.
Se trata de volver a ser como hemos sido creados. Se trata de volver
el alma a su lugar, para que el espíritu que lo mueve todo nos permita soñar el
presente que configura un mejor destino.

La Navidad para nosotros los humanos, humanizados (con el espíritu que
lo mueve todo) nos permite buscar sentido a la vida hasta en las pequeñas
cosas, porque reconocemos un origen y un destino, aunque a veces se torne opaco.
Instalados en la precariedad, abajo del puente, como parte del pesebre,
la vida vuelve a ser inventada. Porque lo auténtico tiene que venir desde
abajo, como la semilla que contiene la verdad de la savia y que impulsa todo hacia arriba.
Nos toca mirar hacia nuestra niñez, por ejemplo. Y
reconocer en lo pequeño de los otros, nuestra propia grandeza. Cuando eso ocurra se impondrá la sensibilidad de nuestra propia naturaleza y nos haremos más solidarios con los que menos tienen, con los de a pie, con los sin techo ni
salario, con el diferente por su condición sexual, étnica, y económica. La
Navidad en estos términos nos instala en el patio de una ética universal. Esa que sólo acontecerá cuando penetremos en el silencio de las raíces y
nos veamos desde abajo, como sólo puedo hacerlo Dios, como sólo nosotros podemos permitirlo.
Por: Guillermo D.
Quezaltepeque, El Salvador, navidad del 2012
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