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Perdonar con el alma

 


Perdonar con el alma

 

Por: Guillermo Delgado OP

Fotografía: de camino a Santa María Cahabón.

 

Solo si amas eres capaz de perdonar. Quien ha pasado por el bache infranqueable que deja el pecado (el pecado como una traición al amor), y ha perdonado o ha sido perdonado, adquiere para sí la autoridad moral del amor y el poder de reconstruir cualquier relación en ruinas.


“La misericordia es el nombre de Dios” (Papa Francisco). Que es lo mismo perdonar con el corazón. Por eso, en Dios es posible superar todo pecado, por grave que sea. ¿Cómo?: Amando al pecador y aborreciendo el pecado. En este caso el resultado no puede ser otro que la transformación total, como el tránsito de la semilla enterrada que luego se ilumina germinando. Ser perdonado es avanzar en la luz del amor.


Esto es, en pocas palabras, lo que Jesús nos cuanta acerca de quién es Dios en la parábola del Padre amoroso, tradicionalmente conocida como del hijo pródigo (Lc 15,11-32). Y cómo nosotros, sus criaturas, somos imagen suya.




¿Es posible perdonar y olvidar? Olvidar: ¡Claro que no! Perdonar ¡Claro que sí!, porque perdonar es superar la situación de pecado; aunque persista la memoria en retener los hechos sin olvidarlos.


 “A golpe dado, no hay quite”. Pero no hay golpe que no pueda ser sanado. ¿Cómo?: Recibiendo nuevamente a quien estaba extraviado y ha vuelto a casa. Acogiéndolo con el abrazo del alma. Así quien perdona es referente de la imagen de Dios y quien es perdonado asegura para sí mismo la semejanza del Altísimo a modo de una fuerza que de ahí en adelante le irá trasformando en alguien totalmente nuevo.


En consecuencia, no hay modo de hacer efectivo el perdón si este no se da con amor. Así la conversión acontece en quien pide perdón y en quien lo da. Y de un modo más pleno en quien perdona. De ahí la grandeza de Dios, y la autoridad de la persona que perdona. Quien perdona, también, sabe reprender, reprender por amor.

lunes, 10 de marzo de 2025

Salud del alma

 


Salud del alma



Por: Gvillermo Delgado Acosta OP



La salud del cuerpo, del espíritu y de lo racional sólo llegará a sostenerse en el tiempo el día que apostemos por la salud moral. Lo han insinuado los neurocientíficos sosteniendo que la salud mental está arraigada en los problemas éticos. Cuidarnos deviene de la ética y la moral.


En el largo camino de las religiones ha quedado expresado que el pecado acarrea la propia culpa. La culpa se convierte en peso y el peso en el pesar que arrasa con toda vida dichosa. Si la bienaventuranza es añoranza de un paraíso perdido es porque es memoria de lo que un día fuimos y dejamos de serlo.


Basta con espiar por la propia historia desde la infancia y constatar tantas pérdidas, de lo que dejamos de ser. Hannah Arendt afirmó que la única razón por lo que vale la pena conocer el pasado es para modificar el futuro. Inmiscuirnos en aquello que perdimos y dejamos de ser, por acciones erradas, hace creer en lo mucho que aún podemos mejorar.


La ética es el camino. Cuando definimos a la persona como sabia, dada su razón y su proceso de perfeccionamiento en una larga data evolutiva, en el fondo lo que se describe es el silencioso devenir a través de la ética. Sin la ética jamás se podría definir a la persona, ni tan siquiera desde un mínimo ápice de sabiduría.


Recuperar a esa persona sabia, que la humanidad ha perdido, ha empezado a acontecer el día en que no hablemos de la ética universal como un imperativo, sino que tú y yo somos esa moral, esa ética; y atrevernos a decir: estoy buscando no sólo fuera de mí, sino en la persona que soy yo mismo. No como persona en soledad sino orientada hacia ti.


Bastaría que esa relación estuviera animada por el valor de la empatía como para reivindicar lo perdido y dar crédito a tantas luchas al nivel que sean, por la cual la persona ha batallado y sigue haciéndolo; pero cada vez que hace una lucha en lugar de asomarse a lo que busca lo enturbia, porque se reinventa no desde el bien sino desde el mal, desde lo inmoral.



Recuperar lo humano en el valor de la empatía sería renacer desde lo más original y auténtico, para ser en lo original y en lo auténtico.


Quien es empático llega a habitar el alma del otro. El empático habilita la capacidad de perdonar y ser perdonado. Bastaría una pequeña dosis de empatía para descender a las profundidades del alma; ya que la empatía es un buen asomo a lo sublime, a la condición espiritual humana. Reivindicarse desde ahí es recuperar al hombre sabio. Eso es recuperar la salud del alma.


miércoles, 14 de agosto de 2024

LOS DESEOS PROFUNDOS DE LA VIDA CRISTIANA

 





Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.

Por: Gvillermo Delgado OP
Predicación del martes de Pascua, 11 de abril del 2023. 
Transcripción literal: Lorena Natareno.
 

Si queremos mirar con claridad tenemos que limpiar nuestra mirada. Si queremos mirar con autenticidad, con pureza, tenemos que limpiar nuestro corazón.

 

Si los ojos son la luz del alma. Entonces, ¿miramos realmente con el alma, con su autenticidad? ¿Siendo el alma creada directamente por Dios o imagen suya, nos permite mirar como él mira?

 

MIRAR CON OJOS DIVINOS


Para mirar con ojos divinos y con el corazón se nos sigue pidiendo ser bautizados. Que nos arrepintamos de nuestros pecados. Que recibamos el Espíritu Santo. Estas eran las ideas centrales de la predicación inicial de los discípulos. Pedro lo dijo a todos los judíos: hay que recibir el Espíritu Santo. Sólo después los ojos aprenderán a mirar, y el alma mirará lo que tiene que mirar.

 

Esta es la condición indispensable, para que como bautizados y como quienes nos hemos confesado más de dos veces durante la Cuaresma, recibamos la fuerza del Espíritu Santo, que es esa Luz que nos hace presente al Resucitado, y nos permite vivir en esta condición.

 

EL PECADO ANCLA DEL PASADO


El pecado en nuestra comprensión es aquello que nos ancla, nos mantiene estacionados en cosas del pasado. Porque el pecado es aquello que nos ha hecho daño y nos tiene en este estado. ¿En qué estado estás tú?

 

Basta con revisar las acciones del pasado, aquellas que no nos permiten limpiar nuestra mirada para mirar con claridad hacia el futuro. A veces se nos hace difícil mantener la mirada limpia, porque estamos demasiado anclados en ese pasado. Tan anclados estamos que cuando queremos corregirnos, corregimos a los otros, no nuestro pasado. Queremos apartar a los otros de su pasado, de su pecado. Y por nuestra parte insistimos en mantenernos tal cuales. Así es como aprendimos a sentenciar a otros.

 

Poco parecido lo que sucedió a unos amigos casados. Llegaron a confesarse con migo, después de que la esposa se confesó, se acercó su esposo y me dice:  -“Padre, yo no me voy a confesar, pero perdóneme de una vez los pecados”  -Y eso ¿por qué?, dije. El repuso: - “porque mi mujer ya se confesó con usted y seguramente ya le habló mal de mí, así que de una vez perdóneme”. Suele ocurrir ¿verdad? Son los otros, a los anclados en el pasado a quienes queremos corregir y eso no nos permite mirar con entera claridad.

 

 

Entonces, se trata de reinterpretar la vida presente. La condición del Dios eterno se halla totalmente en el momento presente. Si el pasado queda olvidado con el perdón de los pecados, ya no debiéramos mirar hacia él. Nos toca, más bien, partir del presente hacia adelante y visualizar de una manera totalmente nueva. Si no somos capaces de superar nuestro pasado trágico, doloroso, feo y pecaminoso y a la vez queremos que Dios nos resuelva las cosas, nada será posible a no ser que superemos aquellas cosas del pasado.

 

Por eso recibir el Espíritu Santo implica superar esta condición de pasado y abrirnos a una nueva visión, para que ahora Dios comience a construir con nosotros en adelante las cosas nuevas.

 

Hemos escuchado que las lágrimas en la mentalidad religiosa tienen un sentimiento profundo de culpabilidad.  Entonces ¿Por qué llorar delante de un difunto?  ¿por el amor que le tenemos o porque no volveremos a ver físicamente a la persona que se va?  Casi siempre se nos vuelca un sentimiento por el bien que no hicimos, por lo que no le dijimos...  Si lloramos por el bien que no hicimos, entonces, de aquí en adelante dejemos que la Gracia del Espíritu Santo nos permita llorar nuestra culpa. Por ese pasado que no podemos corregir, porque nos permitirá subir un grado en la bondad. Es lo que ocurre en el caso de María Magdalena.

 

SANTA MARÍA MAGDALENA


En la tradición del Nuevo Testamento, se cuenta que a María Magdalena le expulsaron siete demonios. Es el único dato que hay sobre ella. Por favor no digan que es una pecadora de otro estilo. Algunos de nosotros tenemos más de siete pecados. Somos unos brabucones, chismosos, buscapleitos, no saludamos a nadie. Pues, María Magdalena seguramente era así:  broncosa, enojona, de mal humor.   Si le expulsaron siete demonios es porque era una mujer de armas tomar, por decirlo así. Pero ya había sido perdonada por esto. Su pasado ya había quedado atrás. ¿Por qué llora ahora?   ¿Por qué llora ante la ausencia del Señor?


Llora porque tiene al Señor en su corazón. Porque Él ya forma parte de su condición de persona, de mujer.  No llora con sentimiento de culpa.


Persiste en el llanto por el mismo amor. Si en el amor nos hacemos buenos, esa bondad tiende a perfeccionarnos. Es como decir: ya soy buena, ahora quiero ser mejor; ahora soy mejor, quiero ser perfecta.

 

La mayoría hemos ido a la escuela. Como estudiantes al superar una calificación de sesenta, la pasando bien. Si logramos un nivel de ochenta o de noventa por ciento y un día sacamos un sesenta, sufriremos y lloraremos porque ya nos habíamos acostumbrado a un grado de perfeccionamiento.


 Así es en la superación humana y espiritual. Sufrimos nuestras frustraciones, nuestras miserias, porque hemos descubierto el deseo de superarnos, de querer más.


El llanto de María Magdalena tiene que ver con el deseo de retener al Señor y plantearle un mundo de acuerdo con este amor, del que ella ya participa con Él. Ella visualiza el futuro. A pesar de eso las lágrimas no le permiten mirar con claridad, por eso confundió a Jesús con el jardinero (¡benditos jardineros! ¡dichosos los que nos gusta hacer jardín!). Pero una vez lo reconoce quiere hacerlo para ella, y de la comunidad; porque María Magdalena también representa a la comunidad. La comunidad de los creyentes que ya son parte de él. Por eso, María Magdalena, quiere que el Señor se quede para siempre con ella.

 

LA ESPERANZA CRISTIANA


Definir desde aquí nuestro futuro, es definir nuestra esperanza. Definir el hacia donde vamos y aquello en lo que nos vamos convirtiendo cada día. La persona que vive en la esperanza no solamente va realizando sueños de futuro, sino que va encontrando ya las satisfacciones de sus anhelos; porque va convirtiéndose en algo nuevo cada día, porque ya está encarando aquello en lo que finalmente, se convertirá. Esta es la esperanza.

 

Uno de los momentos tan místicos, tan sublimes y auténticos de los cristianos está en la Eucaristía. La Eucaristía cobra notoriedad en nosotros porque nos convierte desde la esperanza en aquello que seremos. Al participar, ya de la Eucaristía, nos estamos alimentando eternamente de lo que seremos para siempre. De tal manera que teniendo a Cristo en nuestro corazón lo tendremos a él eternamente. Esto define nuestra esperanza. Esto define en María Magdalena, su sueño de eternidad. La esperanza es querer poseer al Señor ahora mismo y que él me posea. La esperanza es que Él entre en mi alma y que me ilumine desde dentro. Esta es una experiencia mística y profunda de fe.

Queridos hermanos, si hemos salido de un tiempo de Cuaresma en el que hemos superado nuestros pasados trágicos de pecado, ahora nos abrimos con la Luz de la resurrección hacia un futuro y a una esperanza prometedora que, experimentamos en el resucitado. Eso es lo que nos ha convertido en personas diferentes, nuevas.  Esto es vivir en la condición de la Gracia. Esto es lo que ya nos provoca una inquietud de tensión hacia adelante. Es lo que nos hace sentir y proclamar nuestra fe y creer en la salvación eterna. 

 

Pidamos al Señor que esa Gracia abunde en nosotros, que nos ilumine desde la profundidad de nuestra alma. Que nuestra vida tenga sentido en función de nosotros mismos y para darle sentido a los otros.

 

Muchas personas en nuestro derredor andan carentes de sentido, con hambre de Dios. Aunque no lo digan. Con un hambre de eternidad que, aunque no lo expresen, la mendigan. Muchos mendigan amor y por no expresarlo, se auto torturan y torturan a los demás.  Sufren y hacen sufrir.  Si nosotros tenemos la Gracia, la esperanza, tenemos las capacidades de iluminar sus almas.  Si tenemos un sentido que viene de la esperanza, podemos dar ese sentido a la vida de los otros. Que el Señor nos conceda su abundante Gracia. ¡Que así sea! ¡Amén!

miércoles, 10 de mayo de 2023

Domingo de Resurrección

 


Creer en Él para entenderlo a Él, entenderlo a Él para creer en Él.

Por: Gvillermo Delgado OP
Homilía pronununciada el 09/04/2023
Transcripción literal de Lorena Natareno


Hay una etapa de nuestra vida, especialmente durante la juventud, donde florecen demasiadas cosas en nuestros corazones. Por ejemplo, ilusiones. Puede ocurrir que crezcan ilusiones en nuestro corazón como una fe inquebrantable con la que prácticamente decidamos el devenir de los días o puede ser, también al mismo tiempo que, decidamos que no florezca nada; sino dejar que crezca sólo aquello que viene de nuestras capacidades humanas; cuanto eso pasa, nos convertimos en el defecto que combatimos en las otras personas, lo que no nos permite llegar a ser lo que ya sabemos que debemos ser.

 

Siendo joven, puedo recordar, precisamente aquellos momentos en que ilusionado por lo que yo no sé de qué manera mis padres sembraron en mi corazón y que me han permitido ser lo que ahora soy, al punto que creció en mi un gran amor a Dios, a la Iglesia, a los sacramentos. Y fui poco a poco ofreciendo mi propia vida sin que nadie me lo indujera, así lo sentí. Nunca fui obligado a ir a Misa, pero nunca tampoco me lo impidieron. Sentía una ilusión tan grande que yo no entendía por qué otros no la sentían, tampoco aquel contentamiento por los sacramentos por la escucha de la palabra, por la oración; por el contrario, los compañeros de estudio tenían más bien reacciones distintas a mí. No comprendía por qué mis compañeros, por el contrario, tenían comportamientos y hacían actividades diferentes, por ejemplo, durante las vacaciones o en el fin de semana. No siempre coincidíamos. Unos se ocupaban en pasear o en hacer otras cosas distintas a las que por lo menos, dos o tres hacíamos distintas en aquel tiempo.

 

Esto tiene que ver precisamente con el sentimiento profundo que crece en el corazón de cada uno y que carecería de valor si no fuera por una disposición que muchas veces es cultivada por nuestros padres o por la comunidad cristiana. Estoy convencido que ninguno de los presentes estaría acá sin que hubiera gente que los ha acompañado desde chiquitos, que les ha permitido crecer en la fe y en el amor.

 

Y es que es en estas primeras etapas y en el crecimiento de nuestra fe cuando abundan los cuestionamientos, preguntas abiertas que no tienen respuesta. Así, por ejemplo, “Es que no creo porque no entiendo”.

 

Uno podría responder a la manera de San Agustín: “Es que no entiendes porque no crees”. Porque solamente aquel que cree entiende. Y solo aquel que entiende aumenta en la fe. La fe no te da una única respuesta. La fe abre un campo inmenso en el que va permitiendo ahondar en el misterio insondable de Dios. Dios es un abismo profundo que nunca logramos penetrar. Por eso es un Misterio. No es una respuesta hecha. No es un concepto elaborado por la RAE, sino una respuesta abierta que se va expandiendo y haciendo; por lo mismo es tan grande que nos provoca un dinamismo de avanzar en esa dirección.

 

Este es el testimonio que escuchamos en los Hechos de los Apóstoles, de los profetas, de los primeros creyentes, de cuantos creen en Él; de todos, de quienes han recibido el perdón de los pecados.

 

Creer en Él para entenderlo a Él, entenderlo a Él para creer en Él. Esto es lo que provoca en nosotros esa inquietud, ese rumor que va creciendo en el corazón, que no entendemos de donde viene y a donde nos lleva; pero vamos avanzando con ese rumor profundo. Es el Señor que va hablando desde adentro. Es la misma inquietud que puso en el Corazón de María, de los discípulos, de los jóvenes que consagran su vida al Señor en el matrimonio o en la vida consagrada. No sería posible de otro modo, sin este creer en que Dios a través de lo que yo puedo hacer Él está queriendo manifestar su grandísimo y misterioso amor. La buena noticia que nos transmiten, en ese sentido los Apóstoles, es que creyendo en Él y por su medio llega a nosotros el perdón de los pecados. Esto es posible. El perdón de los pecados sí es posible.

 

Creer en Él permite que esta luz penetre en tu alma oscurecida por el pecado. Si le das lugar a Él, Él te irá dando las respuestas poco a poco a tus búsquedas, y así como la luz abrasa todo, abrasará todo tu ser desde lo profundo de tu alma. Te convertirá en un ser humano distinto. Ya no tendrás la única respuesta de tus búsquedas sino tendrás, más bien, una fuerza, un camino en la dirección de esa luz.

 

Por eso la resurrección, para nosotros define nuestro destino. ¿Cuál es tu destino?

Es bien frecuente decir que lo único que tenemos definido para el futuro, del cual no nos vamos a librar, es de la muerte. Si ese fuera nuestro destino, acabaríamos como la muerte: en la oscuridad, en el abismo de las tinieblas. Pero no, nuestro destino es la resurrección, ella es el hacia donde sabemos que vamos avanzando.

 

En la misma tradición judía la muerte se describe como dormición, como dormirse; de hecho, el cementerio, para ellos es “el lugar del sueño”. Cuando le avisan a Jesús de que Lázaro estaba muerto, Él dice: “No está muerto, simplemente duerme”. Es decir, si creemos en Dios nos dormimos en Él y despertamos para contemplar su rostro (salmo 16, 15). Este es el anhelo más profundo, despertar para contemplar su rostro. Él es nuestro destino. Por eso ¿de qué manera ahora experimentamos este acontecimiento elemental de nuestra fe?

 

Esto es precisamente… lo elemental, lo más valioso, lo que logramos comprender en el cristianismo.  ¿qué es la fe? Es precisamente la resurrección del Señor. ¿De qué manera? Esto queda muy bien expresado en los textos que hemos escuchado hoy.

 

Este dinamismo de vivir como personas resucitadas a través del Bautismo que hemos recibido. El Bautismo es renacer para avanzar en la vida. Es como un árbol que está en un permanente cambio, como dice el escritor uruguayo, Eduardo Galeano: “todo cambia y el que no cambia es una bestia”. Todo cambia y estamos en este fluir permanente como el río que corre. Abrirnos a los cambios, a las transformaciones no en cualquier dirección sino en dirección de la Luz, en dirección del perfeccionamiento, es precisamente cuando le damos lugar a la Gracia del Bautismo que es movido no por cualquier espíritu sino por el Espíritu Santo de Dios, el que va orientando nuestras vidas. Esto es lo que define nuestra resurrección. Dar muestras de que somos bautizados, que hemos sido sumergidos, que nos hemos levantado de estas aguas que nos han limpiado y nos van encaminando a la perfección.

 

Ser bautizados en el Señor, ahí en esta intuición tan profunda que tuvieron nuestros primeros hermanos que dieron fe de la resurrección, nos dan una tremenda enseñanza. Recordemos cuando comenzaron a congregarse en la comunidad para orar y poner en vigencia la condición de resucitados desde aquellos primeros momentos en que experimentaron la resurrección del Señor, ellos nos dijeron: que había que bautizarnos todos los de la casa, incluidos los niños, todos los de la comunidad, ¿Por qué? porque tenemos que crecer en todo el sentido de la palabra, en estatura, en gracia como se dice del mismo Jesús siendo un niño de 12 años. No solamente en el momento en que entendemos lo que significa el bautismo, como dicen algunos hermanos equivocadamente, o sea cuando eres grande y lo entiendes todo. El problema es que cuando lo entiendas todo ya no tendrás la posibilidad para vivir todo lo que entiendes.

 

Cree, pero si no entiendes aun lo que crees, serás alimentado por aquellos que creen y entienden lo que creen. Ellos son nuestros padres, nuestra comunidad. Ahí nos alimentamos. En la medida que creas irás entendiendo. Y en la medida en que entiendas irás entrando en el Misterio.

 

Bañados en esta Agua, en aquel que murió y bajó hacia el lugar de los muertos, eso es bañarnos en Él para resucitar en Él. Bautizarnos es sumergirnos en el Misterio de Dios mismo. Bautizarnos es levantarnos en Él, en su Luz inaccesible. Esta que nos da la fortaleza para resistir a las adversidades.

Es lo que celebramos nosotros los bautizados en el Señor, los resucitados en Él. Esta es nuestra salud, este es nuestro gozo.

 

Son los momentos significativos para nuestra vida. Si comparamos este con otros tiempos, solemos preguntar: ¿Dónde están nuestros hermanos que se han bautizado como nosotros? Aquellos cuyos padres vinieron jubilosos un día y los presentaron para ser bautizados… ¿en dónde están? ¿Siguen todavía en las procesiones cargando al Señor, no se han enterado de que está resucitado?

 

Con mucha suerte algunos bautizados han participado en esta Semana Mayor de las procesiones. ¡Bendito sea Dios porque han tenido la oportunidad de contemplar, de escuchar, de mirar, de experimentar en el silencio su entrega amorosa a través de las imágenes; pero hay muchísimos que no! Yo escuché a un compañero decir que la Semana Santa no tendría que ser el momento para confesarse, sino mas bien después; porque para muchos bautizados, la Semana Santa no es el momento de meditación, sino el tiempo para pecar. Entonces, hay que confesarse después, pasada la Semana Mayor.

 

¿Qué hay entonces, de este hecho tan relevante de la resurrección, siendo así que es el fundamento de nuestra fe? ¿Qué hay? Si somos consientes e iluminados por esta Luz de lo alto, nos toca sin duda, iluminar a aquellos que pareciera que no se han enterado aún que existe esa Luz.

 

La resurrección es el dinamismo que nos mueve porque es la fuerza del Espíritu con el que nosotros resistimos a los embates del mal, el dinamismo con lo que vencemos la oscuridad, es lo que nos permite entender para crecer en la fe, para encaminarnos en dirección de Aquel que es nuestro destino. De tal modo que, llegado el momento en que nos llame a su presencia contemplemos su rostro, rostro que, ya ahora mismo contemplamos, experimentamos, sentimos. Porque Él es quien nos da las razones para vivir nuestras vidas. 

 

Esto es lo que en nuestra juventud buscábamos y no lo sabíamos, cuando interrogábamos y buscábamos respuestas. Esta es la respuesta a nuestra inquietud profunda que nos lleva al extremo de tomar decisiones.

 

¡Qué bien por nosotros que hemos tomado decisiones, aun sabiendo que no teníamos la última respuesta a nuestras preguntas! Es un error pensar que no decidimos porque no están las cosas tan claras. Nadie puede tener todo claro de una vez. Sin embargo, puedes tener la certeza de que, si lo has hecho, y lo has hecho a la Luz de Aquel que es la Luz, Él llevará esto a feliz término. Él te ayudará en el camino, te asistirá en los obstáculos y te irá orientando para resistir en las adversidades. Esta es la condición de los bautizados, esto es lo que hoy celebramos, el sentido de nuestra fe cristiana, creer en la resurrección, vivir como bautizados.

 

Queridos hermanos, que este gozo, que esta gracia ilumine nuestra alma, nuestro ser y que se traduzca en actitudes de alegría y de bondad.

 

Si nos ha costado y nos siguen costando las relaciones humanas, seamos amables. Es algo sencillo. Sabiendo que hemos sido iluminados por lo Alto, propongámonos ser amables, respetuosos. Si los otros no saben ser amigos, no por eso no lo seamos, si los otros no saludan, no hagamos lo mismo, saludemos. Mostremos que somos de la Luz y no de la oscuridad. No porque los demás hacen lo malo eso tengo que hacer yo. El pecado no es una decisión democrática. La Luz a veces nos aísla en la soledad, cuando la democracia del mal se impone. Sin embargo, notemos que basta solamente con que una Luz irradie en la oscuridad para vencer la diversidad de la democracia del mal.

 

Pidamos al Señor que nos conceda esta Gracia, y que iluminados desde lo Alto permanezcamos así, permanentes en esta condición de bautizados.


jueves, 27 de abril de 2023