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OTRA NAVIDAD

 


Otra Navidad

 

Por: Gvillermo Delgado OP

 

Las serpientes mudan piel y los árboles sus hojas como indicios de que en la naturaleza todo cambia. Nada persiste sin cambios. Lo que persiste sin expresiones de cambios, desde las profundidades de las mismas leyes de la vida, envejece. Lo envejecido sin renovación morirá tarde o temprano sin ser tenido en cuenta para la posteridad. Solo aquello que envejece innovándose prevalece. Heráclito intuyó esta realidad al decir que: “Lo único que no cambia es que todo cambia”.


La naturaleza social muestra que todo se mueve en ciclos. Añado: En espiral ascendente. De tal modo que todo abre y cierra periodos permanentemente, sin que nada sea igual. Los cambios en espiral ascendente o hacia arriba, pueden evidenciar vejez, percepción del tiempo, caducidad de las cosas, pérdidas, realizaciones, frustraciones…; como indicación de que algo se ha perdido, pero nunca frustrarán la novedad, no aniquilarán la esperanza, al contrario, la fortalecen; aunque no siempre sea percibida por igual en todos los grupos sociales o por la condición individual de las personas.



Por lo mismo, la estupidez, como atentar a la recta razón, se manifiesta al realizar cambios para que no cambie nada, en ese caso el cambio se parece a la crueldad de quien se sienta voluntariamente en la silla de la pena de muerte.


La visión del mundo en que se cierne la vida en gran parte de la población (49% en Guatemala) se basa en la relación siembra y cosecha. Con lo cual abren y cierran los ciclos de vida, movilizándose en cada caso hacia “un futuro prometedor”. Los visos de que dodo ha cambiado sin estar conscientes son evidentes en la comida de navidad, al cantar: “llega navidad y yo sin ti”. Nada es igual para el ciclo que acaba; todo ha cambiado. Esa es la mejor manera de definir la esperanza en los tiempos de navidad, para que todo cambie.

sábado, 30 de noviembre de 2024

LA PERSONA FUERTE Y SEGURA

 


¿Cómo convertirse en una persona fuerte y segura?

 

Por: Gvillermo Delgado OP


La persona segura de sí misma se construye a fuerza de valores. Se edifica según los lugares que habita y las relaciones que establece.

 

Como árbol con raíces profundas. La persona fuerte y segura se construye desde sí misma. Crece, al mismo tiempo que fortalece sus raíces.

 

A diferencia de los Baobabs del principito, el hombre es un árbol con raíces profundas que camina. Por eso, avanza poco a poco como río hacia lo grandioso del mar. Mar al que nunca se abrazará en su totalidad. Porque el mar es el punto de llegada del que nadie debe ni puede apartarse. Porque está debajo de las raíces, adelante en el horizonte que se abre y arriba como el inmenso cielo infinito.

 

Mientras se avanza hacia allá, la seguridad implantada de sí mismo obliga a dos acciones indistintas: a perseverar en la dirección que ya traemos, y al mismo tiempo cambiar sin temores, dado que el cambio es parte de la naturaleza que nos hace fuerte en cada paso. 


La perseverancia abliga a definir y a decidir sobre la dirección que le daremos a la vida. Como el tren encarrilado que no se aparta  de su propio camino. Llegar a un destino, a veces no es tan complicado; lo complicado suele ser, más bien, mantenernos con firmenza en lo que hemos alcanzado con esfuerzos. Con frecuencia, ahí andan los líos de los matrimonios, las profesiones, las vocaciones religiosas, y mantener la vida feliz.


Por otro lado, está el cambio sin temores. Todo cambia. Decidamos o no, los cambios se imponen tarde o temprano. Por eso, es mejor abrirse uno mismo a hacerlo. Hay que hacerlo empezando por el cambio de mente. 


Quien no cambia de mentalidad no podrá alcanzar las grandes cosas y corregir los defectos del camino. El cambio es apertura de mente. Dado que en el cerebro, está el alma, las emociones, la voluntad, el espíritu y todo desde donde gobernamos el cuerpo. Quien dominana la mente, se conoce, se domina así mismo, se perfecciona; cambia su mundo y el mundo de los demas. Quien cambia su mente, asegura su destino. Sabe enfrentar la adversidad. Se hace fuerte.


Si la perseverancia y el cambio caracterizan tu vida, puedes profetizar el futuro, sabrás enfrentar tu presente, y asumir tu pasado sin rencores. 


De todo lo anterior surgen como flores del ápices de las ramas, innumerables valores cuya síntesis se recoge en uno solo: la integridad. Ese es el epicentro donde nos definimos. Por ser el puente seguro que nos llevará al otro lado. Hacia donde avanzamos.


La integridad es espíritu o coraje que anima desde dentro de nuestro ser. La integridad es el conjunto de todos los valores. Como aquello que determina el carácter para actuar, en dirección de lo bueno y deseado. De la integridad definimos el "sí" o el "no" de las decisiones. De la integridad surgen las fuerzas para sobreponernos a las adversidades. De la integridad viene la paz y la recta conciencia de cada día. 


Por el puente de la integridad llegaremos a la meta que queremos llegar, a la felicidad, al cielo, a la vida eterna, a la consumación del amor.

lunes, 29 de agosto de 2022

La vida se nos va

 


La prisa trae maravilla y error
Aristóteles

Gvillermo Delgado OP


Es costumbre entre nosotros empezar un año con festejos. Poner en cero el calendario. Así, renovados, iniciar un nuevo ciclo de tiempo.

De pronto, la prisa nos mete en la cotidianidad del trabajo, cuesta arriba para perseguir los sueños. En ese afán, como en un breve suspiro o agua entre los dedos, se nos van los días.

Pasados los años, perdemos fuerzas. Con lo efímero del tiempo decimos: otro año se fue. En ese “de pronto”, descubrimos que ya no tenemos la salud ni la ilusión, de al menos un año atrás. Todo cambió.


Los cambios son buenos e inevitables. A veces frustrantes. Al ser naturales, sociales o individuales, no siempre tenemos control de ellos. Algunos denotan deterioro irreversible, que nos dejan sin posibilidades de renovarnos en el mediano plazo. Tal es el caso de la crisis democrática en países rectores como Estados Unidos, Argentina o el Reino Unido; esas crisis, sin que seamos conscientes, impactan en la base más elemental de la familia y en cada ser individual. 


Por eso vemos a personas defendiendo, con una exagerada radicalidad, posturas nuevas de libertad, para disponer de la sexualidad, de las leyes de la naturaleza y la sociedad, de la propia vida y ajena, sin medir con claridad las consecuencias de sus acciones. 


También, prevalece una actitud de las mayorías, que vemos con resignación el deterioro de los valores en la herencia familiar, consolidados desde los orígenes humanos.


Unido a esa realidad, las relaciones humanas mediadas por mecanismos tecnológicos artificiales hacen artificial también a las personas. 


Ensimismados en el mundo de la tecnología, el “tú y yo” de la condición humana, inhabilita la vida social. Por lo mismo, al limitarnos a socializar en círculos estrechos y selectivos, nos vemos obligados a buscar otras opciones de relaciones, muchas veces, centradas en el consumo placentero de cosas, animales y personas, entre las cuales destacan: las mascotas, la adopción de bebés o el contrato de relaciones de convivencia. 


Con lo cual, se facilita la adquisición de objetos o personas a nuestra imagen y gusto. Imponiéndonos “hábitos” que nos hacen esclavos. Entonces, el trabajo no nos dignifica, nos somete, acaba con nuestras vidas.


Con todo eso, la vida se nos va, sin tener control de las capacidades mentales y emocionales. Mientras la incertidumbre va en crecida.


En estas aguas torrenciales, para religiosos o no religiosos, la fe puede ser el salvavidas. La fe es enfoque que orienta. No un dios (en minúscula) de antojos. 



La fe orienta las búsquedas y el sentido del por qué nos aferramos a la vida que ahora vivimos. Aunque, no olvidemos nunca, que, con la fe, jamás hallaremos la única respuesta que quisiéramos; pues la fe abre a más incertidumbre. La fe es, en cada caso, un horizonte nuevo que abre a diferentes respuestas y a más interrogantes. Y esto no debe angustiarnos, sino darnos sosiego.


Dios no es panacea de nuestros males, ni el responsable de las consecuencias de nuestras decisiones. Dios es la orientación segura que la fe atisba.


El día que comprendemos esta verdad, importarán poco las seguridades que las cosas, la ciencia, las personas o nosotros mismos, nos damos; porque habremos adquirido, por fin, facultades nuevas de quien presiente que la vida se nos va, y al adquirir el sentido necesario para vivir, relativizaremos todo lo anterior; todo aquello a lo que antes nos aferrabamos, incluida la propia autonomía. Comprender esta verdad es saber que, todo se hace nuevo en esta incesante incertidumbre que la fe confiere.


Para que el tiempo no mate la fuente generadora de la paz que viene con la fe, sólo  nos queda esa verdad en el horizonte, que es la búsqueda permanente del sentido de cada cosa que no se agota en la cosa, sino que nos lanza a lo más remoto del tiempo pretérito e inconsciente, al más allá del devenir de lo que anhelamos y a la alegría de sabernos vivos en cada instante, viviendo cada segundo; como quien navega por aguas de remanso, mientras escucha el único cántico de alabanza del universo, a su creador.
viernes, 15 de enero de 2021

AMA, NADA MÁS

 




La realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo lo único que puedes hacer es amar.

Por: Gvillermo Delgado OP

Foto: original de jgda


Cuando fui estudiante de teología el siglo XX acababa, para entonces asimilé por poco tiempo que “el ser ideal” es posible mientras habitamos este mundo. Los desengaños por los que la misma teología me llevó vinieron después.


Los estadios que el tiempo marca en etapas mientras crecemos determinan lo que seremos para siempre. Vamos a la escuela, hacemos amigos, practicamos deportes o un arte, trabajamos, nos graduamos y tomamos decisiones. Por eso, hoy somos de acuerdo con lo que fuimos un día y mañana llegaremos a ser por lo que ahora somos.


Aprender que la felicidad es una tarea y no una meta allende del horizonte, nos cuesta toda la vida. Eso es lo que asimilé en el siguiente estadio de mi vida.


El día que por fin afirmemos sin tapujos que la realización humana no es posible, nos liberamos de tantos clichés asimilados por los convencionalismos culturales, sociales y a veces religiosos. Quizá ese día empecemos a ser más religiosos y más nosotros mismos. 


Esto que digo de repente podría inquietar el alma de más de dos personas, porque: ¿Quién de nosotros no afirma que vive para realizar su vida?, pero, les pido que continúen esta reflexión hasta el final. Saben ¿por qué?


Cargar con frustraciones, con diversidad de miedos e inseguridades es como si tuviéramos instalada en la raíz del cerebro alguna aplicación malvada imposible de desinstalar. Es como una condena anticipada. Sobre todo, lo cruel y penoso está en la desazón que nos provoca el hecho que experimentemos de tajo tales emociones por el afán de alcanzar la felicidad.


Desaprender, desheredar las propias riquezas, para retomar las promesas y el conocimiento cierto es la lección más hermosa que los profetas y los santos hicieron en su tiempo. 


Imagina a San Jerónimo al abandonar su vida feliz de los circos romanos para dedicarse después a una vida de austeridad, de penitencias y estudio de las Sagradas Escrituras. Si hablamos del Gran Agustín de Hipona, quien no conforme con sus riquezas y conocimientos llegó al despojo, al modo de los evangelios predicados por el mismo Jesús de Nazarét.


Llegado a este punto quizá te preguntes ¿A dónde quiero llegar? Desaprender para volver a aprender es lo que hacemos cuando amamos. 


Amar es despojarnos para volvernos a revestir “con un traje de triunfo”, como dice el profeta Isaías (62, 10). Amar entregándose como aquello que nadie puede comprar al modo del Cantar de los Cantares (8, 7). A eso quiero llegar con todo lo que vengo diciendo.


La felicidad, la realización o “la salvación eterna” de la que dicen las Sagradas Escrituras es posible sí y sólo sí te “despojas”, tal como se lo pidió Jesús al Joven rico: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme (Mt 19, 21). Solo entonces lo probable será posible.


En pocas palabras, lo que finalmente digo es que la realización es posible que llegue, pero mientras habites este mundo, lo único que puedes hacer es amar. Nada más. 



miércoles, 19 de agosto de 2020

La fe y el miedo

 



¡Qué fácil es dar consejos! Decir, por ejemplo: ¡sé valiente, no tengas miedo! ¡Ten fe!

 De Gvillermo Delgado OP


¿Es posible no tener miedo? ¿Vivir en fe plena? De momento digamos que no es posible. Menos aún, superar los grados intensos de miedo o alcanzar un óptimo grado de fe y mantenernos constantes. No en personas normales como nosotros.

El reto para toda persona, religiosa o no, científico o filósofo, maestro o alumno, consiste en cómo responder a esas preguntas en el devenir de su vida. Sabiendo que el miedo, en muchos casos, es como el pedagogo interior que va advirtiendo de peligros y señalando las direcciones. En tal razón el miedo no se evade. Se le saca provecho. Lo primero es dejar que se manifieste, pero poniéndole límites: no más de 10 segundos. Los beneficios tienen que venir después.

Hay miedos que instruyen. Otros que no, pues son angustia real o imaginada ante el posible riesgo de no tener el control de sí mismos y de no alcanzar aquello que anhelamos. Es ese sentido al miedo, al ser creación propia, se le gobierna. No puede ser como un fantasma que yo mismo creo, y luego me espanta. Digamos pues, que es creación propia.

En cambio, la fe es certeza. Muchas veces opaca, no visible ni siquiera en el propio intelecto, los afectos o intuiciones. Sin embargo, permanece como el rumbo verdadero que moviliza, sin el cual seriamos almas ciegas, fuera de horizonte.

Por otro lado, hay muchos tipos de miedos, los más comunes son ciegos. Frecuentemente aparecen como impulsos que paralizan. Invitan a no hacer nada mientras la tormenta nos pasa encima. Nos anclan en pantanos a morir aterrados.

Si el miedo ciega, paraliza, te hunde en el pantano de la nada, te hace morir sin luchar; debes saber que, a pesar de todo, el miedo no se puede arrancar de tu piel, es la sombra de tu existencia, al menos mientras caminas bajo el sol. El miedo es de tu naturaleza. Es el grito silencioso de la conciencia que, aún mientras duermes te aconseja en los sueños. En consecuencia, el miedo es el buen consejero. El reto, la armadura para no huir, quedarte ahí, a enfrentar la batalla. El miedo es consejero, y si se ilumina con el sol de la fe puede conducirnos a buenos y seguros puertos.

Si el miedo es miopía, la fe es el ojo limpio del alma. Que orienta, hace ver y alcanzar lo que el miedo imposibilita.

Por eso, la fe como virtud es superación del miedo, gracias al esfuerzo de las decisiones y la angustia. Además, la fe es un regalo de la vida, de Dios, del universo, del todo, confabulando en favor de que tú, y tu entorno sean chispa, luz, fuego, llama que prende, ilumina, quema, evoluciona hacia las cosas grandes. Es decir, la fe define a las personas de “alma grande” (mahatma) como maestros, al modo del Señor Jesús.

En la lengua hebrea se utiliza el término “’amán” para decir amén. Este verbo significa apoyarse, asentarse, poner la confianza en alguien más solido que nosotros. Es decir, en la luz universal, que llamamos Dios.

De tal modo que la fe, y no el miedo, definen, finalmente, el tiempo como un regalo. Regalo es aquello que todos quisiéramos, pero lo esperamos de otros. Si lo compramos o exigimos ya no es regalo.

El tiempo como regalo, es aquello que no puedes darte, pero sí vivir, y para que lo vivas de acuerdo con la luz y las grandes cosas, con alma grande, los ojos de la fe serán siempre indispensables.

Foto: original de redes
domingo, 9 de agosto de 2020

Fortalecer la fe en tiempos de crisis



Fortalecer la fe en tiempos de crisis


Toda crisis es el debilitamiento de lo humano, que se manifiesta cuando nuestras facultades racionales son insuficientes para enfrentar las dificultades. Es sentirnos obligados a aceptar con frustración que necesitamos ser asistidos por otras fuerzas.

Guillermo Delgado OP

07/04/2020

Si la crisis nos empuja en el debilitamiento a reconocer que somos incapaces de superar las dificultades por nosotros mismos, entonces la fe se nos revela como esa otra fuerza que necesitamos. De otro modo, la crisis es la epifanía de la fe.

¿Dónde está la fe? ¿Cómo la adquiero?
La fe se experimenta en lo humano. Eso quiere decir que lo humano es el lugar de la fe, por eso la fe es humana y al mismo tiempo no lo es. Por eso digo que "se experimenta en lo humano".

1. La fe es humana porque la persona individual necesita del tú. Nadie se sostiene solo. Lo cual implica confiar y necesitar de las otras personas.  En tales términos la fe cala y fortalece a la propia persona y le hace capaz de superar su debilitamiento. Por tanto, solo se fortalece aquello que ya existe, pero está débil.

2. Al afirmar que la fe no sólo es humana, aceptamos que la fe es divina. Aceptamos que lo divino sucede en lo humano. Es decir, para que la fe divina acontezca necesita la fe humana.

Dios presupone lo humano para regalarnos la fe, como la semilla requiere de la tierra fértil para germinar.

3. En ambos casos la fe es un regalo. Un regalo que no se exige a nadie y que nadie está obligado a dar. En la fe no se dan cosas, es uno mismo quien se dona o se regala. 

Humanamente uno se entrega a los demás o jamás experimentará el amor. En cuanto a Dios, él se está donando permanentemente, es una fuente inagotable que no cesa. En ambos casos la fe es probada en donarse uno mismo por amor.

Sin el amor, como fruto de la fe, no hay conexión entre las personas ni con Dios; para apoyarse, para comunicarse, para no dejar de ser humanos, para combatir y encarar el devenir incierto de las cosas.

4. Las personas de fe fortalecemos las relaciones humanas, encaramos con actitud toda situación, por difícil que sea. Sabemos plantarnos en la adversidad y agradecer en los tiempos felices.

Las personas de fe sabemos anticiparnos a la derrota y a la muerte, pues, aunque parezca contradictorio, siempre encontramos atisbos de luz en la tiniebla. Ya que el debilitamiento extremo siempre nos muestra donde están los demás personas y donde está Dios.

La fe es relación, confianza y certeza en la incertidumbre. Hace decir: “yo confío en ti como en mí, y en esas otras fuerzas extraordinarias que me aseguran aquello que busco”. Por consiguiente, la fe obliga descender al sentimiento de indigencia y mostrar que somos seres necesitados.

La fe es el alma del amor
La acción buena que recibimos, cualquiera que sea y de donde sea que venga es lo que llamamos amor. El amor es expresión de la fe, porque la fe es el alma del amor. El amor es el sentimiento más puro del alma que experimentamos gracias a la fe. O sea que, la fe toca las vibras más profundas de lo humano y las liras más lejanas de la alabanza divina.

Las personas de fe además de relacionarnos, esperar, confiar, fortalecernos; también construimos, porque sabemos que esperamos “algo”. Nadie va al trabajo o a la escuela si no supiera que el futuro le pertenece. 

En ese sentido la fe es alma del amor, pues nos hace construir cosas, construirnos como ciudadanos y cuidarnos mientras nos amamos. El amor es la acción movilizada por la fuerza de la fe. En cierto modo, el amor es la superación del debilitamiento de lo humano. Es "hacernos para" los demás y hacernos para lo divino.

El momento decisivo de la crisis
La crisis pone al desnudo todo aquello que no tenemos asegurado; activa los dispositivos del alma y nos ponen en estado de alerta delante de lo que urge tener bajo control. La fe da ese control. Pero no como fuerza que se impone, sino como luz que viene de lo alto y al mismo tiempo brota de la misma persona.

La fe es la experiencia de agradecimiento por todo lo que recibimos sin esperar nada a cambio. Es el abrazo de lo divino que disipa la incertidumbre. Que, aunque no define el devenir con la claridad que quisiéramos, la ilumina y eso nos basta.

En la crisis como debilitamiento ponemos en entredicho lo que en otro tiempo no cuestionábamos. Por ejemplo, que las certezas del futuro dependen del conocimiento racional, de la economía, de la tecnología, de las capacidades humanas a todo nivel.

En el entredicho volvemos a los orígenes y a la indigencia. Volvemos al lugar donde nos fundamos como seres necesitados. Es decir, gracias a las crisis aprendemos a depender de los otros y de Dios. Extrañamente en esa relación de dependencia la muerte no se nos revela como lo más trágico sino como quien orienta la vida que ahora vivimos. Esa es la fe.

Foto: Ricardo Guardado OP

martes, 7 de abril de 2020

CAMBIAR

CAMBIAR

Cambiar es convertir algo viejo en nuevo o dar forma diferente a una cosa cualquiera. Es hacer del barro una vasija.

Al hablar de personas, el paso de lo viejo a lo nuevo sólo llega con el tiempo. Nada se puede forzar como el alfarero moldea al barro. El tiempo pueden ser segundos o años. Sólo determinado por el amor.

Lo primero que sabemos de los cambios es que son propios de la naturaleza. Los cambios llegan solos -con el tiempo- porque forman parte de la evolución humana. Eso explica lo que los años hacen con la existencia humana, ya que la vida está en una permanente expansión. La vida inicia en segundos pero puede durar hasta cien años.

Lo segundo que sabemos es que los cambios son profundos. Los cambios profundos se caracterizan por que afectan la naturaleza, pueden cambiarla. Por ejemplo, el agua en la suavidad moldea a su capricho a la tosca piedra. Si eso ocurre entre la piedra y el agua, imagina lo que puede ocurrir entre dos o más personas.

Llamamos cambios profundos aquellos que se dan dentro o al interior de la persona. No son superficiales. Eso quiere decir que hay que llegar y habitar la profundidad de lo que deseamos cambiar. Por ser profundos no es dar forma como pasa con el barro ni moldear la piedra. Es transformar el llanto de muerte en silencio apacible o a las palabras destructivas en aquellas que edifican y acercan a las personas. 

¿Cómo ocurren los cambios profundos? Supongamos a una niña con un temperamento explosivo que la ha convertido para su entorno en antipática e "invivible". 

Si queremos cambiarla, eso sólo será posible en la transformación profunda. O sea, “desde dentro”. Como el jardinero es al rosal, los familiares y los amigos lo serán para esta pequeña.

¿Cómo? Si el cambio “debe” ser desde dentro, entonces hay que entrar en el interior de la niña. Habitar su corazón.

¿Eso es no cambiar nada para cambiarlo todo? Ciertamente. No cambiar nada porque no podemos forzar nada, y cambiarlo todo porque al respetar el modo de ser de la niña,  los cambios se impondrán en su debido momento. Sólo es cuestión de tiempo. Que pueden ser horas, días o muchos años.

Habitar el corazón de niña a quien queremos cambiar es comprenderla, amarla, tal como ella es, con su carácter explosivo. Comprender es cosa del amor. El amor la transformará desde dentro y a profundidad.

Los cambios profundos no siempre ocurren al capricho de quien los anhela, los cambios profundos son un capricho del amor, porque dependen de la fuerza del amor. Toca pues, amar, para hacer venir los cambios al modo en que el amor lo permita. 

Así por ejemplo, si los cambios son profundos y estables es indicación que vienen del amor. 

Por consiguiente, si amas a una persona la cambiarás, sin ni siquiera pretenderlo. El amor, cambia en dirección de la perfección.  Para eso, "debes" entrar y permanecer en el corazón de quien amas, ya que el único modo de amar es y será siempre entrar en el corazón de quien se ama.

Quien ama, ama porque ha logrado entrar y colocarse en el corazón (en el centro) de quien ama. Y quien ama, no solo cambia a la persona que ama, sino que cambia ella misma, y sin pretenderlo cambiará también a su entorno.

Así como el río encuentra su cauce, la persona que ama, como quien recibe amor, se transformará en aquello que ni siquiera sospecha, porque finalmente se transformara en aquello que el amor obligue.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
sábado, 16 de marzo de 2019

Todo cambia

Lo más propio de la persona es el cambio. Todo cambia, todo fluye, decía el filósofo Heráclito de Éfeso. A él se le atribuye la frase: “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río”, (ni el río ni nosotros seríamos los mismos). El devenir es el principio de todas las Cosas. La existencia sólo puede entenderse a partir de ese proceso de construcción del ser de las cosas y de la misma vida. Toda la realidad es cambiante. Debe serlo, sólo así se avanza en el perfeccionamiento.


 Jesús no fue filósofo. Fue Maestro. Él sabía que las instituciones y los mantenedores de éstas, si quieren hablar de Dios, deben cambiar. Porque por no cambiar se han corrompido, están sometiendo injustamente a las personas: oprimen a los pobres con impuestos, imponen argumentos para enajenar y denigrar a las mujeres, a los extranjeros, a los niños.


 ¿Para qué pueden servir las instituciones y las personas, aunque estén consagradas a Dios, si se estancan en concepciones absurdas? Deben cambiar. Sin esa exigencia, es imposible que su dios (con minúsculas) se haga presente y salve. El Dios Verdadero (con mayúscula), no compite con dioses y sus promotores.


La idolatría amparada en dioses falsos es reconocida por las acciones malas que parecen buenas, por el odio disfrazado de buenas intenciones, por la aniquilación de la persona para apartarla de su camino y hacerse con el poder, y justifica la lujuria.... La idolatría es reconocida en la gente consagrada a los demonios, que viste como ángeles medievales, vuelan a media altura y deambulan por las noches al acecho de nuevas aventuras orgiásticas.


El verdadero Dios, en cambio, es siempre nuevo, totalmente presente. El verdadero Dios raya el amanecer con su dedo luminoso. Habita el corazón sincero de los limpios de corazón. De quienes, quizá no siempre vayan a misa, ni se confiesen los domingos. Los limpios de corazón simplemente transparentan lo auténtico, lo divino, porque habitan el corazón de Dios, porque ellos son habitado por Dios. No se visten de nada, son revestidos de luz.


La eternidad se comprende a partir de ese fluir en el presente de la vida y las cosas; tanto, como un río que cambia cada segundo y siempre es diferente, por eso en su paso no sólo deja rastros de vida, sino que embellece todo el entorno.


No olvides:

¡si deseas perfeccionarte, debes cambiar, ahora mismo!


 Por: Gvillermo Delgado OP

martes, 29 de octubre de 2013

LA CONVERSIÓN

 


Nadie tolera para sí mismo la mediocridad ni la imperfección, aunque a menudo caiga en ella. Porque sabe que nació para cosas grandes.

 

Por: Gvillermo Delgado
Fotos: jgda


Ninguna persona se queda conforme con sus pequeñas conquistas. La persona siempre busca ir "más allá" de sus logros. Siempre anhela más. Aunque esa búsqueda a veces le haga caer en las ruinas. 


De tal modo que, todo ser humano, al sentir el límite de la oscuridad prefiere encender un fósforo que maldecir la oscuridad. Porque sabe que, en el fondo de la confusión, del sinsentido, de la muerte, del dolor y del abandono, siempre existe un germen en penumbra que se adecua a la chispa divina, que le muestra la esperanza incomprensible de algo mayor que aún está por conquistar. 


Ya que, toda persona al caer en la ruina es como  brasa escondida entre las cenizas, no se extingue, pervive en él el aliento más original de su condición de criatura, de tal modo que  una vez removido lo superfluo de las cenizas deja al descubierto el fuego que alberga en su interior.


Para acceder a ese descubrimiento, se requiere de la experiencia de la conversión. Pero no cualquier experiencia. 


No nos referimos a esas experiencias como quien, hastiado de su pecado, dadas las consecuencias, está sumergido en la desgracia, en el dolor y en la muerte psicológica, que con frecuencia lo arrastran a los vicios, a las contradicciones, al tedio, al absurdo e incluso al suicidio o simplemente a una vida de estupidez. 


Cuando hablamos de la conversión, nos referimos a otro tipo de experiencias. ¿A qué experiencias?


Les propongo la conversión como experiencia de amor, en tanto, necesidad de dar sentido a todas las cosas y a las relaciones humanas.


En realidad, cuando una persona toma conciencia de "su amor", del amor desde su ser presente, reorienta sus pensamientos y su vida. Y, gracias a la fuerza de la voluntad, se vuelve capaz de cambiar su realidad en otra diferente y a la vez acceder "al orden" y permanecer en él.




Esa toma de conciencia le somete a un juicio sobre su pasado: a sus ideas y su comportamiento anterior; entonces reacciona sobre lo que fue, aquello que le está afectando ahora y no le permite alcanzar lo que anhela o lo que aspira con deseo vehemente. Es el momento de abandonar el pasado; aunque no pueda borrarlo nunca de su memoria. Este es le punto, el ahora mismo, el giro de la conversión.


Ese "tomar conciencia" es lo que hace decir: que tonto o estúpido fui. Estaría mejor, si hubiera pensado mejor las cosas. Ya me perdonó Dios, pero no me perdono. O me perdoné yo, y me perdonó Dios, pero aún no me perdona la persona a quien ofendí. 


Estos pensamientos que no me abandonan son como una maldición, que me persiguen como la sombra tras mi cuerpo.


Hace falta, pues un examen interior, ya que, la persona creada buena y justa, al abusar de su libertad quiso conquistar y construir un mundo a su antojo, al margen de Dios. “Obscurecido su estúpido corazón” prefirió servir a las cosas creadas, sin mirar las huellas de su Creador. Con razón la persona, “cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Es esto lo que explica la división íntima de toda persona (Cf. GS, 13).


Por todo lo anterior, sólo se convierte quien experimenta el amor. 


La persona que se siente amada se aboca radicalmente hacia la otra persona para amarla, creando así una red infinita de acciones de amor. Entonces los valores iluminan el universo de sus relaciones, haciéndola valiosa en todo momento.


Luego, el amado ama como una acción permanente que define toda su vida; modifica todo lo que hace o simplemente le da sentido a las cosas pequeñas y cotidianas como vestirse, ir, venir, cantar, hacer uso de las cosas, el amor se hace presente en cada detalle… porque el verdadero amor como ausencia de todo pecado, embellece a la persona. 


Por eso, sólo los que aman tienen la capacidad de señalar el pecado, porque saben diluirlo; los que aman tienen verdadero poder como el de la luz que hace desaparecer toda obscuridad. Sólo los que aman tienen toda la autoridad para corregir y de reprender; porque aman.

jueves, 20 de octubre de 2011

Una pregunta desde la fe





JESÚS ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?
Aquí una respuesta breve

Por: Gvillermo Delgado OP


En las mismas preguntas que hacemos sobre nuestra existencia y destino encontraremos las respuestas. No tenemos que ir muy lejos.

Es parecido como cuando se nos pregunta sobre algo, interior o exterior, y respondemos con un: “no sé”. En realidad detrás de ese no se, sí sabemos las respuestas, lo que pasa es que nos resistimos a no responder con la verdad, por diversas razones… una razón es el miedo. El miedo es una gran puerta con muchos candados que no permite entrar e ir al otro lado. Llegar donde quiero y debo llegar.


Del mismo modo, imaginemos que estamos delante de Jesús y le preguntamos: Jesús, ¿Qué quieres que haga por ti? Uno tropieza consigo mismo, con Jesús, y con su mundo. Démonos cuenta que sabemos las respuestas de casi todo, pero preferimos dejar la fe en suspenso. Algo así como quien dice: “otro día será”.

Entonces la relación con Jesús se convierte en una relación muda, congelada en el vaso de los tantos compromisos que empezamos y abandonamos, y se quedan ahí como agua estancada, podrida, que no sirve de nada.

Entonces, ¿qué hacer?

Hay que hacer algo. Algo concreto. En primer lugar hay que buscar dentro de uno mismo, a partir de la sinceridad y el deseo de hacer algo. Y segundo vencer los miedos.


Ese hacer algo es desatar los nudos que me amarran en la comodidad, sabiendo que yo tengo cualidades con las que puedo ayudar a los otros. 

Es saber que no tengo derecho a hablar ni criticar si no me comprometo a cambiar las cosas que se pueden ser cambiadas. 

Para eso no hay que hacer grandes cosas, de las que  parecen imposibles, no… sería suficiente colaborar con los que ya están haciendo cosas. Eso es, al menos, hacer algo. Pero yo puedo hacer algo más que colaborar, como emprender algo nuevo. ¿Cómo hacerlo?


Para ese hacer algo debo derrotar los miedos. Convenciéndome que no necesariamente debo pensar como todos piensan, hacer lo que todos hacen, ir donde todos van… eso es fácil y ahí estoy seguro. 

El asunto es atreverse a ser diferente, pensar por sí mismo, ir a veces por otros caminos. Es atreverse a que la inseguridad de la fe te abra camino, como Abraham, cuando tomó camino sin saber que le iba a pedir Dios cuando llegara a la montaña.

Es ofrecerse a sí mismo como Jesús cuando dijo: Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente. Eso es desgastarse por lo que vale la pena, es la razón más importante de la existencia humana.



Ahora, vuelve sobre la pregunta...

No escarbes mucho. La respuesta a tus búsquedas está en la búsqueda misma. No vayas muy lejos. Empieza por encontrarte a ti mismo o a ti misma. No olvides esto: por alguna razón misteriosa el ser humano es un pregunta abierta, que empieza por ser respondida en él mismo.

He ahí el corazón del mandamiento principal del amor: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón... y a tu prójimo como a ti mismo. 

Empieza en el ti mismo: se prójimo de ti mismo. Verás pronto a tu prójimo, y llegarás a Dios. Luego vuelve sobre ti mismo... así infinitamente.

Ya puedes decir: Jesús, ¿Qué quieres que haga por ti?

viernes, 27 de agosto de 2010