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El misterio humano




el Misterio humano

Existe una cosa propia de la condición humana a la que llamamos misterio. Cuando se decanta a lo bueno y santo es preferida como ideal, cuando se inclina hacia lo retorcido es algo despreciable. Inclinados a uno u otro lado, es como transcurre la vida.

Guillermo Delgado, OP

Las ideas grandes mueven las obras grandes. Si por una de ellas fueras recodado después de tu muerte, entonces pensarás: que no sólo valió la pena la idea que hiciste valer para los demás y para ti, sino que te hiciste inmortal, ya que sin saberlo buscabas a Dios donde ni siquiera lo sospechabas.

Queramos o no aceptarlo, la grandeza o la pequeñez, lo mortal o lo inmortal nos definen. Hay una cosa propia de la condición humana que por no saber cómo explicar llamamos misteriosa. Por ejemplo, tiene que ver con la actitud que asumimos una vez probamos la derrota.

¿Por qué el fracaso pone al descubierto una debilidad y la potencializa al extremo del aniquilamiento? Se supone que quien fracasa luchando como quien se hunde en el fango avanzando en un camino bueno, que él mismo determinó, jamás perderá la dirección que traía, a no ser que esa debilidad le haga cambiar de dirección.

Hay otra cosa más sublime que hace original al humano. Tiene que ver con una fuerza que lo moviliza a lo radicalmente bueno.

No hay cosa más sublime que vivir sabiendo que somos originalmente buenos, y que ahí está el fundamento de todo lo que en esta vida podemos conquistar.

A la hora en que comprendemos que en nosotros existe esa fuerza extraordinariamente buena, que nos mueve, no sólo llegamos a definirnos como lo que somos, originariamente buenos, sino que llegamos a saber por fin cual es el móvil de la vida ética y feliz.

Sólo los años hacen comprender lo misterioso de lo humano. Quizá porque empezamos a encarar la condición mortal con realismo. Así es como las grandes lecciones se aprenden de las pequeñas cosas. A menudo aquello que nunca tuvo valor, ahora brilla como el sol que se asoma en el horizonte entre las montañas lejanas. Mientras más limitada es la vida más grande se muestra. Por ejemplo, la enfermedad nos traza el halo de lo eterno.

Las voces eternas se oyen, no en el ruido sino en el silencio. Ya que la “soledad” hace posible la generación de la voz más potente.

Ocurre que en los ensayos de muerte que vienen con el profundo sueño, la verdad se asoma. También aparece en el descubrimiento de ser- uno-mismo. Y aunque esa verdad no nos introduzca en aquel lugar al que nos dirigimos paso a paso, sin embargo, lo traza como camino para llegar a ser, mientras avanzamos, lo que al menos mínimamente siempre hemos soñado.

Somos herederos de un paraíso del que jamás podremos ser expulsados.


domingo, 7 de junio de 2020

HACER EL BIEN


Hacer el bien

La moralidad se ocupa de orientar la conducta en dirección del bien. Según esto, el bien es el paraíso perdido y añorado. ¡Hay que encontrarlo y retenerlo!

Solemos decir que la vida feliz se alcanza al dejarnos guiar por ese bien. Entonces: ¿por qué no somos felices de una vez por todas?

Los grandes pensadores y la gente común han definido la “infelicidad” como efecto del mal cuya causa más radical está en la libertad. Como si la libertad fuera un defecto de la naturaleza.

Cuando en realidad la libertad define la dignidad humana. Con la libertad comprendemos el camino de la vida en dirección de la realización definitiva. Otra cosa es la “limitación” que nos recuerda a cada instante que el tiempo y el espacio en que vivimos es breve.

Según esto, la felicidad no está en un lugar, ni es un estado anímico y temporal. La felicidad es un “modo de ser y de estar” de cada persona; al mismo tiempo, es una tarea inconclusa que nos mantiene y mantendrá siempre ocupados. ¿Qué quiere decir esto?

Quiere decir que la felicidad es causada por el bien. El bien es una característica que define lo humano, tanto como define a Dios. Ya que todas las características que definen al Dios eterno también definen a toda persona, sólo que en sus límites.

Si lo dicho es verdad,  entonces, el bien no es solamente aquello que define la moral a la hora de fijarse en el comportamiento humano.

El bien es el modo de ser más original del ser humano. Por eso decimos que el bien origina todas las cosas bellas y deseadas, como la felicidad. Así la felicidad al “venir” del bien, también es un modo de ser.

Lo más propio de la persona es “ser-feliz”. Con razón decimos: soy feliz o somos felices. Ser-feliz es un modo de ser y estar con las personas y en el mundo.

La persona buena hace el bien porque sabe que de ninguna manera puede hacer el mal. Al estar hecha del bien sólo puede definirse buena. Hacer el mal sería atentar con su propia naturaleza.

Atentar con la naturaleza del bien y sus leyes es perderse. Perdidos en el caos no hay salvación posible. A no ser que recuperemos a tiempo la condición original con que fuimos hechos.

La persona buena por definición es feliz. De ahí en adelante todas las demás cualidades embellecerán su conducta. El cantautor español Luis Eduardo Aute, lo dice cantando: “Te embellece ser feliz”.

Si Dios creó a toda persona desde su propia bondad, hacer el bien es el mejor modo de ser humano.

O sea que, al no actuar conforme al bien, negamos la naturaleza humana y la divina al mismo tiempo. Sólo fijémonos como “des-calificamos” a una persona cuando hace el mal. 

A quién actúa según el mal le gritamos “cosas feas” reprochando ignorancia respecto a la naturaleza más propia y original del bien.

Por consiguiente, no nos queda más que hacer el bien, ya que somos del bien y para el bien. 

El paraíso no está perdido. Está en el diseño de cada ser humano. Si actúas conforme al bien la moral no tiene nada que decir. La moral sólo se explicará desde ti.

Por: Fr. José G. Delgado-Acosta OP
Foto: jgda
miércoles, 1 de mayo de 2019

VERDAD CONCRETA

 

Por: Gvillermo Delgado OP


En más de una oportunidad he afirmado: Me engrandece la no-verdad que alguna persona pueda desprender de mis palabras.


Quienes mienten desconocen el cimiento de la verdad. Como dijo Sócrates de quienes actúan mal: son  inocentes, por ser ignorantes. En lugar de castigarles hay que educarlos en la virtud.


Caer en halagos puede ser peligroso. Las adulaciones son arena movediza. Estacionarse en ellas es perder el horizonte de lo lo bello y lo bueno. 


Esa es mi verdad concreta, que puede ser falseada, pero nunca erradicada. 


Puedo decir con fervor: puedes no aceptar mi verdad. No cambia nada. De no hacerlo, yo seguiré donde siempre he estado.


Lo que hace la diferencia entre usted y yo es que usted se ha perdido la oportunidad de ser una persona verdadera; se ha privado de estacionarte conmigo aquí  donde el bien se toca con las propias manos; la belleza se mira en todo y está determinada por la libertad. Aquí donde pasa Dios.


Yo que soy palabra pronunciada, palabra hecha, a la manera de hechos y palabras. Permanezco en la verdad concreta. Que lo diga la realidad, o yo también miento.

martes, 27 de enero de 2015