Viendo "Posts antiguos"

VIERNES SANTO

Viernes Santo

El viernes Santo los cristianos conmemoramos aquellas horas en que el Varón de dolores (Isaías 53, 3) trazó la dirección que todo ser humano lleva mientras vive en este mundo. 

Esas horas del Varón de dolores también indican las limitaciones y los anhelos humanos. 


La “pasión” del Señor da sentido al dolor y al sufrimiento humano porque trazan una dirección definitiva. El sufrimiento no acaba con el dolor. El árbol herido al tronco una vez tirado muere. La persona nunca. Cuando más agudo el sufrimiento más infinita se hace la vida.


La persona que acompaña al Hijo del Hombre (Daniel 7, 13-14) en su pasión es aquella que se siente acompañada por su Dios  en la hora de los infortunios.

Quien experimenta la misericordia de Dios se convierte en misericordioso. Será siempre solidario en las penas ajenas. 

El Dios que no me abandonó en mis angustias y vergüenzas, no permitirá que yo abandone a quienes sufren su misma pasión en sus propias calamidades.
Sobre todo al saber que el dolor no es nada apreciado cuando está cercado por el sufrimiento. El dolor como principio de la “compasión” es un valor inevitable para la espiritualidad cristiana, por ser la única manera en que teniendo a Cristo como modelo el cristiano aprecia lo valioso de la vida propia y la ajena. Quien experimentó la misericordia, se hace misericordia.

Sentir la herida ajena en la carne blanda del dolor nos une a Dios vivo, como Jesús en la cruz al exclamar:

  "Padre en tus manos encomiendo mi espíritu" (San Lucas 23, 46).
Como Jesús, nos ponemos en las manos del eterno Padre, para que haga su voluntad.

Quien así procede permite a Dios que sondee su alma. Donarse en su Hijo extremadamente, sin reservarse nada para sí mismo, es permitir que la voluntad divina prevalezca por encima de la propia individualidad. Eso es unirse profundamente en la pasión del Señor.

Quienes comprenden que Dios ha asumido todo lo humano, aun lo más despreciable, en la encarnación de su Hijo, se identifican con él. La última palabra nunca la tienen "las cosas del mal". La última palabra siempre la dice el amor. El amor tiene como epicentro el corazón donde lo divino y lo humano se encuentran. Fuera de ahí todo es pérdida, es condenación.

Esa compresión empieza por ser personal, como es personal la enfermedad del cuerpo. El sufrimiento una vez sentido en la propia carne conmueve a las demás personas. 

El corazón es el lugar de encuentro del amor más sublime que sólo el sufrimiento mas sentido le puede dar el más hondo significado.

Puestos en las manos de Dios. Confiados en que aún en el dolor más intenso alumbrará la oscura pena  es darse por enterados que vamos por el camino de la Cruz hacia el Gólgota, cuya palabra última es el de una vida perdurable.

La resistencia del cuerpo acaba cuando el alma se libera, y un alma liberada sólo puede ser soporte de un cuerpo glorioso.

Lo más hermoso de esta verdad consiste en que para alcanzar tal estado espiritual no debemos acceder al misterioso hecho de la muerte física. La libertad ya es una realidad fundamental del "ahora y aquí mismo". Los creyentes cristianos remachamos tal aseveración diciendo que "Cristo ya nos ha salvado". 

Por consiguiente darle lugar a Dios en nuestras realidades de pasión cotidiana es apostar por una vida de plenitud, ahora y aquí mismo. Es llevar los estigmas de la pasión del Hijo en nuestro propio cuerpo. 



Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Pinturas: Van Gogh
sábado, 19 de marzo de 2016

En la Plaza Mayor

Antes de 1543, ya estabas tú, aquí donde se adoraba a la Madre y Virgen, la del Tupuy, la de plumas de Guacamaya, con pureza de perdiz.
Cuentan los abuelos que ella curaba y lideraba a la comunidad.
Yo pienso que ella eras tú misma. Quien daba a probar la bebida divina.
.

Más tarde, como bien sabes, vinieron otras deidades más del cielo y menos de la tierra. También vino María Magdalena, menos mal. 

Con eso, empecé a identificarte en la estela de fragancias que dejabas a tu paso. Eran estelas de aceites exquisitos de nardos y de óleos sagrados, debidamente preparados al calor del desierto. Con lo cual reafirmé que seguías curando los indicios de la muerte amenazante.

Para no utilizar sólo tus manos, sanabas con aquellos ungüentos inventados por ti. Ya para entonces me dabas a beber esencias extrañas que contenían olores difíciles de descifrar. Tú misma ponías el Grial en mi boca como se sostiene el beso.

No pasaban muchas horas sin que se pusiera contento mi corazón, tenía que ser porque tú misma bajabas tan dentro de mi alma que me ponías saludable para siempre. Yo me sentía como un guerrero dispuesto a todo.

Después fui yo con una lupa explorando las verdades recónditas, esas del inconsciente que ahora cuento en mitos: las únicas verdades completas, esas que se cuentan para dialogar y llegar a la raíz de los orígenes, allá donde siempre apareces tú, como primera expresión de la belleza.

Cuando te veo pasar o te aproximas a mí, afirmo que te gusta cuidarme. Guardas mi cuerpo lleno de salud y pones detrás de lo visible la creatividad y la imaginación. Para que pueda mantenerme vivo tomando altura y contar con palabras que te conozco y que me conoces bien.

Hoy mismo me siento en la banqueta de la Plaza Mayor para verte pasar, curando, liderando, virginal y madre.Tan al descubierto que no requieres ni de un símbolo que te represente.

Un día las nuevas generaciones necesitarán contar esta historia. Dirán que no eres sostenida en la verdad y que la imaginación lo puede todo. ¡Claro, es que no te miran como te miro yo, o como me miras tú! 

Por hoy sólo me basta constatarlo. Ahora que la estela de tus fragancias frota la sensibilidad de mi alma y me preparo para la batalla en estas escaramuzas cotidianas.

Por: Gvillermo Delgado.
Foto: prestada del Santo Grial.




jueves, 10 de marzo de 2016

LA MUJER DONCELLA

Tradicionalmente la doncella o la princesa es símbolo de alianza y bandera de conciliación política porque es expresión del origen de la vida. Aunque parezca paradójico en ella recae la condición de doncella y madre a la vez. Porque toda mujer por ser mujer es madre. Esa dualidad la coloca  en el corazón del universo, entre el cielo y la tierra.
Por lo mismo ella es emblema de la juventud como cenit, tiempo oportuno para la toma de pulso y relanzar la dirección que ya traemos como familia humana. La Princesa es punto de encantamiento y toma de decisiones. 
La mujer y doncella como paradigma de la juventud es expresión de la representación de los anhelos más profundos y posibles de los pueblos. Ella nunca lleva máscara en su rostro. Es de personalidad única. Porque es  metáfora de los cambios mismos, es símbolo de la identidad sin revestimientos.
La doncella representa a la esposa, madre, a la mujer que trasciende el espacio mental y territorial. Y al mismo tiempo es el lugar de llegada y punto de partida para la reconciliación. En ella, la mujer, encontramos la mejor estrategia de tipo político para la reconciliación. En la mujer acontece la mejor manera para "ser humanos".  Ella describe los rasgo de la alianza y la consuma, por eso es signo de pacificación, virginidad y maternidad, es decir en ella siempre estamos en camino hacia lo nuevo.

Por: Gvillermo Delgado
Foto: jgda.
martes, 8 de marzo de 2016

LA AMISTAD



La Amistad



Por: Gvillermo Delgado Acosta OP
Foto: jgda.


La amistad descansa en el amor y se regula por la virtud (Sócrates). Dónde la reciprocidad es la maquinaria que pone en movimiento la virtud de la amistad. Por tal razón, el mejor empeño de la amistad consiste en procurar el bien a quien amas. Quien hace el bien al amigo procura el bien para sí mismo (Aristóteles).

Cualquier cosa que la persona haga por la persona que ama se convierte en una práctica de perfeccionamiento, por ser prolongación de su propia alma. Este modo de proceder crea nexos infinitos en aquellas personas que ni siquiera conoces, al punto que la amistad se hace infinita, cuyos límites sólo pueden ser infinitos.


Decía el filósofo que “sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera los demás bienes, porque la prosperidad no sirve de nada si se está privado de la posibilidad de hacer el bien, la cual se ejercita, sobre todo, respecto de los amigos” (Aristóteles). Esa es la medida para la felicidad de toda persona.


La persona se embellece haciendo el bien a los amigos. Como quien dice: contemplándote a ti, salgo del anonimato de mi egoísmo y hago del amor propio, el amor que me perfecciona, perfeccionándote a ti.


Más aún si tal amor se alimenta del agua profunda del mismo pozo, instintivamente se agarra del tronco firme que te sostiene a ti y a mí. Te interrogas: ¿Humanamente, fuera de la amistad, alguien puede alcanzar una felicidad mayor?


La mejor acción concluyente de la amistad se alcanza cuando finalmente digo: no pretendo poseer nada de ti, sólo quiero darte lo mejor de mí, porque es el único modo que puedo saciar mi sed de eternidad.

Nunca antes fui tan grande e importante, sólo a partir de aquel día en que el río de la amistad nos fundió en el amor; entonces, empecé a hacerme para ti, y cada vez que te cuido me cuido a mi mismo.

De ahí que la persona inmersa en el egoísmo se moverá en la condena del péndulo contradictorio. Contradicción activa en la amistad por interés o placer. Esta amistad recae en lo imperfecto y es fácil de disolver; cuando ya no es útil o agradable el uno para el otro.

La esencia de la amistad consiste en el compartir, en el conversar y en el compenetrarse.


 

Aristóteles sostiene que el amigo es otro yo. Santo Tomás de Aquino llega a decir que, quien ama pretende no tanto al amado como su amor. Al punto que, si el amor no es recíproco se extingue.

 

Con justa razón el auténtico amigo es el que lo sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo (Leonardo Da Vinci); es quien te reprende en secreto y te alaba en público (Louis Pasteur). La amistad cimentada en el amor “nunca pasará” (San Pablo), porque los amigos “beben del mismo pozo” (Gustavo Gutiérrez) y sostenidos por un mismo tronco echan raíces profundas. Así, la amistad construye a las personas en el tiempo, con el afán de prevalecer eternamente. Es decir, pretender la amistad es pretender habitar lo infinito 


martes, 2 de febrero de 2016

EL HOMBRE Y LA MUJER

El hombre al no saber a dónde ir, sale a buscar lo mejor de sí mismo, y en muchos casos encuentra a la mujer. La mujer se deja encontrar por el hombre, sólo porque primero se ha encontrado ella misma en aquello mayor que empieza a ser conocido en su intelecto, que por alguna razón no sabe definir con claridad, pero sí experimentar.
Una vez el hombre y la mujer se descubren uno delante del otro, nunca se cierran a otras posibilidades de búsqueda; abren todas las puertas para dejar entrar a su interior racimos de  luz y a la vez surten de su adentro, con luz, a quienes tienen su fuego apagado. La apertura les permite descubrirse ellos mismos en los hijos o en las amistades. Ese es el momento fecundo, pues hacen un mundo diferente al ya conocido. En esta alegría emprenden caminos, a veces inesperados, por donde avanzan, ya no sólo para realizarse ellos mismos sino para que todo lo que se presente delante de ellos realice lo que aún permanece en estado de semilla dormida. Así es como van por el basto universo de la vida.

Más grande todavía es el misterio del encuentro del hombre y de la mujer cuando al descubrirse como semejantes lo que miran no es sólo su propia imagen sino otra más grande, la divina. A esa compenetración de encuentro inesperado es lo que llaman amor. Amor nunca limitado en nada, porque a partir de entonces el amor es la señal que indica por donde transitar para dar cumplimiento a esa inquietud insaciable. Con razón al atinar con tal realidad nunca más quisieran apartarse el uno del otro hasta consumar ese encuentro en el abismal amor divino.
Una vez en el mundo, el hombre empieza a crecer y a entender el universo para encontrar a la mujer. La mujer avanza sin quererlo por senderos inhóspitos para abrazarse ella misma en el gran amor. No es cualquier dirección por la que cada quien avanza, pues buscando lo grandioso, el hombre descubre a su otra parte en la mujer y la mujer al hombre, y al complementarse, sin ellos sospechar encuentran  a Dios. 
No existe frustración más grande para el ser humano que perder lo que un día encontró. Por ser lo mejor de sí mismo, su propia perfección. ¿Qué puede hacer el hombre una vez encuentra su otro yo, y lo pierde? ¿A dónde irá la mujer si se extravía del gran amor? ¿A quién le podrá recitar los cantos tristes en la parte que dice: que el gran amor "ya pasó" y vivo en el gran extravío? ¿Ahora el hombre ya no es esencial y la mujer encantadora? ¿A dónde ir en esa condición miserable?
En cierto modo son felices los hombres y las mujeres cuando aún no han encontrado al gran amor de su vida. Son tan felices como son felices los niños que viven del amor genuino. Alguien me decía, ¿Es preferible no buscar o no dejarse encontrar por nadie? Con atrevimiento, dije, entonces: ¿Para qué viniste a este mundo? ¿A qué responde tu condición de mujer y de hombre? ¡El Señor te quiso hombre y mujer!
Y me quedé pensando, mientras veía las olas ir y venir envueltas sobre sí mismas. Esas mismas olas se deslizaban suavemente para acariciarse con la arena...

Por: Gvillermo Delgado
Fotos: Prestadas de la web.
domingo, 27 de diciembre de 2015

LAS DECISIONES



Por: Gvillermo Ddelgado OP

Soy fruto de la decisión. Lo que ahora mismo soy es consecuencia de lo que en su momento decidí sobre mi vida, para bien o para mal. 

Quienes me conocen pueden definirme sin mucho esfuerzo. Con facilidad me doy a conocer realmente, sin ambigüedad. Los que saben de mí, me definen por lo que aparento y por aquello que expreso más allá de las apariencias. Me definen por lo que piensan que soy y por lo que soy realmente. Las palabras y las circunstancias son determinantes para esta conceptualización.


Si cuando fui niño mis padres hubieran influido sobre mi pensamiento y sobre los modos de experimentar los afectos, de un modo diferente al que me "impusieron", lo más probable es que yo fuera una persona distinta a lo que ahora soy. Sin duda que con muchas personas no nos hubiéramos conocido nunca. La implementación de los valores y creencias de mis padres y mis hermanos mayores, determinó el futuro desde aquellos años infantiles.

Cuando fui adolescente y quise superar los criterios de mis padres y maestros, fui yo quien se hizo cargo de la vida y asumí "la realidad" sobre mis hombros. De ese modo reforcé lo que ya era, e hice llegar a mí, al ser humano que ya desde entonces quería ser.

Si esta afirmación que dice que “yo soy fruto de las decisiones que un día tomé sobre mi vida” es demostrable, entonces, ahora mismo puedo cambiar el porvenir. 

Cualquier decisión que ahora tome es móvil que modificará mis días venideros. 

¿Cómo quiero ser en 10 o 20 años? Eso sólo depende de las modificaciones genéticas que haga de mi espacio vital.

De ese modo, no hay frustración que valga. 

Si quienes fueron los responsables de mi niñez y tomaron decisiones sobre mi vida, con el fin de hacer una mejor versión de ellos mismos, y si más tarde yo me propuse asumir mi propia vida, entonces lo que soy ahora no debiera contener ni siquiera una pizca de desencanto. Al contrario, lo que ahora soy es lo que da contenido a mi ser responsable. 

Si fuera el caso en que no estuviera conforme con lo que he llegado a ser, no me quedaría más que modificar cada pieza de este segundo, alterar cada átomo de mi materia gris, provocar mutaciones en mi entorno social y reorientar el flujo de sangre de mi aorta a otro ventrículo, para que lo mejor que está por venir llegue a mi centro y determine todo el entorno de mis relaciones; con el objeto de llegar a ser más real y menos etéreo.

De momento soy esto que ves. No hay más. Soy fruto de la decisión. Podría ser mejor o podría estar peor, no lo sé. Lo único que sé es que puedo amar, sentir, pensar, ser parte de este mundo, ser palabra y opinión para que "las cosas" que me insatisfacen sean mejor orientadas.

En el Dios en quien creo y fundamento mi vida, afirmo que toda acción suya es de misericordia, y esa acción consiste en cambiar lo que puede ser cambiado y amar desde la raíz aquello que sólo puede ser amado, para que sea el amor quien me muestre lo mejor de sí. 

Así actúa Dios. Así actuamos quienes creemos en él. Así ama Dios, así amamos quienes amamos como él.
viernes, 25 de diciembre de 2015

ESTACIÓN




Al Tío Chilano Delgado
En el día de su partida definitiva

De la estación
hacia el campo de concentración
llevo la tristeza en vagones inertes.

Por las ventanas diviso
mi estatura de pájaro
y las paredes de piel.

Voy soportando el aliento grisáceo de las fábricas
que desgastan los engranajes de los nervios
envejeciendo los párpados de las miradas
para prolongar el silencio de los panteones.

A esta hora que voy hacia ese campo,
la luz huye a otras campiñas,
me envuelvo de sombras calladas.

En esta cúspide triste
hago la venia a la noche
entre sollozos de estrellas...

(Mientras avanzo lentamente a mi punto,
despierto en el vagón de mi última estación...)

y aunque descubro clorofila en mis venas,
la tristeza es comején
de mi corazón de árbol madrecacao.

jgda
Fotos: Mimita Aragón
viernes, 18 de diciembre de 2015

EL VACÍO EXISTENCIAL


El vacío existencial es aquello que no tiene contenido ni es sostenido por nada. 


Sentir vacío es sentir la nada. La nada es "la náusea", esa sensación de abandono y de muerte anticipada; en tal caso, la persona se siente, sin quererlo, inclinada al desprecio de sí misma en la sensación acre de hallarse con su muerte. 


Quien experimenta el vació fija su alma simbólicamente en el pasado, se ancla en un punto fijo. Se inmoviliza. La existencia no tiene rumbo. El ser es opaco, no se ilumina. 


Sin embargo, el vacío como extremo de vaciamiento, puede ser indicación que lo humano “debe alzar vuelo”. Lo humano, dado su origen, no puede ser para la muerte. La muerte física, cuando se percibe, abre puertas a otras experiencias, antes desconocidas. 


El vacío existencial es la pérdida de sentido que puede ser reivindicado a partir de la soledad, y el encuentro. Porque la soledad es algo más que el vacío. La soledad es la sensación profunda de que algo está por venir. Sensación que avizora la llegado de algo o alguien. El pueblo judío lo entendía como el momento de la visión (Ap 8, 1). Visión que requiere de la soledad y del silencio.


La soledad empuja al silencio, que hace crecer en la persona el anhelo de escuchar, con el afán de atender aquello "siempre mayor" que viene. Es la impresión de sentirse en búsqueda y a la vez encontrado. Porque la soledad no está centrada simbólicamente en el pasado sino en el silencio y la intuición. Es la pasión anticipada que hace venir lo grandioso. Esa pasión que afecta todo el ser y todo el entorno habitado. 


En justicia la soledad hace experimentar de modo extraordinario aquello que está en la conciencia en grado ínfimo; por eso, hace venir a las ciencias, las expresiones simbólicas del misterio, las voces del viento que anuncian la belleza. La soledad, impulsa desde las profundidades del alma, hacia lo que cada quien sabe que debe llegar a ser, porque está hecho para "esas cosas grandes". Sobre todo la soledad mueve al encuentro de lo que puede ser amado y no está siendo amado. 


La soledad es la madre de la esperanza, la esperanza que hace dialogante a la persona; pone a uno delante de lo otro para desvelar lo más humano posible. Es la plataforma de eso que llamamos felicidad. Con lo que inevitablemente se ha de vivir la vida en el "eterno presente". Es el impacto inesperado de "ese de repente" que nos pone delante de lo que ni siquiera imaginabas un día; pero que siempre nos puso en movimiento


Por: Fr. Gvillermo Delgado OP
Fotografía: Luis Ixim.


jueves, 17 de diciembre de 2015

EL DIÁLOGO


Si examinamos nuestra condición humana a partir de lo puramente  “biológico-natural” descubriremos sin mayor esfuerzo que ahí hay algo más que indicios que explican por qué siempre estamos ansiosos  por alcanzar metas más grandes y lejanas. Y por qué siempre necesitamos dialogar, encontrarnos cara a cara delante de quien sólo puede ser semejante a uno mismo.
Fijémonos en este simple dato, a los pocos días de nacer, toda niña o niño empieza a balbucear expresiones no siempre comprensibles, como: “maammma, paaaappa”. Con esas palabras de bebés, todos, sin excepción, aprendimos a identificar a nuestra madre y a nuestro padre del resto de las personas. Quiere decir que tales impulsos "originales” nos mueven desde siempre a la unidad, que sólo con el tiempo vamos recreando y perfeccionando en el amor y la ternura.
 ¡Qué grandioso misterio! 
El misterio es la belleza universal que se recrea en las personas a partir de las pequeñas cosas, que luego se expande a todo lo humano; es el sueño con el que nacemos y aspiramos cosas mayores, es llegar a tener lo que no tenemos, buscar lo que sabemos que no alcanzaremos pero que nos mantiene en tensión de espera. El misterio es el mejor impulso para aprender a amarnos, es la inquietud querida por la que construimos la casa que habitamos dónde nos quedamos amando en el tiempo, para amar lo que una vez amamos, pues lo que se ama una vez se ama para siempre. El misterio es aprender a no dudar nunca que haya maldad en el bien amado. Es movilizarse con "todas las fuerzas" en el gran amor. Y no esperar nada más allá de lo que sólo el amor provee.

En éstas experiencias de pleno amor "nos atrevemos a decir" que Dios mismo habita en las profundidades del alma. Que Dios es la fuerza con la que nos perfeccionamos delante de quien es nuestro semejante, a quien sólo elegimos en la libertad que brota del amor más puro. Así es como aprendemos a hablar, no sólo a llamar a nuestros padres por su nombre, sino a ser llamados, a descubrirnos dialogando delante de "alguien". Basta con que hagamos un tantito de silencio para escuchar la voz del amado o de la amada, o hablar en el silencio eterno del amado, cuando el amor acontece.

“Las cosas existen en forma de palabras…
Al cosmos él lo creó cantando.
Por eso todas las cosas cantan…
Y toda cosa es palabra,
palabra de amor…
Las personas son palabras.
Y uno no es si no es diálogo.
Y así pues todo uno es dos
o no es.
Toda persona es para otra persona…
(La persona sola no existe.)
Te repito, mi amor:
Yo soy tú y tú eres yo.
Yo soy: amor.” 

(Ernesto Cardenal: “la palabra” en Canto cósmico).

Por: Gvillermo D.
Fotos: jgda
martes, 8 de diciembre de 2015

LA SOLEDAD

La soledad

1. El vacío es la experiencia interior de la nada, lo que no tiene sentido para la vivir la vida. La nada es aquella realidad que no da contenido al intelecto ni a la pasión humana; al punto de llegar a creer que la persona es nada o “menos que nada”. 

Desde la nada la vida no vale la pena ya que impone el deseo incómodo de la mala conciencia de que es mejor arrancarla y diluirla entre las cenizas.

2. En cambio la soledad tiene que ver con el presentimiento de que alguien o algo está muy ausente, pero requerimos de su cercanía para existir. 

A ese alguien hay que hacerlo venir a nuestro lado. 

Precisamente en esta soledad la persona se experimenta ella misma como “alguien”. En ese posible vacío provocado por la ausencia de ese algo o alguien, toda persona descubre la fuerza vehemente del amor necesario sin el cual no es posible vivir la vida, porque entonces sería vacío o nada.
3. Aunque parezca extraño solamente delante de la soledad la persona descubre la esperanza. La esperanza es la materialización de la soledad. En esa hora la soledad se siente, se toca, se manifiesta. Es la fuerza que moviliza a la persona hacia la conquista de lo grandioso. 

Esta soledad ya no es vacía, porque está sustentada “en la espera de que tanto el intelecto como la pasión” nos pondrán, más temprano que tarde, delante de aquel bien amado que de algún modo estuvo perdido. Por el cual ahora existo. Es "ese de repente" de estar delante de mi-ser semejante.

4. O sea, la esperanza es la fuerza interior que permite descubrir que nada estaba perdido; cuando eso acontece en el alma, el intelecto se simboliza en palabras y gestos para salir al encuentro de lo amado. Y la “pasión oprimida por el vacío” se transforma en amor apasionado. Eso es despertar en el amor. Ya lo decía el filósofo que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”.

5. El sueño más grande de la persona consiste en alcanzar lo grandioso. Toda persona se sabe necesitada de un lugar propio y otro ajeno que le oriente hacia adelante. Así, quien espera, como quien ama, nunca cesa en la búsqueda de algo mayor de lo ya alcanzado.

La insatisfacción es indispensable para la vida y sólo es comprendida afectiva y racionalmente desde la soledad.

6. Es verdad que de la nada nada puede surgir, no así de la soledad. Porque la soledad es origen y meta. La soledad tiene que ver con quienes esperan porque tienen mucho que dar y mucho que recibir. Quienes habitan la soledad nunca están vacíos.

Es en la soledad donde siempre se espera a ese “alguien amado” para darle lo mejor de sí, o para entregarse uno mismo, como alguien que se "dona". Por eso la soledad es el silencio más tenaz que empieza por encontrarse con uno mismo en el diálogo.
7. La persona no se entrega en el vacío sino en la soledad de la “pasión". Es por eso que el amado siempre está descubriendo “cosas nuevas” y "entregándose" de  forma nueva. El ser que ama o es amado, orienta toda su existencia en la dirección del misterio infinito como quien no sacia nunca su sed.

El ser amado está lanzado a “ese otro ser” para amarle sin el afán de hacerlo de su propiedad, sino para darle todo, alcanzarlo todo, hacerse uno con el todo y diluirse en él, como el río lo hace frente al mar. Ese es el sentido de la vida o la vida con sentido. 

El sentido es alcanzarse a sí-mismo en el tú-mismo. Es estar en plena soledad delante de ti, lleno de ti. Es descubrirse uno mismo como salido de la fuente de donde brota el agua de la vida, es beber y dar de beber al mismo tiempo.

Por: Gvillermo D.
Fotos: jgda

jueves, 3 de diciembre de 2015