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Las Pequeñas Cosas

Las «pequeñas cosas» son aquellas realidades que dan a conocer «otras mayores». Extrañamente el mundo de las pequeñas cosas aproximan a lo auténtico y extraordinario, ya que obligan a pensar en lo que falta por perfeccionar en la vida o a valorar aquello que siempre ha estado ahí y que «en apariencia  falta». Basta una mirada consciente a un atardecer cualquiera para sumergirse en el conocimiento y la valoración.

Las pequeñas cosas son aquellas realidades que  como «arte de magia» conectan profundamente a las personas entre sí y con la propia interioridad. Son como un larga vistas que penetra la distancia y acercan lo que está lejano, ya que revelan la verdad de lo oculto y le dan brillo a lo que parecía no tenerlo. Las pequeñas cosas, igualmente destapan las aparentes verdades y trazan la dirección correcta que el autoengaño o la falta de sabiduría cotidiana negaba a la mirada. Las pequeñas cosas son la captación y la aceptación de la realidad en cuanto tal, es un mirar al desnudo. 

Son suficientes las pequeñas cosas para descubrir la presencia cercana de lo que siempre «he amado y no lo sabía». Sólo que a veces esas pequeñas cosas cuando irrumpen inesperadamente pueden hundirte en la tristeza y la frustración. Por ejemplo, la muerte de tu propia madre o de uno de tus hijos siempre será traumática. Ese hecho es profundamente doloroso porque siempre fue negado racionalmente. Pero una vez, el trauma es interiorizado o elevado a la propia conciencia, la persona tiende a darle un «vuelco radical a toda su vida». Ese mismo ejercicio de reflexión habrá que hacerlo, a la inversa, ante el nacimiento "de tu propio hijo" o con el éxito de tu empresa o trabajo.

Para lograr afirmar esto, he tenido que cambiar de horizontes de comprensión, varias veces. Otros paisajes y personas me han hecho retrotraer "mi propia historia" y desmarcarme de lo que no es real (de-lo-que-no-es-humano). Por azares del destino (como dicen algunos), yo digo por Providencia Divina, me "embarqué" hacia un mar inmenso de acantilados insondables;  me aferré a la Vedad que yerguen las palabras; me calcé para desgastar la vida hasta que la fuerza se desvanece y lo que obtuve de todo eso ha sido la fe. Nada más que la fe. (Claramente «embarcarme» fue consecuencia del amor, y ahora, la fe es fruto de aquel amor que me permite mirar cercanas aquellas cosas que antes parecían lejanas).

De acuerdo al lenguaje del amor, en determinado momento de la vida, hay que «atarse a la esperanza» por ser la palabra más cierta del pensamiento, y comprender que nada puede ser sostenido fuera del «amor propio y del amor recibido».

La fe ha dado consistencia a mis palabras, pues con ella, el amor ha de dejado de ser una figura simbólica o de simple significado.  Con la fe he aprendido a materializar aquello que espero; y, como lo que espero es siempre mayor, la fe es la fuerza que me sostiene en el amor para alcanzar «aquello» que es más grande que yo, el cual necesito para existir.

En ese mismo sentido, el amor se define de una manera simple:  «es uno y  nada más» (a la manera del amor divino "para que todos sean uno como tú y  yo somos uno", Jn 17). Y se hace presente de una manera tal que puede ser hallado en las personas. El amor se aparece cuando se anhela "alcanzar y ser alcanzado" por la unidad infinita,  que empieza por asomarse poco a poco en la conjugación de las palabras de "los semejantes".

Mientras yo-exista en este mundo la única manera de alcanzar y ser alcanzado por el amor (para-ser-uno-en-el-amor) es por medio de lo que llamo  «la atadura».

Paradójicamente el amor como atadura  es el preciado camino de la libertad, que al hacer vulnerable a la persona que ama, y exponerlo al criterio de la voluntad ajena, le muestra la virtud de la obediencia «como alfombra roja» para caminar por las alturas de la libertad.

Para muchas personas aquí empieza la conquista de la felicidad. Estoy de acuerdo, por ser esto el inicio de la auto-conciencia -o la realidad verdadera- pero sólo el inicio. El resto es la vida que está por delante, más allá del propio horizonte.

En algunos casos "el universo a la vista" puede confundirse con la realidad. La realidad sólo puede se poseída a través de la palabra que se cree, por la esperanza materializada o por el amor en que se espera.

Esta es mi conciencia despierta. Estas son mis pequeñas cosas.

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
jueves, 18 de agosto de 2016

Subir a los Cielos


Subir a los cielos

La persona humana aunque no sabe con claridad que es la eternidad cree en ella, ya que le hace capaz de alcanzar lo que persigue con sus sueños (los anhelos). Así es como busca “la gloria”.

Por aquello de las dudas, todos queremos inmortalizarnos “aquí y ahora”. Con razón, no cesamos de buscar las mejores cosas de este mundo, por pequeñas que sean. Al lograrlo, nos empeñamos en darlo a conocer, aunque sólo sea el corte de nuestro pelo o el paisaje que nos vislumbró en una tarde cualquiera.

La gloria empieza por reconocer lo grande que somos y lo mucho que merecemos. Pero eso es sólo un anticipo de algo mayor que rebasa el ánimo y el conocimiento; aquello que abre a lo misterioso.

Todos queremos elevarnos más allá de nuestra estatura. Quisiéramos “escalarnos” desde nuestra interioridad y destapar secretos. Lo que no siempre sabemos es que ya no hay secretos posibles. Todo ha sido dado a conocer. Saberlo es cuestión de humanidad y fe.

Subir al lugar de Dios (el Cielo), posarnos delante de su presencia es lo que está recogido en la verdad de fe sobre la Asunción de la Madre de Dios (dogma proclamado por Pío XII, en 1950). Ella representa todo lo humano, y define qué es “la existencia”.

Existir es “encontrarnos” en la corporalidad. De ese modo, glorificar la grandeza de Dios es cuidar nuestro cuerpo. María, la Gran Madre, es el mejor símbolo de esa verdad.

La experiencia de Jesús (hombre-Dios) y de María (Mujer-humana) nos dicen cómo Dios nos salva a partir del cuerpo; por eso, Dios está en el inicio de la vida (en la creación, y en la encarnación de su Hijo) y en el final de la existencia (como es el caso de la resurrección de Jesús y la Asunción de la Madre).

En el cuerpo somos felices. Ahí, la felicidad eterna es anticipada por la felicidad presente. Quien no es feliz ahora no puede presumir felicidad futura. La eternidad de Dios acontece en el tiempo de quienes él quiso que participen de su condición divina. La persona que glorifica a Dios glorifica su cuerpo, y hace de su vida presente un acontecer futuro. No se conforma nunca con “cualquier cosa”, lo quiere Todo.

“Vivir la vida” es el primer peldaño para elevarse al cielo. La altura del cielo se alcanza a partir de la estatura de la dignidad humana.

Por: Fr. Gvillermo Delgado
Foto: jgda
martes, 16 de agosto de 2016

La Religión Auténtica

En estos tiempos de civilización se cuentan historias de quienes frustran los sueños más deseados por razones diversas. En ésos casos, el problema no descansa en quien tiene mucho o no tiene nada, sino en quién ha encontrado -o no- el sentido a su vida con lo que posee.

El reloj de nuestra sociedad ha avanzada hacia una hora empunto de confusión, porque muchas personas no saben cuál es la razón principal por la cual viven.

Si en esta hora, la religión, por ejemplo, no da sentido a la existencia humana, no es una religión auténtica. De igual manera si el cansancio del trabajo al final del día sólo trae el tedio habrá que revisar hasta dónde se ha perdido la razón por la cual se hace.

Somos testigos de religiones que no dan el suficiente sentido a la vida de las personas. En muchos casos la religión es simulacro ritual que se vale de los símbolos sagrados para libaciones paganas. Tan paganas que justifican el crimen y la mentira.

Si la religión sólo es ungüento para consolar en la aflicción y no trasciende más allá de la pena efímera, quiere decir que su ministerio se ha relucido a prácticas conspicuas hacia dioses paganos; y cuando los pliegos de sus discursos se balancean entre el exceso o el defecto, el fanatismo o la indiferencia, hacen surgir de sus creencias mandamientos al gusto.

Cuando eso pasa, las relaciones humanas no se basan en las promesas ofrecidas sino en la satisfacción de necesidades momentáneas que pronto tienden al aburrimiento, dando lugar a anomalías mentales que afloran en tipos de ansiedades, complejos, depresiones, angustias y desesperanzas. En este estado, las personas no tienen un refugio seguro, han perdido el sentido de sus vidas.

Aunque no se trata sólo de la religión sino de la existencia humana, la religión tiene mucho que ver. Por lo mismo la religión debiera tender cada vez más hacia lo auténtico, de tal modo que dé a las personas las razones del por qué vivir y posibilite la realización en el afán de las pequeñas cosas.

Por: Fr. Gvillermo Delgado

Foto: jgda
jueves, 4 de agosto de 2016