Viendo "Posts antiguos"

Lo santo y lo demoníaco

El encanto de la princesa está en que ella expresa la belleza de todos. Pero cuando «todos» dan cuenta que la princesa sólo vela por sus intereses, entonces los demás empiezan a sentirse no-representados, y lo que queda de la princesa son gestos vacíos y acciones mezquinas que rallan en lo espantoso. Lo mismo pasa entre el rey y el tirano. Una misma persona puede transmutar de soberano a dictador. El límite entre uno y otro depende de una membrana delgadísima, casi invisible, que eleva al estrado de lo santo o hunde en el limbo de lo diabólico.

La manera de diferenciar a un santo de un demonio es fácil. El santo obra de tal modo que todo lo que dice y hace, lo hace bello, y esa “belleza perdura en el tiempo” (Aristóteles) porque afecta a las generaciones presentes y venideras. Pues al buscar lo eterno deja huellas aún en las pequeñas cosas que hace, porque las inunda del significado de lo bello, señalando las realidades infinitas. Sin embargo, lo demoníaco es lo efímero, inútil y aparente; por más que persista en hacerse notar en lo bello, recae en lo feo, ridículo y apestoso.

Lo demoníaco se parece a la flor de medio día que fenece al atardecer. Mientras que lo bello, lo santo, es como el árbol plantado junto a las corrientes de agua que da frutos a su tiempo (Sal 1). 

Por: Guillermo Delgado OP
Foto: jgda  (Quema del diablo, Santa María Cahabón).
domingo, 27 de noviembre de 2016

La Libertad

La liberad depende directamente de la aceptación y observancia cuidadosa de los principios normativos que por naturaleza rigen a la persona y a su entorno social. De cómo se aceptan y se cumplen tales pautas depende el tipo de libertad de cada individuo.
Por: Guillermo Delgado OP
Fotos: jgda

El Adviento

El Adviento es el período de cuatro semanas antes de la Navidad. Este tiempo nos prepara interiormente para la llegada de Nuestro Señor Jesucristo. Los cristianos esperamos ansiosos la manifestación definitiva del Señor. Él mismo nos dijo: Mira, vengo pronto (Ap 22, 7). Los cristianos decimos: ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 22). Este es el significado fundamental de estos días.

La palabra Adviento significa «llegada» y claramente indica la actitud de vigilia y preparación de los cristianos. Nos dice el Apóstol San Pablo: 
Ustedes mismos saben perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Pero ustedes hermanos no vivan en la oscuridad, para que ese día no los sorprenda como ladrón, pues ustedes son hijos de la luz e hijos del día (1 Tes 5, 2. 4-5).
El Adviento marca el inicio del año litúrgico como el tiempo de Dios, cuando Él se hace presente en la vida de la comunidad con el único propósito de darnos la salvación.

Aunque Dios ya se ha manifestado plenamente entre nosotros, aguardamos su venida final. Con ese motivo los cristianos celebrábamos el Nacimiento del Niño Jesús. Ese acontecimiento lo esperamos con un tiempo de preparación en cuatro semanas previas a la Navidad, que se convierten en un periodo de reflexión y de perdón.

El Adviento como tiempo de meditación y penitencia nos ayuda a tomar conciencia de la «calidad de vida» que tenemos. Como quien dice: «vivo de esta o de esta otra manera, pero no me sirve para ser feliz. Debo cambiar el rumbo de mi vida». Este tiempo de Dios es la oportunidad para renovar la vida presente delante de quienes amamos y delante de Dios. Es volver a nacer a partir de una vida reconciliada.

Es verdad que Dios está por manifestarse plenamente en el tiempo futuro. Pero la mejor y más grande noticia es que se está mostrando siempre, porque Dios camina con nosotros. De lo que se trata en este tiempo de Adviento es de darle el lugar a Dios para que nuestros hogares sientan su presencia.

Por tanto, el Adviento es el «chance» que Dios nos da para «reiniciarnos». Por eso hablamos en primera persona, en estos términos:
Adviento es renovarme con las mimas alegrías con que empecé el proyecto que ahora hago realidad en la familia. Es renovar los propósitos de mi vida. Es retomar mis sueños con nuevas fuerzas, porque muchas de las cosas que fueron importantes ahora ya no lo son. Es el tiempo de renovarme personalmente para presentarme dignamente delante de la comunidad de quién soy parte, y permanecer listo para cuando el Señor me llame a su presencia".
Por: Gvillermo Delgado OP
Fotos: jgda (Antiguo convento del Monasterio de la Santa Espina, Castilla).
sábado, 19 de noviembre de 2016

El Valor del Tiempo


 Si el final de un año es a la vez el inicio de otro, quiere decir que el tiempo es cíclico como el de las estaciones determinadas por las fuerzas de atracción del sol y la luna. El tiempo se mide por la influencia de las relaciones profundas de las personas entre sí (en la amistad), con la naturaleza (en la cultura) y con Dios (en la religión). Lo demás se encuadra en lo que llamamos historia y en la eternidad, pero ni de uno ni de otro tenemos control ni pleno conocimiento. Lo esencial acontece en el aquí y ahora mismo, gracias a la amistad (el amor), la cultura (el mundo y la naturaleza) y la religión (Dios).



Con el cierre de un ciclo de tiempo, las personas perciben los límites de la existencia, y el tiempo se considera a la luz de la vida. En una mirada retrospectiva en el tiempo se valoran las personas que han conformado tu círculo afectivo inmediato, algunos de los cuales ya no están, ya sea porque “fueron llamados a la casa del Padre” o porque rompieron el cerco de las relaciones afectivas inmediatas; mientras que otras se han unido al clan familiar y de las amistades.



Pensar en tales realidades desde el propio “yo soy” (un tanto lejos de la heteronomía mundana) ayuda a valorar la vida como materialización de los sueños, a considerar “tu derecho de piso en este planeta”, y a considerar las propias capacidades que permitan sostener la calidad de vida que crees tener, de las cuales dependes.



Sin embargo “el yo soy” no es suficiente para asegurar esa calidad de vida; necesitas los límites que definen a las libertades (más allá del “yo soy”), también necesitas  de las determinaciones misteriosas (de esas fuerzas fascinantes que dan razones a las impotencias de los límites). Así pues, la calidad de vida está sumergida en las aguas profundas de las relaciones temporales cimentadas en las razones que enfocan  la mirada en lo que llamamos futuro.



La vida se abre y cierra imaginalmente en ciclos que cada vez más se elevan hacia un sueño que jamás logras esclarecer (¿el futuro?), pero que no cesas de buscar con ilusión. Es un punto de plenitud que en cierto modo define la felicidad, al que quieres despertar de una vez para siempre en el mundo de las relaciones preferidas.



Cuando un niño despierta a los años juveniles, el mundo se le presenta como una gran quimera por conquistar, donde el tiempo se figura en una pompa de jabón que se escapa mientras se diluye; pero cuando el mundo de la juventud empieza a escaparse realmente, el tiempo se siente como la fuerza imponente de los años, que deja una huella indeleble de desazón disgustante en el alma como señal de que el tiempo se ha ido para siempre. En esos estados del alma, el tiempo aparece como la gran membrana que recubre la vida que te sostiene a pesar de lo perdido. Entonces, la memoria se ancla en los recuerdos de la infancia como resistencia inconsciente para no dar paso de modo pacífico a los años benditos de la senectud.


Como ventanas que airean tu alma, si mañana por la mañana abres un ciclo nuevo de vida, por las razones que sean, no te olvides nunca que ese es el inicio de la realización de un sueño eterno, tampoco olvides que no estás determinado por las fuerzas gravitacionales del sol o de la luna solamente, sino que dependes de tus relaciones fundamentales. 


Finalmente, está prohibido olvidar que la fuerza determinante del tiempo sólo puede ser y estar en el amor, en el que todos somos uno (Jn 17)∎


Por: Gvillermo Delgado OP
Fotos: jgda



viernes, 18 de noviembre de 2016

Ser como Niños

Para ser buen ciudadano (como quien vive en la ciudad) no basta con comprender la realidad de la vida y las cosas, a no ser que eso fuera suficiente para no ser determinado por las circunstancias insignificantes. La comprensión de la realidad exige, a quien conoce, acoplarse de tal modo que el intelecto y realidad sean como el equilibrio y la dirección de los dos pies. En cierto modo, ese debiera ser el «acontecer del espíritu humano» que se mueve hacia una dirección de sentido (como respuesta a la pregunta de por qué y para qué vivo la vida en sociedad).

Cuando el conocimiento racional (en tanto comprensión de la realidad) se topa con el muro de lo absurdo (la no-comprensión de la realidad) ocurre un descenso del sentido de la convivencia y la persona cae en el abismo de las aguas turbias de la frustración, que le obligan sin control a que el cerebro reptil (MacLean, 1970) haga prevalecer esa parte oscura de «la irracionalidad del alma» (Aristóteles). Entonces emergen distintos grados de violencia, por ejemplo, visceralmente justificados.

En ese momento el Homo Sapiens (o el hombre sabio) se diluye en la penumbra de la confusión, y lo que tenemos delante (o lo que queda del Sabio) es al “Orco”, o a “la Arpía mítica" que irrumpe de las aguas turbias del sinsentido. Ese “resto humano” en estado de locura se parece al hombre impaciente y desesperado de la ciudad en "la hora pico del tráfico". Se parece, también, a los demonios que se esconden detrás de las higueras tramando juegos perversos, o a la anciana malvada que se acuesta meditando el crimen. Son los duendes neuróticos que perdieron su mente en las noches de tabernas, mientras atendían los cantos de las sirenas y acariciaban lentamente su alma seducida. ¿Qué pasó con la inocencia del hombre sabio en estado de amistad?

Ahora bien, ¿Qué les parece si hacemos «flashback» sobre la propia vida (metidos en el pantaloncito de tirantes o en los zapatos rosados de princesita) y atendemos la voz del Maestro cuando dijo: «de quienes son como niños es el Reino de los cielos»? Sabiendo que «esos locos bajitos» (como dice JM Serrat) caminan frecuentemente con los pies de la razón y de la realidad.

Más allá del margen de la ingenuidad, con la que en la edad pueril se patea una pelota o se sueña con la edad adulta, el buen ciudadano debiera ser como un niño. 

Por: Gvillermo Delgado OP
Foto: jgda
viernes, 11 de noviembre de 2016