Viendo "Posts antiguos"

SILENCIOS


 

¿Adónde van los amigos
cuando empiezan a despedirse
en la piel y las pausas del alma?

¿Van por otro camino
distinto de donde vinieron
a este mínimo momento
de aire,
de tierra,
de agua
y de luz?

De quienes no supe,
de quienes aún tengo
soy deudor
de argumentos,
de la dirección
de la vereda enmontada.

Se van callados y desnudos,
dormidos sin sueño,
de la verdad concreta,
de las tardes en cansancio,
y del patio en sepia
que dice a los pinos inmóviles:
¡Mira las montañas más altas
Que la luz te permita!

Por: Guillermo Delgado
Fotos: jgda

 
Mi propio comentario

Cuando desciendo a lo más auténtico de mi existencia, no puedo omitir ver, como ave fénix, algún difuminado vuelo de donde extraigo de a poquitos las esenciales reminiscencias recónditas en los abismales letargos...

Los domingos por la tarde, suelen ser, aún no sé por qué, ese “cuando divago” con facilidad entre la espesura presurosa de las sombras o la lejanía arcana del misterio, que a veces cae de golpe en el simple calco de un techo sobre el suelo o las montañas agrestes e inertes.

Este escrito es uno de esos. Puede ser el esbozo de una muerte o su preámbulo, que con frecuencia deja la ausencia de aquello que sin siquiera asomarse deja ese halo de ausencia. O quizá porque empiezo a despedirme poco a poco de esta Casa de Cobán, que me ha mostrado la misericordia concreta...

Me voy con mis plumas de quetzal, mi ábaco infantil, mis piedras de río, con la agüita clara de las miradas de los niños, con la bravura del Rabinal Achí, para decir que debo terminar lo que he empezado… y es porque me voy a otros lares con mi amor simple.
lunes, 21 de noviembre de 2011

¿palabra de Dios?


Toda persona tiene un origen y un destino. Y ese es lo divino. Fuimos creados como las partículas de agua y de luz: como el río que corre y el fuego que quema, creados como las abejas y sus panales, los colibrís y su aleteo.
A diferencia de todos las demás cosas: los animales, las plantas, el aire, el fuego, la tierra, el aire; nosotros, los humanos, al ser pronunciados por esa Fuerza Originaria de la Vida, fuimos llamados a la existencia (para hacer camino, no sólo para vivir), orientados al diálogo en la palabra. Por tanto, al ser creados por una Palabra nos convertimos en hacedores, pronunciadores de palabras. Entendedores otros lenguajes, inclusive aquel que está más allá de los límites de la palabra humana.
La persona humana nace con vínculos de filiación, como parte del mismo diseño, por ejemplo, con sólo días de nacidos y sin que nadie nos enseñe empezamos a vincularnos con nuestro padre y nuestra madre, le llamamos, decimos: imma, appa, abba. El vínculo más original es hacia el padre y la madre. ¿No es esto reminiscencia, memoria viva e inconsciente, que venimos de otra paternidad y maternidad? O ¿Será el vínculo ancestral más remoto, que indica que nuestros padres inmediatos sólo son el último eslabón de una larga cadena que se pierde en la oscuridad de la memoria y el tiempo?
Como sea, démosle crédito a la palabra. Ella tiene fuerza, es creadora. Nacemos con la palabra en la boca, la llevamos en las decisiones, en el triunfo o en el fracaso. Basta decir o no para determinar nuestro destino.
Todo es palabra. O como dice el poeta, Ernesto Cardenal: todo cuando existe es palabra, y palabra de amor.
Hacia esa palabra hay que abocarse cuando intentamos incidir en las crisis actuales, que son crisis de lenguaje. En muchos ámbitos de lo humano la palabra ya no es creadora. ¿Será que las influencias externas a nuestra alma han modificado nuestra genética originaria? ¿Es manipulable lo esencial en el laboratorio de la técnica y la informática? ¿En qué nos han convertido? ¿Es racional excusarnos de lo que hemos llegado a ser? Mientras tanto nuestras vidas se van aproximando cada vez más a la perversión y al caos. Como los primeros casi-humanos de lodo y madera del que nos habla el Popol Vuh, aquellos que caminaban como locos y tenían dificultades reales para entran en relación con los demás y a la vez estaban imposibilitados en reconocer a su creador.
¿No será que para superar cualquiera de las tantas crisis actuales tangamos que volver a nuestro origen primario de la palabra? ¿Realmente, en expresión de Steiner, nos hemos liberado del silencio de la materia? O ¿Aún seguimos siendo, como afirman algunos científicos polvo de estrellas?
Quizá no haya otro camino. Hay que reconocer que en la Palabra conocemos y somos conocidos, nos revelamos a los demás, en su defecto posiblemente estemos perdidos en los ruidos y el desorden. No podemos seguir perdidos en nuestro gran olvido. Les recuerdo que “somos Palabra”, pronunciados por Dios, por eso somos y existimos. En ella hacemos accesible toda la realidad, humano-espiritual. “Las palabras son el ojo vivo del misterio”.
Lo que decimos, como lo que buscamos, tarde o temprano es real y tangible. Sólo con una nueva gramática, la gramática de la esperanza, podremos superar la barbarie en la que estamos inmersos. Podemos recrear la realidad. Reinventar nuestro mundo. En a analogía con la creación Yavista (donde cuenta cómo en la génesis de la vida Dios crea), desde lo profundo de su propio silencio Dios habla, se hace presente en lo que dice, o sea en la palabra, por eso todo empieza a existir, inclusive lo humano. Aquí, nuestra tarea: volver a nuestro origen, donde la palabra nos construye como realidad de diálogo con la naturaleza, consigo mismo, con los demás y con el Creador.
Si la palabra que pronuncias no crea nada o no es más grande que el silencio, es preferible callar. En nuestro pueblo las palabras han perdido fuerza. Preferimos la bulla. En nuestro pueblo parece que necesitamos ruidos que nos espanten “la soledad”. La soledad puede ser el principio del mal u ocasión de pecado, y el silencio nos deprime. Pareciera que nadie sabe qué hacer con el silencio y la soledad. Cuando vemos que se reúne mucha gente decimos: que alegre está esto, y triste cuando hay poca gente; lo triste tiene que ver con el aproximarnos a la soledad y al silencio: a nuestro propio silencio y soledad.

Ante la certeza de nuestro origen y destino, nuestras palabras no pueden ser señales de vacío. Nuestra palabra tiene que ser de verdad, de construcción, de perfeccionamiento, o debemos callar. Sí, guardar silencio radical.
Del vacío, del silencio inerte con facilidad damos paso a la vulgaridad, a la ambigüedad intencionada, la opresión y a la mentira. O, los otros que tampoco saben quiénes son y cuál es su destino nos alienan, nos anulan como personas libres, y nos hacemos sus víctimas y con el tiempo los victimarios del mal. Alienados poco o nada tenemos que hacer.

La dignidad humana corresponde al deber ético de reencontrarnos en el lugar de la palabra. Ese deber empieza por recordarnos desde lo más propio de nuestra existencia que no somos simple polvo de estrellas, somos Palabra de Dios. A caso, ¿no somos palabra de Dios?

Por: Gvillermo D.
Fotos: jgda
jueves, 3 de noviembre de 2011