Viendo "Posts antiguos"

LA CONVERSIÓN

 


Nadie tolera para sí mismo la mediocridad ni la imperfección, aunque a menudo caiga en ella. Porque sabe que nació para cosas grandes.

 

Por: Gvillermo Delgado
Fotos: jgda


Ninguna persona se queda conforme con sus pequeñas conquistas. La persona siempre busca ir "más allá" de sus logros. Siempre anhela más. Aunque esa búsqueda a veces le haga caer en las ruinas. 


De tal modo que, todo ser humano, al sentir el límite de la oscuridad prefiere encender un fósforo que maldecir la oscuridad. Porque sabe que, en el fondo de la confusión, del sinsentido, de la muerte, del dolor y del abandono, siempre existe un germen en penumbra que se adecua a la chispa divina, que le muestra la esperanza incomprensible de algo mayor que aún está por conquistar. 


Ya que, toda persona al caer en la ruina es como  brasa escondida entre las cenizas, no se extingue, pervive en él el aliento más original de su condición de criatura, de tal modo que  una vez removido lo superfluo de las cenizas deja al descubierto el fuego que alberga en su interior.


Para acceder a ese descubrimiento, se requiere de la experiencia de la conversión. Pero no cualquier experiencia. 


No nos referimos a esas experiencias como quien, hastiado de su pecado, dadas las consecuencias, está sumergido en la desgracia, en el dolor y en la muerte psicológica, que con frecuencia lo arrastran a los vicios, a las contradicciones, al tedio, al absurdo e incluso al suicidio o simplemente a una vida de estupidez. 


Cuando hablamos de la conversión, nos referimos a otro tipo de experiencias. ¿A qué experiencias?


Les propongo la conversión como experiencia de amor, en tanto, necesidad de dar sentido a todas las cosas y a las relaciones humanas.


En realidad, cuando una persona toma conciencia de "su amor", del amor desde su ser presente, reorienta sus pensamientos y su vida. Y, gracias a la fuerza de la voluntad, se vuelve capaz de cambiar su realidad en otra diferente y a la vez acceder "al orden" y permanecer en él.




Esa toma de conciencia le somete a un juicio sobre su pasado: a sus ideas y su comportamiento anterior; entonces reacciona sobre lo que fue, aquello que le está afectando ahora y no le permite alcanzar lo que anhela o lo que aspira con deseo vehemente. Es el momento de abandonar el pasado; aunque no pueda borrarlo nunca de su memoria. Este es le punto, el ahora mismo, el giro de la conversión.


Ese "tomar conciencia" es lo que hace decir: que tonto o estúpido fui. Estaría mejor, si hubiera pensado mejor las cosas. Ya me perdonó Dios, pero no me perdono. O me perdoné yo, y me perdonó Dios, pero aún no me perdona la persona a quien ofendí. 


Estos pensamientos que no me abandonan son como una maldición, que me persiguen como la sombra tras mi cuerpo.


Hace falta, pues un examen interior, ya que, la persona creada buena y justa, al abusar de su libertad quiso conquistar y construir un mundo a su antojo, al margen de Dios. “Obscurecido su estúpido corazón” prefirió servir a las cosas creadas, sin mirar las huellas de su Creador. Con razón la persona, “cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Es esto lo que explica la división íntima de toda persona (Cf. GS, 13).


Por todo lo anterior, sólo se convierte quien experimenta el amor. 


La persona que se siente amada se aboca radicalmente hacia la otra persona para amarla, creando así una red infinita de acciones de amor. Entonces los valores iluminan el universo de sus relaciones, haciéndola valiosa en todo momento.


Luego, el amado ama como una acción permanente que define toda su vida; modifica todo lo que hace o simplemente le da sentido a las cosas pequeñas y cotidianas como vestirse, ir, venir, cantar, hacer uso de las cosas, el amor se hace presente en cada detalle… porque el verdadero amor como ausencia de todo pecado, embellece a la persona. 


Por eso, sólo los que aman tienen la capacidad de señalar el pecado, porque saben diluirlo; los que aman tienen verdadero poder como el de la luz que hace desaparecer toda obscuridad. Sólo los que aman tienen toda la autoridad para corregir y de reprender; porque aman.

jueves, 20 de octubre de 2011